Todo o nada

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  La fuerte opresión de la muerte, la cuchilla en su garganta, el hilo del destino rompiéndose, eran las descripciones perfectas para interpretar lo que el joven estaba sintiendo.

  --Hoy no los castigaré. --Dijo la voz gruesa en la lejanía, con un toque de alegría en ella.

  --¿Qué es lo que está pasando? --Preguntó Gustavo, no creyéndose que las dos pequeñas personas lo habían traicionado.

  --Nuestro señor es feliz disfrutando de comidas poderosas y, hermano rojo notó que usted es fuerte. --Dijo el hombrecito verde, con el tono de un niño inocente, como si no supiera la gravedad de sus actos.

  --Me invitaron a venir ¿Para ser la comida de su señor? --Preguntó, aún incrédulo de la situación.

  --Así fue. --Respondió el hombrecito rojo.

  --¡¿Por qué?! --Arrojó el cadáver al suelo, gritando porque la idea de la traición no entraba en su cabeza--. Yo no les hecho nada, no albergue ninguna intención negativa hacia ustedes, fue todo lo contrario, deseaba ayudarles, a quitarse la cadena invisible que los ata a su señor. --Vociferó como un loco, no sabía si era la traición lo que le dolía, o la ingenuidad con la que había actuado.

  --Señor ordena, los hermanos rojo y verde cumplen. --Dijo con calma el hombrecito de piel verdosa.

  --Soy un tonto ¡Un maldito tonto! --Desenvainó con rapidez su sable--. No entiendo cómo pude creer que eran seres inocentes. Olí la intensidad de la sangre que recorre sus cuerpos, eso solo lo he notado en una bestia, en una que casi me arrebató la vida. --El hombrecito verde lo miró, como lo hace un niño que no comprende.

  --Sí deseas escapar, mata a nuestro señor. --Dijo el hombrecito rojo repentinamente. Gustavo lo miró, notando que ya no se encontraba ni un ápice de la ingenuidad anterior en sus ojos, solo dos perlas sabias, tan sabias como las de un anciano de mil años.

  --¿Matarlo? --Gustavo sonrió-- Ni siquiera sé que es su señor.

  --Dejen de hablar el idioma humano, pequeñas ratas y, tráiganme a mi comida. --Dijo la voz gruesa con autoridad, en un idioma completamente diferente al que ocupaban los hermanos y el joven.

  --No dudes --Aconsejó con una mirada penetrante y, con un cambio completo de actitud, dio media vuelta y se dirigió hacia el frente--. Trae el cadáver, hermano verde.

  --Sí, hermano rojo. --Asintió de manera obediente y, sin dificultad, cargó el cuerpo inerte del felino.

Gustavo se quedó de pie, estático, dudoso de no saber cómo proceder. Podía sentir la mirada de algo poderoso analizar su cuerpo, algo que lo hacía sentir muy incómodo.

  --Me refiero al humano. --Dijo la voz gruesa repentinamente.

  --Verde se encargará. --Dijo el pequeño hombre, mientras sonreía con malicia.

  --Espera hermano verde --Dijo repentinamente--. Señor, maestro pidió que dejará de estar de holgazán y moviera su enorme cuerpo. --Se dirigió con respeto a la sombra en la lejanía, hablando en el mismo idioma que la voz gruesa.

  --¡¿Osan desobedecer mis órdenes?! --Rugió como una bestia y, con un estruendoso impactó, una sombra apareció ante los pequeños hermanos--. ¡Malditas ratas! Conozcan su lugar. --Con la fuerza de un gigante, desató un poderoso puñetazo, uno que no se logró observar por la increíble velocidad que poseía. En un instante, el cuerpo del pequeño hombre rojo, impactó contra uno de los pilares de la sala, destruyéndolo en el acto.

Fue cuando la luz artificial de las antorchas colocadas en los pilares tocó el cuerpo de la afamada bestia, que Gustavo apreció la forma real del nombrado señor. Era una figura humanoide, de gran tamaño, brazos y piernas gruesas, un rostro como el de un mono y, cubierto de un pelaje tan blanco como la nieve. En su hocico se hacían visibles dos largos colmillos, mientras una línea amorfa, color azul brillante, recorría desde su brazo derecho hasta su cuello.

  --¿Qué eres? --Preguntó en la misma lengua que la de la bestia.

  --¿Conoces la lengua antiguo? --Preguntó con una clara sorpresa, mientras una sonrisa hostil se vislumbraba en su rostro.

  --La conozco. --Dijo con calma, aunque sus manos temblaban al sujetar la empuñadura de su sable.

  --Excelente, comida que sabe hablar mi idioma --Su sonrisa se volvió grotesca--, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que experimenté está sensación. --Movió su cuello, tronando sus huesos.

  --Respondí tu pregunta, ahora respondé la mía. --Alzó la voz, no dejándose intimidar.

  --¡Insolente humano! --Comenzó a caminar hacia el joven.

  --No te acerques, hermano verde. --Dijo el pequeño hombre al levantarse con lentitud de los escombros.

  --Verde escuchará a hermano rojo.

La enorme bestia se colocó a dos pasos del joven, mirándolo hacia abajo con desdén. Gustavo levantó la mirada, observando a la bestia con ojos penetrantes.

  --Te llamaré mono blanco entonces. --Dijo, no soportando la altanería de su adversario. La bestia sonrió de manera fría.

  --¡¿Te atreves a cambiar mi raza?! Tienes valor humano, lo admito... Pero eso no te quita lo estúpido que has sido.

  --Concuerdo. --Asintió, reconocía su ingenuidad al haber confiado en los dos hermanos, aunque en realidad ellos no habían hecho gran cosa en guiarlo a su destrucción.

  --No has sido al único que engañan, humano, por algo son los vástagos de ese miserable Dios --Expresó con desagrado, mientras escupía al suelo un carámbano de hielo, el cual se destruyó al tocar la dura superficie. Gustavo miró confundido a la bestia, no podía creer lo que estaba escuchando, ya había estado en presencia de un Dios y, de Dios Padre, por lo que podía afirmar que la energía de las dos personitas era completamente distinta, dudando un poco ante las palabras del mono gigante--, son bastardos, humano, una cruza de especies antiguas, desoladas y malditas. --Dijo al notar la duda en el joven.

  --¿Por qué me revelas está información?

  --Porque maestro odia a los ignorantes y, no quiero comerme uno. --Mostró sus largos colmillos.

  --Así que mi única salida es pelear. --Sonrió, exhalando en el momento siguiente para recobrar su calma.

  --¿Pelear? --Se cuestionó con arrogancia-- Si quieres hazlo, pero eso no cambiará nada. --Sus ojos rojos se volvieron más intensos.

  --Que Dios me ayude. --Dijo en voz baja, apretando la empuñadura de su sable y, en el segundo siguiente, cambió por completo su mirada, volviéndose frío y decidido.

Su cuerpo liberó una intensa energía opresora, mientras el contorno de su brazo derecho se cubrió de un negro azabache, reuniendo la energía de la muerte.

  --¡Interesante! --Gritó la bestia en forma de rugido y, con la misma, se abalanzó hacia el joven.

  --¡Muere! --Gritó Gustavo, levantando su sable.

El hijo de Dios Vol. IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora