Un futuro incierto

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  Los furiosos truenos iluminaban el cielo, su belleza fugaz atemorizaba hasta los más valientes, mientras que sus poderosos estruendos hacían ver a los rugidos de las bestias como el maullido de un gato.

Fuera de una pequeña casa, un joven de cabello largo, sentado sobre un banco de madera, admiraba aquellas luces relampagueantes, su corazón latía perdido cada vez que escuchaba el ensordecedor sonido del rayo al tocar el suelo, no sabía porque, pero sentía una extraña conexión con esa energía volátil, más allá de su capacidad para replicarla.

  --Los Dioses están furiosos. --Dijo la pequeña niña, mientras tomaba asiento al lado del joven, sobre un pequeño banco de madera.

  --¿Por qué lo dices? --Preguntó Gustavo.

  --Cuando la lluvia cae es porque los Dioses están tristes, cuando el sol quema, es porque están felices, cuando neva es porque están combatiendo a los señores oscuros y no tienen tiempo de encender nuevamente el sol y, cuando hay rayos en el cielo, es porque están furiosos. --Explicó la niña con un tono de sabelotodo.

  --¿Cómo sabes eso? --Gustavo la miró, confundido, en ningún libro que había leído hablaba sobre el significado de las temporadas, ni que los dioses se expresaban con ellas.

  --Me lo dijo una viajera hace mucho tiempo. --Dijo la niña.

  --¿Qué tipo de viajera?

  --No lo sé, cuando era más pequeña, una mujer herida llegó al pueblo, madre la encontró y la hospedó en la casa durante unos días, fue entonces cuando comenzó a contarme sobre los Dioses y las poderosas palabras de poder del Norte. --Gustavo frunció el ceño al escuchar la última oración.

  --¿Palabras de poder? ¿Qué es eso? --La niña negó con la cabeza.

  --No lo sé, no le entendí. --Gustavo sonrió apenado, no se había dado cuenta que su actuar no era el adecuado para tratar con una niña.

  --No hay problema --La miró con una sonrisa cálida--. Por favor, sígueme contando sobre los Dioses. --Dijo, mientras los relámpagos hacían su aparición.

El sol volvió a ponerse a los pocos días, por lo que Gustavo aprovechó el hermoso clima que retirarse al bosque, aunque la compañía de la señora y su hija era agradable, el no tener nada que hacer lo había llevado al aburrimiento extremo, por lo que entendía que su momento de despedida había llegado.

  --Quiero ir contigo. --Dijo Crisal con una mirada de súplica. Gustavo la miró de vuelto y negó con la cabeza.

  --No sé qué tipo de monstruos me vaya a encontrar, no quiero ponerte en peligro.

  --Yo también soy fuerte. --Dijo ella, enseñando sus puños.

  --Lo sé, pero no quiero que te lastimes, además, debes ayudar a tu madre.

  --Eso no es justo, yo quiero ir contigo. --Hizo un puchero. Gustavo suspiró, parecía que la pequeña niña era más necia que él.

  --Sí tu madre accede, yo puedo llevarte. --Dijo. La niña asintió y rápidamente se dio media vuelta, en busca de su madre. A los pocos segundos volvió con lágrimas en los ojos.

  --No me dejó. --Gustavo sonrió por dentro, tenía la certeza de que eso era lo que iba suceder.

  --Cuando crezcas te llevaré conmigo. --Dijo con una sonrisa. Crisal asintió.

  --Es una promesa, madre también irá. --Dijo ella con una mirada astuta.

  --Claro, pero por el momento, deberás ayudar a tu madre y obedecerla en todo ¿Entendido? --La niña lo miró y quiso negar con la cabeza, pero al notar aquellos ojos dominantes, no pudo hacer otra cosa más que asentir. Gustavo sonrió--. Nos vemos pronto y, si no vuelvo, dale a tu madre lo que te di. --La niña bajó la mirada con un poco de tristeza, se había encariñado mucho con el joven, por lo que no quería que se fuera.

El hijo de Dios Vol. IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora