|VI: LIBRE|

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|Libre|

I'm not gonna listen to what the past says
I've been waiting up all night
Take another drag turn me to ashes
Ready for another lie?

Diet Mountain Dew- Lana Del Rey.

La pintura en el cielorraso parecía moverse sobre mi cabeza; girando, girando y girando. Las figuras se distorsionaban y la oscuridad me prohibía la visión más allá de los objetos con colores claros–que no eran muchos, a decir verdad–. El reloj de pared sobre la puerta hacía tic tac marcando las 3:25 a.m., reflejando con claridad cada minuto que mis ojos permanecían abiertos e irritados.

Las cenizas del lirio aún se encontraban dentro de mi puño, conservando su calor inicial y pegándose a mi piel con pequeñas llamas que se desvanecían con rapidez. ¿La he matado yo o estaba hechizada para morir?

¿Acaso el lirio significaba que Tom Riddle me mataría?

Creo que sería una completa mentirosa al decir que no me preocupaba, que era algo que no me importaba, porque en realidad lo hacía; me preocupaba. Todo lo hace si se trata de él. Quizás esa sea la razón principal por la cual mi cabeza no paraba de dar vueltas como un carrusel de feria. Él me aterraba, me consumía lentamente como un cigarrillo a mitad de la noche que calma los nervios del insomnio y relaja los fantasmas que susurran hacer cosas indebidas contra mi persona.

Tom Riddle emanaba una extraña forma de poder que me erizaba la piel; su caminar era imponente, su porte perfecto, su mirada fría y crítica con la que me acusaba ante cualquier mínimo error que cometía. Su aura oscura perturbaba mi ser y el bosque en sus ojos flaqueaba cualquiera de mis extremidades. Cuando él me notaba, me miraba o hablaba me temblaban las rodillas y me sudaban las manos, mi pecho aplastaba mis pulmones al dejar de respirar y mi corazón latía con tanta fuerza que sería capaz de llenar un océano con su bombeo de sangre.

Y claro que luego de que aquello suceda corro hacia mi habitación como una niña pequeña para tomar el libro viejo escondido debajo del colchón que contiene cada uno de los días vividos en este lugar. Sé que deberé de deshacerme de él en cuanto mis pies pisen otro terreno que no sea propiedad de los Riddle. Lo sé con tanta claridad que me deja con un asqueroso sabor amargo en la boca del que no puedo deshacerme.

Porque es que en realidad el pensar demasiado, abrumada dentro de este rectángulo oscuro con cortinas pesadas y cuadros viejos–que muchas veces siento que me observan–, me consumían de la misma forma que él lo hace cuando sus ojos boscosos se posan sobre mí.

Creo que el volverme loca comienza a ser una opción.

Una opción muy acertada dadas las circunstancias en las que mi juicio y razón se encuentran.

Y como si fuese poco, los cuadros me hablan. No como en Hogwarts que ellos tienen una extraña vida propia, sino más bien como susurros lejanos que me aconsejan que hacer en cualquier momento del día; como bajar a la cocina en busca de agua aun teniendo un vaso a medio terminar en la mesilla de noche.

Siempre aconsejando lo peor para mí.

Tal vez solo es mi cabeza jugándome en contra.

Y como siempre, no me sorprende.

El frío golpeó mis rodillas en cuanto abrí la puerta que daba al pasillo, sonrojándolas ante las gélidas temperaturas de finales de invierno. Han pasado cinco semanas desde que llevo aquí dentro y he notado que el frío de la mansión es más cálido que el que su cuerpo emite–incluso cuando la calefacción se apaga escarchando los marcos de metal de las obras colgadas en las paredes–. Mis ojos apreciaron el color azul del otro extremo del pasillo, el cual se iluminaba con la suave luz de Luna que se colaba por los ventanales, y me obligué a seguir el camino sugerido anteriormente por los susurros cuando mis manos quisieron tomar ese pomo dorado para ver el interior de la habitación.

••TE ODIO••Donde viven las historias. Descúbrelo ahora