El Operador

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Inhaló profundamente el aire contaminado, recobrando los sentidos. El dolor de espalda y el olor a humo de cigarro le dio a entender que estaba en el suelo de su dormitorio, mientras que el dolor de cabeza solo podía significar que lo que pidió no hacer ni a donde ir, terminó ocurriendo. Abrió los ojos difícilmente mientras imaginaba cómo reincorporarse minimizando el dolor y, por una vez, escuchó el insistente repiqueteo del reloj despertador, demasiado cercano a él. Giró la cabeza a un lado para ver dónde se encontraba el objeto, tirado debajo de su cama, y se estiró por el suelo para intentar alcanzarlo.

Eran las tres de la tarde y él se encontraba en el suelo con la misma ropa de siempre, en su dormitorio con solo la cama, el escritorio y un armario vacío. Se levantó mientras intentaba recordar, pero no había nada más que negro hasta que imágenes aleatorias y desordenadas daban vueltas por su cabeza. Dos sombras en un pasto, unos gritos, el humo de su cigarrillo elevándose al cielo despejado, el sonido de las ondas y vibraciones, y poco más.

Rebuscó por los bolsillos de su chaqueta en busca de las pastillas y empezó a recordarse buscando la receta médica la mañana anterior, Brian lo había acompañado a la farmacia y después él quiso hacer unas grabaciones mientras esperaban respuestas en el tejado. Encontró la receta y el frasco de pastillas recién abierto, y empezó a preguntarse qué ocurrió después. Se sentó en la cama, lo abrió y se tragó una pastilla mientras ordenaba los pocos recuerdos que tenía; se recordaba tirado en el tejado fumando, con Brian a su lado grabando el cielo. Él se río y habló sobre un animal y una chica estúpida junto a otro hombre. Frunció el ceño, ¿era sólo un hombre?

Tomó varias pastillas más.

En efecto, en ese medio día tardío, encima de la cabaña a plena claridad de la luz solar, hubo una chica y un hombre, y un ser amenazante que sujetaba algo. Alguien más atacó al animal y de pronto, solo hubo dolor... Volvió a replantear sus escasas memorias, algo faltaba.

—El humo —elevó su brazo hasta la altura de su cara—... Subía hasta desaparecer en el cielo —bajó la mano y observó el sitio vacío a su derecha—; Brian no tenía nada que grabar —no contó los segundos que estuvo mirando a un lado hasta encajar las piezas de sus recuerdos, y pensar en voz alta:

—... Y entonces dijiste algo sobre un animal y una chica estúpida. Y un hombre que saltó los arbustos —fijó la vista en las pastillas, faltaban demasiadas cosas—. El animal chocó contra la pared, pero... ¿Alguien lo empujó hasta hundir su cráneo en los ladrillos?, ¿acaso me levanté para verlo? No. Me levanté cuando dijiste que la imagen fallaba y alguien estaba allí...

Se levantó de la cama y fue al único sitio donde obtendría las respuestas: el dormitorio de Brian, al lado del suyo.

Desde que llegaron, encontraron un piso para vivir, pequeño y solo con lo básico, pero suficiente para los dos y para dormir de vez en cuando. Aunque no lo recordaba, sabía que muchas noches no llegaba a casa.

La habitación de Brian Williams era un poco más grande, sin embargo igual de despejada. A excepción de los frascos vacíos del de Tim Watson, en el otro dormitorio eran sustituidos por cámaras de vídeo y cintas VHS, HI8, mini DV y casete, datados y con los nombres de "vídeo" o "audio". Él no se encontraba en la casa, pero había dejado la cámara que usaba habitualmente y, por su suerte, seguía teniendo la cinta.

Rebobinó observando la imagen distorsionada hasta que la hora marcó las doce de ayer. En la imagen solo mostraba el camino hasta la Casa del Bosque, mientras hablaban de sus descubrimientos en sus nuevas vidas. Adelantó la grabación hasta el momento en que subieron al tejado y se tumbaron bajo el Sol. Brian había grabado escenas de pájaros y aviones sobrevolando, plumas que caían y finalmente, tomas de nubes y el humo de sus cigarrillos. Estuvieron extrañamente callados por media hora en la que el rubio buscaba distintos planos.

Cuando las dimensiones convergen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora