Nota de suicidio.

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Respiré profundo una vez más.

Ya estaba hecho, el primer paso estaba dado. Había colgado la nota en la puerta del refrigerador, no era el sitio más adecuado para dejar una nota de suicidio, pero era imposible no notarla.

Y a ella.

A ella también necesitaba verla, necesitaba despedirme o al menos hablarle por última vez. Ver esos preciosos ojos hazel y acariciar con todo el amor del mundo sus labios.

Caminé decidido hasta el hogar de mi último deseo. Ya me encontraba en la acera frente a su casa, incluso podía vislumbrar su ventana desde aquí. Las luces estaban apagadas en todo el hogar y con razón si eran pasadas de la medianoche. En realidad no me importaba, la hora era lo de menos.

No tenía razones en concreto para morir. Todo el mundo tiene problemas, los míos no eran menos, yo simplemente abrí los ojos hoy, nada mejoraba y decidí ponerle fin.

El amor que siento por Dana pudo haberlo evitado, tal vez, pero bien se sabe que no se vive solo de amor.

Me colé en su habitación como muchas otras veces y la vi dormir. Incluso así parecía mas angelical y dulce que siempre. Su cabello pelirrojo siempre estaba ondulado y suave y su rostro se mantenía sin ninguna imperfección, terso y delicado como seda, con algunas pequeñas pecas que adornaban su nariz y sus pomulos.

Me acerqué a ella y retiré unos cuantos mechones de su frente, acaricié su mejilla con el dorso de mi mano y eso la hizo despertar.

Olvidé que tenía el sueño ligero.

Sus orbes me enfocaron y sonrió. No esperaba menos, fue como un suspiro de alivio que casi me hace retractarme pero no fue así. Ella estará mejor sin mi, ella merecía a alguien mejor que yo.

-¿Qué haces aquí Keith?-preguntó incorporándose soñolienta.

No le respondí. Tomé su rostro entre mis manos y la besé.

Delicado, dulce, romantico, profundo, como si no hubiera un mañana, al menos para mi no lo habría.

Me separé un poco y la observé, grabando en mi mente todas y cada una de sus facciones.

-Necesitaba verte.- volví a besarla -Adios Dana.

Esas fueron mis últimas palabras hacia ella y tal como llegué me fui. Pude observar como la confusión pasó por sus ojos, le sonreí tierna y sinceramente, ella merecía mas que una simple sonrisa, besé cortamente sus labios y abandoné su casa.

Corrí lo más rápido que mis piernas daban, no podía y no quería permanecer un segundo más con vida.Llegué al lugar más alejado y alto que pude.

Me encaminé por las escaleras de emergencias del hospital psiquiátrico abandonado.

Un poco irónico ¿no?

Subí hasta la azotea y me senté en la barandilla, que dividía el techo de la corniza, y contemplé por última vez la fusión de las luces de la ciudad con el manto azul oscuro del cielo, mientras las estrellas tintineaban de vez en cuando como pequeñas luciérnagas inquietas.

Dicen que cuando vas a morir toda tu vida pasa por tus ojos en retrospectiva. Yo decidí rememorar mis mejores momentos, pude contarlos con los dedos incluso. En total eran cinco, patético ¿cierto? Esa palabra resumía mis 19 años de vida, es todo lo que era, soy y seré, patético.

Llené de oxígeno mis pulmones, visualicé el rostro de Dana en mi mente y con el perdí todo el sentido común que poseía.

Me lancé sin mas al vacio, no había nada importante para mi, yo no era importante, yo era nadie.

Y ahora...

Nada.

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