Prefacio

17 2 0
                                    


Mi Liliana me enseñó el lado alentador de la lluvia. Me costó mucho tiempo poder verlo de ese modo y es por eso que, ahora mismo, desearía que no estuviera lloviendo.

Una cortina de gotitas atraviesa la luz amarilla de una lámpara en la esquina de la calle, convirtiéndose en destellos dorados en medio de la oscuridad. Y su alrededor, como finos dedos que tratan de atrapar la luz, las ramas rebeldes de un pino son iluminadas como en una fotografía de Pinterest.

Gabriel y yo hemos estado parados bajo la escasa luz de esta lámpara durante los últimos quince minutos y la humedad ya comienza a atravesar la gabardina que me cubre. No hace viento, pero el frío de la noche entra como corrientes de aire por debajo de mis mangas.

Trato de buscar las palabras, una vez más, para romper con el silencio, aunque claro que sería más fácil si no tuviera que preocuparme primero por aguantarme las lágrimas.

—Tú… me pediste que, si esto llegaba a pasar…—dice él con cierto temblor en la voz que, me obligo a creer, es provocado por el frío.— Me pediste que fuera honesto contigo.

—¿Estás enamorado de ella? —Mi voz apenas se escucha entre el sonido crispante que se hace cada vez más fuerte, y ruego por no parecer tan destrozada como en verdad me siento.

Aprieta los labios y después me mira a los ojos cuando dice:

—Sí…

Algunos meses más tarde de haber comenzado a salir con él —y guiada por la mala experiencia de la relación de mis padres—, tuvimos una conversación de varias horas: él conocería a alguien, o tal vez lo haría yo, e íbamos a decirlo para terminar con nuestra relación de la mejor manera posible.

Muchos de mis amigos me dijeron que aquel acuerdo serviría de mal augurio, que llevaría nuestra relación a la desgracia —y quizá fue cierto—, pero preferí verlo como la mayor expresión de comunicación y confianza en una relación.

Necesitaba cometer errores diferentes a los que ya había visto.

Sin embargo, no sé si eso me hace sentir mejor. Debería, puesto que fue algo a lo que estuve de acuerdo; pero no voy a mentirme diciéndome que el dolor no está. Lo siento, dentro de las costillas, como si hubiera una bolsa de aire en el interior creciendo cada vez más.

Si no lamentara tanto la idea que Liliana me había dejado sobre la lluvia, quizá podría agradecer que mis lágrimas pasan desapercibidas.

—Está bien. —Intento sonreír, tratando de secarme el rostro con las mangas aún secas. —Ya habíamos acordado esto.

—Nath, yo no…

—Está bien, Gabriel —digo con diversión, una que no siento en lo absoluto—. Esto no va a cambiar nada. Lo que pensamos… aún coincidimos en eso.

Asiente con la cabeza, lento y dudoso. Parece no estar convencido sobre eso último y quizá debido a que, no muy en el fondo, yo tampoco puedo creerlo.

Se despide de mí con lo que ahora es un distante gesto de cabeza y después se va, corriendo a través de la calle que refleja el brillo de los faros sobre la superficie mojada.

Aprieto los ojos y un sollozo escapa de mi boca.

No debería estar triste. Al final, he obtenido lo que le había pedido en un comienzo. Y somos jóvenes. La vida nos habría deparado otros amores y, en algún momento, quizá, nos habríamos roto el alma más que esta vez.

Lo que viene despuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora