Krae

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Cada día que transcurría, la población humana aumentaba su paranoia a la persecución y el miedo a la muerte debido al acercamiento de octubre. A partir de ese mes las horas diurnas disminuirían, mientras que la noche llegaría mucho antes y supondría inseguridad y la posibilidad de muchos más casos de desapariciones y muertes; pero por su desgracia, no podían hacer nada más que seguir con las precauciones. Candy las recordaba a la perfección y las repetía mentalmente mientras se observaba en el espejo.

Brazos, piernas, torso, pecho, espalda..., inspeccionó todas las partes de su cuerpo para asegurarse. Pasó poco más de una semana y seguía sin saber con exactitud qué ocurrió el día en que vio a SlenderMan. Como las demás veces, no encontró nada extraño y entró en la ducha. De vez en cuando, pensaba en la posibilidad de no estar sola en el cuarto, de encontrarse con Bloody Mary al salir de la ducha o de ver algo a través de la mampara translúcida y el vapor, y a veces, lo parecía sin haber nada al otro lado.

Escuchó unos golpes en la puerta, seguidos de una voz femenina.

—¡Candy! ¿Me escuchas?

—Sí, mamá —Candy se apresuró a sacar del medio cualquier cosa que obstaculizara su oído.

—Vamos a casa de George. Al salir, cierra con llave.

—Sí —contestó y pocos minutos después, escuchó la puerta principal cerrarse.

Candy vivía en un edificio, en el último piso de cuatro plantas con dos casas habitables en cada una. Eran cuatro: sus padres Dan y Annie, y su hermano menor, Albert. George, su hermano mayor, vivía solo no muy lejos del edificio.

Sus vecinos de la puerta frontal se habían mudado hacia unos años, quedando vacío ese apartamento exactamente igual al suyo, pero volteado. Todos los demás eran adultos y solo una pareja tenía hijos pequeños, una de ellos, un bebé. En general, no había ningún problema a excepción de una señora que vivía en la primera planta con su madre, una anciana muy mayor, y su hijo. Nunca hablaba con ellos, pero por los ataques de esa mujer, Candy pensó que debía tener algún tipo de demencia. Recordó cuando alguna noche empezó a gritar en los pasillos comunes y el eco de los gritos rebotaban por todas las plantas.

Apagó el agua, se secó y cubrió su pelo goteante antes de salir y volver a analizarse brevemente. En el momento en que su móvil vibró al tono de un mensaje, Candy se vistió, se secó y peinó su pelo lo más rápido que pudo. Cerró la puerta con llave y caminó apresurada. Aun que la mañana era soleada, cada día hacía más frío. Aumentó su paso mientras pasaba las calles, notaba más movimiento de lo común y su instinto sugería que debía haber creepypastas en medio.

Al terminar el camino, una carretera separaba la acera a una plaza. Si seguía recto, cruzaría un puente encima del río, mientras que la plaza conectaba con un parque infantil a su izquierda. Detrás del parque bajaba un camino a la hierba, una zona amplia y con unos cuantos árboles dispersos, usado comúnmente para jugar a fútbol con cuidado de no caer al agua. Los sauces eran el tipo más abundante de árbol y debajo de uno, la vio.

Desde pequeñas, Krae y Candy eran amigas. Ella era italoamericana, de tez trigueña y el cabello muy largo y ondulado, marrón rojizo y siempre recogido. Aunque Candy fuera siempre más alta, sabía que nunca nadie debía meterse con ella delante de Krae o con ella misma. De hecho, posiblemente Krae tendría muchas más posibilidades de sobrevivir huyendo de algún creepypasta que ella.

Pasó lo más silenciosa y lenta que pudo a sus espaldas. Su plan fue bastante fácil, pero rápidamente tuvo que pensar con qué asustarla. Antes de que hiciera cualquier cosa, Krae dio un paso hacia atrás, chocándose contra ella.

—¡Candy, santo cielo! ¡Me has asustado! —exclamó y, sin dejar que haga nada, agarró su brazo y se escondieron detrás del árbol. Susurró, señalando la dirección en la que miraba anteriormente—. Mira eso.

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⏰ Última actualización: Feb 17, 2021 ⏰

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