Brindis a la libertad...

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Hay detalles en la vida tan peculiares, como el hecho de que este escrito iba a empezar como una despedida.

Mi mente, sin intención de leerme presuntuoso, es de las más brillantes que he podido conocer. Cuando quise añadirle emociones, empezaron mis fracasos. He logrado alcanzar pequeñas metas a precios muy altos a mi parecer. Veo mi paso por esta vida como un suspiro más entre tantos que pasan por este mundo.

Tal vez debí conocer más mentes brillantes,  aprender de ellas. Quizás eso habría mejorado mi presente. Aunque la inteligencia no es mi principal problema. Son los químicos que mi cerebro debería producir, y que, simplemente, no.

El desinterés por seguir despertando para seguir recibiendo ataque tras ataque. El enfrentar una vida que pesa más de lo que puedo sostener. El saber que hay quienes pueden con cargas más pesadas y quedar expuesto como alguien débil que no debe seguir vivo. Son algunas de las razones que vienen a mí para convencerme de que retirarme es lo mejor en estos momentos.

Tengo objetivos, porque mis sueños han muerto. Son lo único que me sostienen a la vida. Pero cuando tratan de arrebatarme esos objetivos, definitivamente la invitación de esa dama de negro se vuelve muy tentadora.

Es solo un paso, uno que tendrá un impacto muy fuerte para todos los que estén cerca a mí, pero será un impacto muy breve, en este relativo tiempo que nos gobierna.

Al igual como cuando uno voltea un reloj de arena, todo se acomoda bajo su propio peso. Las repercusiones de la ausencia de ese grano de arena se verían cubiertas de alguna manera. Con el tiempo, nadie notaría que hace falta, porque nunca lo hizo.

Aunque no hubiera nada al otro lado, el simple hecho de que sea el camino por donde transitó mi abuelo, y mi abuela, hacen que quiera cruzar esa misteriosa puerta, temida por muchos y buscada por otros.

Me falta el miedo y la preocupación de lo que viene después. Siempre me destaqué por mi falta de miedo, y es ese rasgo mío lo que ahora no me ayuda a decir que no.

El amor, tan fuerte sentimiento, que no cabía en mi corazón. Tuve que entregar un poco y luego irme y no mirar atrás. Ahora, desdichado de mí, que no soy capaz de hacer lo correcto aún cuando es correcto lo que hago.

Estoy en un pasaje que con cada paso se hace más estrecho, viendo la luz al final cada vez más brillante. Se me asegura que ya no habrá más dolor.

Ya no más preocupación.

Ya no más llanto.

Ya no más vida...

La paz parece estar esperando por mí. Porque... si cruzo ahora, podré esperar por aquellos a quienes amo.

Lo necesito.

Necesito ser liberado, necesito decir adiós.

Solo que, ni siquiera eso me puedo permitir ahora. Debo cumplir con mis responsabilidades hasta terminarlas. Y el fin lo pondré yo.

Mi alma está desgarrada, hecha jirones y apenas reconocible. Pero sigue aquí.

Duele seguir moviéndome, pero por ahora es mi única opción. Debo seguir dedicando lo que me queda de vida a mis objetivos.

Ya soy odiado por eso, y no dolería si no fuese porque me importa la persona de quien proviene ese odio.

Tal vez mi ausencia le daría paz. Pero la única ausencia que le puedo ofrecer es mi muerte.

Estoy tan desapegado a la vida que quisiera complacer esa necesidad que tiene por alejarme de su vida.

Suenan tan estúpidas estas palabras para su limitada comprensión, pero esa persona no entiende la magnitud de lo que llevo años cargando sobre mis hombros.

A veces ni yo lo hago.

Mis piernas se vencen, mi pecho se contrae, mi corazón se rompe.

Las lágrimas salen en silencio. La oscuridad y el silencio fueron mi refugio, mi hogar. Aquel lugar donde la soledad me daba los calmantes que me permitían soportar el dolor de esta vida.

Ahora hago lo correcto, muy a mi pesar. Pero es lo que debo hacer, y decidir hacerlo es lo que me mantiene de pie.

Simplemente... estos golpes se vuelven más frecuentes. Y no sé si seguiré poniéndome de pie.

Yo de verdad ya no lo sé...

Mi dolor en tinta escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora