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— Mamá no, no tuvimos ningún accidente. — rogué porque no continuará insistiendo en ello, porque habíamos llegado una hora tarde y todo porque traté de tapar con maquillaje la notoria marca que Edward me hizo la noche anterior. Y la más recién hecha en la cocina.

— Savannah, tu madre solo se preocupa. — me regañó mi padre, pero no era necesario contradecirle porque no me convendría hacerlo.

Mire a Edward y si mi mirada hablara sabría lo mucho que lo estoy odiando en este momento.

— La cena estará casi lista. — intervino Dane.

Gracias hermano, gracias.

Nosotros colocaremos los regalos que faltan. — dijo Chiara.

Mis padres asistieron y fueron a la cocina a ocuparse de los últimos detalles. Si piensan que los padres no son muy detallistas para hacer la cena, no conoces a los míos.

— Ahora que no tienes a tu canino guardián... — indicó que le ayudará con los regalos — ¿En serio no pudo controlar sus ganas y elegir otro lugar menos visible?

— ¿No vas a esperar a Cassie?

— Agradezco que tus padres no sepan el significado de esos...

— Savannah, Cassie ya está viniendo con los demás. — interrumpió Dane — ¿Terminaron o necesitan más ayuda? Si es así pongan lo que hace falta en la mesa.

Y se retiró, Dane desde que se enteró de la relación que tenía con Edward era distinto, nuestra relación de hermanos cambió. Muy a diferencia de los demás.

— Yo me ocupo de la mesa, tú ve con Edward — señaló las escaleras y fue hasta la cocina. No estoy segura de por qué subió, pero espero que no sea por algo que dijeran mis padres o mi mamá en especial. Mi relación con Edward mejoró, ambos de hecho.

— Toc, toc — decidí tocar la puerta, pero tampoco recibir alguna respuesta o indicio de que quisiera abrir — ¿Edward? ¿Estás...?

Luego escuché como caminaba y la puerta se abría de par en par.

— Necesitaba estar a solas...

— ¿Qué fue lo que dijo Charlotte?

No dijo nada solo se hizo a un lado y entré. Rogaba porque no fueran experiencias suyas que involucrarán a algún exnovio o quizás alguna memoria vergonzosa.

— Tus padres son estupendos, más de lo que pensaba la primera vez que los vi.

— A veces no lo son, que las apariencias no te engañen. Además, son como todos los padres, ¿no?

— No, no lo son. La diferencia es pequeña o grande en algunos casos, al menos en el mío es difícil de entender o darse cuenta.

Suspiro y se sentó al pie de la cama, de mi antigua habitación que por alguna buena razón aún conservaban. Sabía que el tema que llevaba la palabra padres de título era complicado para Ed, pero no tanto como para afligirse de solo ver a los míos ser ellos.

— Cuando eres un niño tal vez piensas que todas las familias son iguales a la tuya, porque la conforman las mismas personas, ya sabes... Madre, padre e hijos, tal vez un perro o un gato. Y hay ese amor familiar cada día de cada semana, casi siempre alguna que otra discusión que termina en un silencio sepulcral.

Me senté a su lado escuchándolo con total atención y es que en el tiempo que llevo conociendo a Edward sé que es mejor que primero sea escuchado.

— En mi casa las peleas se basaban en que yo, futuro líder, debía ser lo que se esperaba. Mi futuro estaba planeado, por segundos y terceros. Marian y mi madre me defendían de mi padre y fue lo que le enfado más, que su hijo varón fuera socorrido por mujeres. Una menor por un par de años. — soltó un largo suspiro y paso una mano por su nuca — Recuerdo haber escuchado en algún programa en el que explicaban que los golpes y las palabras ofensivas, a tal punto de lograr que una llorase, son totalmente distintas en lo que a daños se refiere. Y es aquí donde dices: Obviamente es distinto. Y no lo niego. Lo es. Sin embargo, lo que seguro piensas es incorrecto. Un golpe no duele más que una palabra ofensiva. El moretón grave o leve que pueden hacerte, te duele y mucho, el dolor durara un par de días o a lo mucho una semana y media, dependiendo del tiempo. Pero las palabras son más dolorosas, las llevas en la memoria y al recordarlas sientes ese pinchazo en el pecho.

Acaricie su mano que yacía recargada encima de su pierna derecha. Me dolía verlo y sentir el dolor, ahora el dolor era mayor porque le lazo estaba completo.

— No tienes que decirme nada, solo abrázame fuerte. — murmuro.

No tarde en hacerlo y reprimí mis ganas de llorar. Edward era una persona fuerte y sabia los motivos por los que decidió ser así. No fue su decisión, sino la de su padre.

— Tu padre es un idiota, aunque a veces no quieras decirlo. No puedes obligar a una persona para que sea fuerte. No tiene nada de malo que las personas te defiendan, sean mujeres y hombres, lo hacen porque te quieren y detestan verte entre la espada y la pared. — di leves caricias a su espalda tratando de darle consuelo, de cesar sus sollozos y que se sienta mejor. Yo no pase por lo mismo que él, era claro, pero de igual manera eso no evitaría que tratara de comprenderlo y ayudarle a que esté en paz. Era una especie de trauma, y no son sencillos de solucionar.

— No quiero verme débil, menos si es ante ti. Debo ser...

— Debes ser tu mismo. No eres débil y yo no pienso que lo seas. — al sentir que se alejaba de mí, quedando a centímetros de mi rostro acaricie su mejilla — No por llorar serás menos fuerte, somos seres humanos, aunque tengas tu mitad lobo, lo eres después de todo. Sentir es completamente normal.

— Savannah...

— Sh... — coloqué mi dedo índice sobre sus labios — Y... Eres un gran líder, el Alfa del que estoy orgullosa.

Una leve sonrisa se plasmó en su rostro, esa era la señal de que todo estaba mejorando.

Aquella Primera Navidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora