Aaron comprendió -no era difícil deducirlo- que había sido él el que le había salvado la vida. Otra persona más que le sería difícil olvidar. Pero bueno, no esperaba vivir más de un año a partir de ese momento. Se dirigió hacia él, pero el extraño le dijo:-Sígueme-., y salió corriendo por una estrecha cavidad excavada en la roca por algún tipo de animal. Aaron quedó fascinado. La temperatura había descendido unos veinte grados, e incluso en otras zonas ya había bajo cero, se apreciaba por el hielo. Pero estaba pisando hielo, y sin embargo habría en torno a treinta grados aún en la zona por la que corría. Era un inmenso lago subterráneo, cubierto por una fina capa de hielo, a través de la que se veían hermosos y gigantescos animales acuáticos y peces. Había una orilla estrecha de roca, donde el extraño ya había encendido una hoguera, y sobre la cual había un gran pez. Aaron sonrió, y el extraño hizo lo mismo, y trazó un gesto con la mano que parecía invitarle a comer. Ambos atravesaron un puente natural de roca sobre el lago, y llegaron a la orilla donde se había establecido el hombre. La temperatura descendía a medida que se acercaban a la orilla, y llegó a menos de diez grados centígrados. Cuando el chico hizo un ademán de coger un trozo de hielo para masticarlo y beber así algo de agua, el viejo le dió un manotazo y tiró el hielo. -No es agua- afirmó con seriedad.-Bebe de mi botella-.
Aquella noche cenaron como ninguno lo había hecho en años. Estaban al calor de una hoguera, refugiados en una cueva helada, y aparentemente a salvo de las amenazas salvajes. Pero los dos sabían que no duraría mucho, pues las bestias olían la muerte del oso, y tarde o temprano deberían salir de allí para continuar su viaje hacia la misteriosa tierra de ensueño que supuestamente les aguardaba. Por otra parte, Aaron deseaba reencontrarse con el grupo, que había sido su única familia durante mucho tiempo. Pensando en todo esto y arrullados por el sonido de las gotas que se precipitaban desde el techo de la cueva y formaban una uniforme melodía, se durmieron y pudieron descansar.
En mitad de la noche, Aaron se despertó como de costumbre, lo que él ya veía como un acto reflejo. Pero esta vez lo hizo por un ruido cercano, tan cercano que también pareció ser un soplo caliente y húmedo en su morena tez, y le provocó un profundo escalofrío. Aaron, que había dormido de frente con el extraño y separados por la pequeña hoguera, abrió los ojos lentamente, y frente a él sólo vio unas ascuas medio apagadas y un saco vacío; el extraño había vuelto a desvanecerse. Pero otro ruido como el anterior interrumpió sus pensamientos, y recordó su situación. El seguía inmóvil mientras algo o alguien le miraba y olfateaba por su espalda. Desechó la posibilidad de que fuera el hombre y, como el día anterior, se preparó para lo peor. Al miedo se le sumó la tristeza de dejar al extraño, y la alegría por dejar aquel tortuoso mundo. De repente, una sustancia viscosa comenzó a caer sobre su mejilla, y esto le hizo determinar que sería alguna bestia que había rastreado su olor. De nuevo, rezó lo que sabía y cerró los ojos, saboreando todas las sensaciones, dulces, ácidas y amargas que rondaban su mente y todo su cuerpo. La bestia se colocó sobre Aaron, y el notó su cuerpo húmedo y escamoso, y tan pesado que le aplastaba los pulmones. Le costaba cada vez mas respirar, pero notaba la fuerte y clara respiración del animal. Sin embargo, tras unos segundos, Aaron dejó de notar esa respiración en su cara, pero también dejo de notar el aire en sus pulmones, y la sangre recorriendo sus venas, y en un último instante, antes de que los pensamientos dejaran de recorrer su conciencia, pensó en su vida. Pensó que se acababa, y que había vivido bien y todo lo que quería. Aaron abrió los ojos por última vez, para ver la tenue luz que se filtraba en el hueco del techo de la cueva, y escuchó las gotas cayendo. No le importaba irse con ese recuerdo, sabiendo que había ayudado a todas las personas que se había encontrado en su camino. Finalmente, cerró los ojos, y todo se volvió oscuro. Se acabó.
-¡Aaaaaah!-
Aaron oía gritos. Parecían de dolor, de sufrimiento. -¿Quién es?¿Que le pasa?-.
-¡Vete, Aaron!¡Sal de aquí hijo mío!-.
-¿Madre?¡Madre!¿Qué pasa?¿Qué es esto?¿Dónde estás?-.
-¡No hay tiempo para explicaciones!¡Vete!¡Ve con tu padre, salid de aquí, iros, olvidaos y vivid, yo ya lo he hecho, no puedo hacer mas, ya estoy perdida!¡Corre!¡Tu padre te llama!-.
Aaron estaba confuso. Tenía miedo. No sabía lo que hacer. Su padre estaba a escasos pasos, y no veía a su madre. El cielo estaba oscuro, y estaban en tierra yerma. Su padre le gritaba que fuera con él.
-¡Aaron, corre!¡Tenemos que irnos!
Su voz le era familiar, no sólo de su padre. Últimamente había estado con alguien que tenía esa misma voz. Pero, ¿Cómo era eso posible? Se miró las manos y los pies, decidido a correr hacia su padre, y los vio extrañamente pequeños. Le gritó:-¡Papá!
Pero ese no era su auténtico padre, pues su padre desapareció años antes de la destrucción del mundo. Era otra persona, y sin embargo tenía la voz de su padre. ¿Su voz? Aaron ni siquiera creía recordarla.
Entonces comprendió; era un niño, el niño que años antes vivía apaciblemente, y que en ese fatídico día lo había perdido todo. Corrió angustiosamente hasta aquella persona, y se retorció de dolor en sus brazos. Había revivido aquel momento, momento olvidado. El hombre, con un gesto de mano, dijo al cielo:-Adiós, Fasidia-. Se quedó embobado pensando, como solía pasarle. La voz de su padre le llamaba.
-Aaron. ¡Aaron! Debemos irnos. Vamos. ¡Aaron!-.
-¡Aaron, despierta!¡Tenemos que irnos!
Sintió el aire en sus pulmones, le dolió. Sintió su sangre en sus venas, y dio un respingo. Estaba tirado en el suelo de la cueva, y el extraño estaba a su lado, agachado, y, por primera vez desde que lo conoció, con la cara al descubierto. El extraño tendió su mano a Aaron, y él se pudo fijar en sus facciones. Esta cara le recordó a la de su padre, o al menos, a la de la persona que había visto en esa especie de sueño. Era guapo, con ojos verdes y finos cabellos marrones, y de sus verdes ojos parecía desprender sabiduría y fuerza. Sin embargo, su cara estaba algo arrugada por el paso de los años a la intemperie. El chico se repuso y se incorporó, y fue informado. Las bestias acuáticas de la cueva estaban saliendo del lago helado por el agujero que dejó la hoguera. La habían encendido demasiado cerca del agua. Ambos decidieron que debían salir de la cueva para acampar fuera, con tal de escapar de aquellos monstruos. Así lo hicieron. Pasaron por el sitio donde anteriormente había estado el cadáver del oso que atacó a Aaron, pero del que ahora sólo quedaban algunos granos de tierra, algo de agua y un trozo de la hoja del cuchillo de oro.
Al salir, advirtieron que aún era de noche, pero la luna aportaba una fuerte luz. La tormenta de arena había amainado, y pudieron recostarse a dormir las escasas y frías horas de noche que quedaban. Al despuntar el alba, se prepararon y pusieron en marcha en seguida para buscar al grupo. Podrían estar muertos, pero si había alguna posibilidad de encontrarlos, había que hacerlo. Andaron largo rato, y cada paso se les hacía eterno, un infierno en tierra, bajo el impío sol del Páramo y a merced de toda bestia. Unas aves carroñeras con aspecto de enormes buitres los vigilaban a la espera de comida, pero nada. Cuando daban un paso adelante en una duna, la arena los arrastraba atrás, como si todas las fuerzas de la muerta naturaleza que allí moraban hubieran pactado para arrancarles la vida lentamente y dejarlos yacentes ante los buitres.
ESTÁS LEYENDO
La Torre de Cifer
FantasíaAaron ve como cae su abuela, su padre, su madre, y finalmente toda la Tierra ante la horrible fuerza desconocida que la merma y destruye. Se encuentra guiando un grupo de desconocidos a través de un páramo desconocido, hacia una tierra prometida y u...