Una dura sugerencia

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  Gustavo se quedó mirando a la nada durante un buen tiempo, su mente estaba tranquila, pero su corazón palpitaba a gran velocidad. De entre la multitud de gente, una dama de cabello rojo se acercó, pero no expresó ni una sola palabra, solo se quedó mirando a su señor. Las personas hablaban sobre diversos temas, aunque todos ellos tenían algo en común: guerra, todas y cada una de las personas conversaban sobre los ejercitos del Norte y de su propio reino, de los combates en los pueblos cercanos y, de la devastación en las tierras de los lugareños, pero cada vez que se expresaba una palabra sobre el rey Farkras, la ira hervía dentro de ellos, no solo a causa de ese personaje sus vidas habían cambiado, sino que gracias a él, habían perdido sus hogares, familias y amigos.

  --Quieren venganza. --Dijo una dama a espaldas del joven. Gustavo volteó con lentitud y se percató que se trataba de la guerrera roja, quién lo observaba con una extraña y complicada mirada.

  --Solo perderán la vida. --Contestó Gustavo con un tono bajo.

  --Estoy segura que a muchos de ellos eso no les importa. Lo han perdido todo y, los pocos que aún conservan algo, tienen miedo a que el ejército de las panteras negras vuelva y se los arrebate.

  --¿El ejército de las panteras negras? --Preguntó con duda. Nira asintió, mientras observaba uno de los cadáveres de armadura negra colgado de un palo largo.

  --Es el nombre del escuadrón que tú esqueleto mató, una de las facciones más peligrosas del ejército del rey Farkras. --Gustavo asintió, un poco nostálgico al recordar al escuadrón Águila, con quienes había combatido para darle muerte a los invasores.

  --Entiendo sus razones, pero la venganza no les devolverá aquello que han perdido. --Dijo, muchas veces había soñado con volver a su patria y desatar todo el poder de sus nuevas habilidades, en contra de aquellos hombres que se atrevieron a manchar la soberanía de su país, sin embargo, no podía, no solo porque le resultaba imposible por el momento, sino también porque había un sentimiento dentro de él que lo detenía.

  --¿Hay guerra de dónde proviene? --Preguntó algo sorprendida, no conocía mucho del mundo, pero sabía que los enfrentamientos entre reinos era algo muy raro. Gustavo asintió, entendía que la dama no se refería a su tierra natal, sino a los reinos desolados, pero aún así optó por asentir.

  --La hay --Su mirada se perdió en el cielo, observando las figuras amorfas de las nubes--... pero prefiero no hablar de ello. --Nari miró al joven, parecía ser fuerte en la superficie, pero algo le decía que ocultaba un gran dolor, uno que no podía ser curado ni con la mejor pócima del mundo.

  --No preguntaré sobre su pasado, ni sobre la situación en su lugar de nacimiento... Pero si me gustaría solicitarle algo --Lo miró con ojos serios--, deseo que los proteja, que nos ayude sobrevivir en estos tiempos oscuros... Sé que estoy siendo egoísta --No dejó que el joven respondiera, sentía que si lo hacía conseguiría una negativa, por lo que trató de dar todos sus argumentos--, pero estoy dispuesta a entregarle cualquier cosa que pida, solo prometalo y seré suya. --Gustavo guardó silencio, no sabía en qué tipo de situación se había metido, no habían pasado ni dos meses y ya dos hermosas mujeres le estaban entregando su lealtad.

  --¿Por qué llegar tan lejos? --Preguntó.

--Porque se los prometí --Miró al joven con una expresión complicada--. Conozco mis propios límites y, sé que no soy capaz de protegerlos, ni siquiera pude hacerlo la primera vez, es por eso que le pido a usted que lo haga. Lo que me pase a mí, es lo de menos. --Gustavo suspiró, pero terminó por negar con la cabeza.

  --No puedo hacerlo, lo siento. --Se lamentó. Nari lo observó con emociones encontradas, aunque había esperado aquella respuesta, al recibirla de la propia boca del joven, causó un poco de caos en su cabeza.

  --¿Por qué? ¿Acaso no soy lo suficiente para usted? --La dama alzó la voz, interrumpiendo las conversaciones de las personas en las cercanías.

  --Se está sobrepasando. --Dijo Meriel con una mirada seria y penetrante, no estaba muy alegre con que Nari le hubiera levantado la voz a su señor.

  --Tranquila, Meriel --Dijo Gustavo con un tono solemne, luego envió su mirada a la guerrera roja--, proteger a la gente de está ciudad es una obligación de tu rey, no mía --Suspiró--, tampoco estoy excluyendome de la responsabilidad que tengo sobre ustedes, es solo que mi habilidad, no es lo suficiente para tenerlos a salvo. --Dijo con honestidad, no sabía que podía pasar en el futuro, por lo que prefería no hacer promesas vacías.

  --Nuestro rey --Frunció el ceño--, no creo que le importemos por el momento, su ejército está combatiendo más al Norte de aquí y, no creo que desee separarlos para proteger a un pequeño grupo de personas.

  --Mi señor, me permite hablar con usted a solas. --Dijo Meriel con una mirada seria. Nari la observó, no estaba contenta con la petición de la dama de cabello rojo, pero tampoco se atrevió a decir lo que pensaba. Gustavo guardó silencio y asintió, siguiendo a su subordinada.

  --¿Qué te preocupa? --Preguntó el joven con calma.

  --No quiero tomar la decisión por usted, o que piense que trató de sobrepasar el lugar que tengo a su lado, pero me gustaría aconsejarlo.

  --Escucho con atención.

  --No creo que sea conveniente aceptar su petición, como usted dijo, la obligación de protegerlos no le pertenece, sino al monarca de Atguila, quién debería hacerse cargo de las consecuencias de las decisiones que tomó.

   --¿Qué aconsejas que haga? --Preguntó interesado.

  --Que nos vayamos, dejándolos con sus propios problemas. --Gustavo sonrió levemente.

  --Creo que has malinterpretado mis palabras anteriores. Yo no quiero huir, ni tengo intenciones de dejar desprotegida a esta gente --Meriel lo miró con duda, su corazón comenzó a palpitar con rapidez, ni siquiera quería intuir lo que su señor planeaba decirle--, pero tampoco arriesgaré tu vida en está batalla, después de todo, todavía hay tiempo para escapar.

  --¿Quiere que me retire? --Preguntó la dama con una expresión complicada.

  --Por supuesto que no --Gustavo negó con la cabeza--, quiero que ellos lo hagan. --Señaló con sus ojos a los ciudadanos, quienes lo observaban con sonrisas forzadas.

  --No estoy muy segura que quieran hacerlo.

  --Trataré de convencerlos.

Al terminar de hablar, comenzó a caminar hacia la multitud, con una expresión seria y digna de respeto.

Los ciudadanos tragaron saliva al verlo, aunque no poseía su hermosa y llamativa armadura, su sola presencia imponía en sus corazones una fuerte sensación de inferioridad.

  --Prometí quedarme a su lado por unos días y, lo he cumplido, sin embargo --Su mirada se volvió un poco más dura--, los rumores sobre que quieren cobrar venganza me han hecho tomar una fuerte decisión --La mayoría de los hombres y mujeres miraron con ojos filosas a la dama Nira, quién se mantuvo firme, sin objetar o negar las palabras del joven--, y esa es que no los protegeré si lo hacen.

La multitud guardó silencio, aunque se sentían un poco miserables, no estaban dispuestos a levantar la voz.

  --Así que está es mi sugerencia, colocaré un par de símbolos mágicos sobre un gran edificio, lo volveré impenetrable con sellos de protección, mientras solicitan la ayuda de su rey --Miró a cada uno de los rostros presentes--. No puedo quedarme aunque lo desee, así que esa es la única cosa que puedo hacer por ustedes.

  --Joven héroe --Una dama de tez oscura dio un paso al frente, mientras acariciaba sus manos con nerviosismo--, aquellos malditos nos lo quitaron todo ¿En verdad espera que lo olvidemos? ¿Que nos quedemos esperando por una ayuda que es posible que nunca llegue?

  --No voy a obligar a nadie a quedarse, ni tampoco les reprocharé nada, después de todo solo soy un extranjero en tierras desconocidas, así que piensen en mi sugerencia y, si de verdad desean vengarse, recuerden hacer dos tumbas. --Dijo con una mirada seria. La dama de tez oscura guardó silencio, no sabía que más decir, la verdad era que estaba deseosa de cobrar venganza, sin embargo, todavía tenía una pequeña niña que dependía de ella, por lo que no podía actuar con libertad.
Gustavo dio media vuelta y se retiró, mientras Meriel lo seguía.

  --Gracias. --Agradeció Nira con una mirada honesta.

El hijo de Dios Vol. IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora