Capítulo 10

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Han pasado tres días desde que Barry se fue y hay un inquietante silencio.










La alarma no me despertó y eso me preocupa. Debo llevar a Norman a la escuela y trabajar.

Me incorporo. No veo nada, así que busco sobre el buró mis lentes de contacto, pero no los siento por ningún lado. Tanteo en el suelo, para cerciorarme de que no se hayan caído. Nada. Frunzo el ceño y opto por sacar del último cajón mis viejas gafas. No veo tan bien como con los lentes, pero servirán mientras los encuentro.

Busco mi celular para ver la hora, pero tampoco está. Extrañamente lo que encuentro es una grabadora, y decido reproducir su contenido.

—Hola, Steve. —Agrando los ojos, pues reconozco la voz de Anderson de inmediato—. Es posible que estés confundido y muchas preguntas ronden por tu mente en este momento.

»Prefiero hacer las cosas en persona, así que... veámonos en la vieja fábrica de juguetes GoGo. Diez de la mañana. No hables con nadie ni llames a la policía. Apresúrate o Norman la pasará muy mal.

Después de escuchar eso último mi corazón se acelera y corro a la otra habitación. Mi hijo no está. Lo busco por toda la casa llamándolo, pero no hay rastro de él. No entiendo nada. ¿Por qué se lo llevaría? ¿Por qué querría verme?

Norman era mi única responsabilidad y aun así lo descuidé.

Después de cambiarme cojo rápidamente las llaves de mi auto y me dirijo a la fábrica luego de ver la hora en mi reloj de muñeca. Tengo quince minutos para llegar. Y lo hago justo a tiempo.

Estaciono mi auto afuera. El lugar está en ruinas y en medio de la nada. Una reja rota y oxidada es lo único que la protege. Me adentro rápidamente a la edificación y lo que me temía: lo único que encuentro son escombros.

Sin embargo, algo impacta detrás de mi cabeza y todo se oscurece.

No sé cuánto tiempo pasa, pero despierto luego de ser bañado con agua. Estoy atado a una silla de pies y manos. Lo único que veo es una figura alta y borrosa frente a mí.

—Permíteme limpiarlos para ti —dice, y en seguida la figura se aclara luego de que me coloca las gafas. Es Anderson. No comprendo nada—. Qué gusto verlo de nuevo, señor Richards. Llamemos a esto: sesión sorpresa. O intervención, tal vez.

—¿Dónde está Norman? —es lo único que me importa ahora.

—Él está bien. Jamás tuve intensión alguna de lastimarlo, de hecho. No te diré dónde está, pero está a salvo. Es un niño muy lindo —sonríe ampliamente.

Me siento ligeramente tranquilo, pero no sé si creer en su palabra; después de todo, me tiene atado a una silla. Aún tengo demasiadas preguntas.

—¿Cómo entraste a mi hogar sin que me diera cuenta?

—Por Dios, Steve —dice con sorna—, allanar una casa es un juego de niños. Hasta tú podrías hacerlo. Sólo se necesitan herramientas sofisticadas, sigilo y estrategia. No te mentiré, raptar al niño fue lo más complicado. Pataleaba mucho, pero —ríe— es un niño; sus bracitos ni siquiera podían apartar mi mano de su boca.

No tengo ganas de seguir hablando o escuchando, pero es vital que me mantenga despierto. Por el bien de mi hijo, mi novio y un poco el mío. ¡Concéntrate, Steven! ¡Mantente vivo! ¡Espabílate!

Quiero estar en cama durmiendo.

—Es más aburrido de lo que imaginé —dice—. Bueno, igual no esperaba mucho de un abúlico depresivo. Por favor, di aunque sea una palabra.

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