Mal Augurio

8 1 0
                                    

Cuando llevaban un tiempo caminando, Aaron se percató de que el día estaba siendo muy tranquilo, y relativamente fácil. Ningún animal o bestia les había atacado, ni siquiera parecía haber rastro de ellos. Un insolente joven, de la edad de Aaron, pero que sorprendentemente seguía estando mimado, se acercó sin ningún arma a la orilla de un estanque casi seco, pero con posibles criaturas habitando en el barro. Se refrescó un poco y llenó su botella todo lo que el volumen de agua le permitió, y cuando fue a levantarse, unas burbujas se asomaron a la superficie del agua, rompiendo su tensión, como advirtiendo que se alejara de allí si no quería ser devorado.

El chico quedó paralizado de miedo, y los aldeanos lo dieron por muerto. Él se retiró lentamente del charco, y tropezando, cayó de cara al fango. Pero para sorpresa de todos, salió completamente ileso, al menos físicamente. Todo el grupo comenzó a reír, llorar, cantar y bailar de alegría, en medio del desierto, como si fueran locos, si es que no lo eran ya, excepto Aaron, que seguía desconcertado por tanta sencillez y tranquilidad en el día.

Decidió dejarlo pasar. No quería distraerse pensando en otras cosas, error que ya cometió su padre, Siberio, y se supone que años después, su madre, Fasidia Bulus. Aunque no recordaba a su familia, consideraba a su padre un hombre fuerte, hasta el oscuro día en el que desapareció. Desde entonces, su madre le crió y enseñó todo lo que pudo, incluso algún que otro pequeño conjuro. Sin embargo, a Aaron, ni le gustaba, ni se le daba bien nada relacionado con la hechicería, aunque su madre, con sus dotes de sacerdotisa había salvado a muchos hasta el día de su muerte, relacionaba la muerte de sus padres con esas artes.

La Torre de CiferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora