Prefacio

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Steve no habla a menos que se lo pidas. Muchos elogiarían esa cualidad, pero yo la detesto; me hace sentir solo. A veces necesito charlar con alguien y, al ser de pocas palabras, es complicado. Pero lo intenta, y eso me conmueve. Escucha —es lo que mejor se le da—, y trata de opinar al respecto. Es muy inteligente, así que no habla incoherencias.

Nos conocimos en la universidad. Yo di el primer paso, obviamente. Paralelo a eso, todo lo que sé sobre él tuve que preguntárselo. Debía ser meticuloso con mis preguntas, pues era escueto en cada respuesta. Gracias a ello sé que es huérfano y se crió en un orfanato; tiene vista de topo y no le gusta usar gafas, así que opta por lentes de contacto; ve mucho anime, curiosamente; también dibuja. Lo hace muy bien, pero lo ve como un pasatiempo, nada más.

Como mencioné antes, es muy listo, así que tiene muchos talentos; entre ellos, tocar múltiples instrumentos, escribir cosas maravillosas, bailar, cocinar. Sabe mucho porque cuando está aburrido (o sea, a menudo), estudia. ¿Espléndido, no? Como siempre dice: «Nunca está de más aprender algo nuevo; te puede servir algún día».

Fue el primero de la clase sin fallar una sola vez. Le dieron múltiples reconocimientos incluso, y tiene un posgrado, pero está desempleado. No se ha tomado la molestia de buscar un trabajo. Y no estoy quejándome por tenerlo en casa todo el día o mantenerlo (afortunadamente puedo hacerlo); es sólo que me preocupa. No es flojo, pues hace lo que le pido y es un hombre sano; hace ejercicio y cosas por el estilo. Pero algo tiene, y basta sólo con ver en su mirada, para saber que algo no está bien.

Sé que me ama, ya que ha salido múltiples veces de su zona de confort por mí. Me pone triste a veces pensar que la única motivación que tiene para vivir soy yo. Es mucha presión. ¿Qué pasa si muero mañana? ¿Se mataría?

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