El otro lado

37 4 1
                                    


Veo aquel umbral cada día un poco más cerca. Aquellos que ya tienen su descanso, mirando hacia mí; inmutables, serenos...

Siento que tienen paz.

¿Cuándo llegará para mí? Me pregunto, esperando una respuesta que aún no ha de llegar.

La invitación está sobre la mesa, la eterna anfitriona me espera día y noche sí, día y noche también. No tiene prisa, tampoco yo, pero el dolor es insoportable a cada instante en el que respiro.

Me despierto y veo cómo van creciendo los futuros frutos de mi esfuerzo, así como también los recién nacidos árboles de mis logros recientes. Todo eso es maravilloso, pero no me llena.

Mi legado no me es suficiente.

La anfitriona vuelve a mirarme. No hay expresión alguna, pero en su mirada hueca veo todo lo que necesito saber. O tal vez solo veo lo que deseo ver, aquello que mi corazón me exige.

Veo a quienes están allá, cruzando el umbral, tan libres, tan etéreos. Cruzarlo no es el fin, es solo una nueva aventura. Porque, nada termina, solo se vuelve a contar de manera distinta.

Hemos venido de las estrellas y hacia allá regresaremos todos.

Hay tanto que he descubierto de esta vida, que ya no puedo retener más. Tanto que quisiera que los demás aprendan, pero que no son capaces de entender. Tal vez nunca lo sean. Y eso está bien.

Me cuesta respirar, se siente como si el aire atravesara mi sistema respiratorio convertido en hilos metálicos y fríos que cortan todo a su paso, hasta llegar a mis pulmones. Para luego salir, quemando, marchitando todo.

Lloro cada noche, ya no puedo retener la tristeza como antes. Los 30 días que resistía se han ido, y ahora el dolor brota de mí como riachuelo, como cascada. Duele seguir aquí.

Puedo recordar cosas, cosas importantes. Este camino era el que había elegido hace años atrás, pero retomarlo ahora es complicado, las cosas son muy diferentes al ayer. Solo puedo aceptar las consecuencias de las decisiones tomadas, tanto por mí como por los demás.

No tengo arrepentimientos, excepto tal vez no haberme ido antes de todo esto. No hay miedo de cruzar, no hay ataduras. ¿Qué tan fuerte debe ser la voluntad de alguien que necesita irse y decide quedarse solo por cumplir con sus principios, con su esencia, con su ser?

He vuelto a ser fiel a mí, y es lo que me mantiene día tras día. Mis objetivos son claros, y nada ni nadie me hará cambiar de opinión. Mi querida anfitriona no me discute, se ha vuelto una buena amiga. No habla, y dice mucho más en su silencio que aquello que escucho de quienes siguen aquí.

Me disculpo, abiertamente, con aquellos que me lean y a quienes haya herido. Las decisiones en base a mis sentimientos son un privilegio que nunca debí permitirme, y sus consecuencias son prueba de ello. Lo siento tanto por eso, espero me sepan perdonar.

Si tan solo pudieran dejarme en el olvido, yo podría tener una preocupación menos. Su paz me dará paz a mí.

Me miran del otro lado. Me sonríen y veo en esa sonrisa una sutil felicidad.

Nunca aprendí a despedirme, así que tendré que empezar ahora, porque no sé cuánto me demore en ser diestro en ese arte.

Ustedes, tómense su tiempo, porque tienen razones por las cuales despertar, aunque no lo crean ahora.

Yo me quedaré aquí solo hasta el día en que haya cumplido con mis deberes, y no dejaré pasar un día más después de eso.

¿Cuándo será eso? El tiempo me lo dirá, me extenderá su mano para acompañarme y ponerme frente a mi querida anfitriona. Podré irme a descansar al fin, cuando ese día llegue.

Aún hay amor en mí, está guardado en esas piezas de cristal que guardo en mi mente. Son eternas, y luego de que me vaya, quedarán cada una con su respectivo dueño. Solo pido que honren lo que representa.

Siento presión en el pecho, duele mucho.

Y es que sigo aquí.

Mi dolor en tinta escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora