Liliana

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La luz del sol entra por la ventana de mi habitación, con un tono naranja muy brillante; se refleja en la pared gris pálido en el fondo y hace que todo el cubo se ilumine. Es gloriosa esta hora de la tarde, poco antes del atardecer, donde los rayos del sol son perfectos para disfrutarlos y no morir en el intento.

La pequeña Li abre la puerta con un codo, sostiene un plato de sopa con espinacas con ambas manos y la saborea mientras llega a la pequeña mesa que hemos montado frente a la ventana. Tomamos la cena en este lugar desde hace muchos meses: nos sentamos y miramos los partidos de básquetbol que se llevan a cabo en las canchas a unos metros, apostando raciones de cereal para la ganadora. Algunas veces se acercan a hablar con nosotras algunos de los chicos que juegan porque nos pillan gritándoles porras y Liliana se derrite como si fueran los basquetbolistas famosos que pasan por televisión. Ella asegura que lo serán algún día y que hablarán en sus entrevistas sobre la niña que los apoyaba desde la ventana.

Se sienta a mi lado y se pone la mano sobre las cejas como un saludo militar, cubriendo sus ojos del sol del atardecer.

-Le llevé su plato a mamá -dice, toma la cuchara llena de sopa y se la lleva a la boca. Habla con las mejillas llenas después de eso-. Tiene más sueño que antes.

-¿Te respondió? -pregunto, mirándola.

-Sí. Dijo: "Ujum".

Exhalo en silencio. Puedo tolerar que sea indiferente conmigo, pero no con Liliana. Parece darle igual sobre de quién de las dos se trate cualquier situación. Al principio, esperaba que reflexionase acerca de sus actos pensando en Li, pero no lo hizo. Y ahora no la entiendo.

-Oye... Hay algo que quiero hablar contigo -le digo, tratando de sonar casual-. ¿Qué te parece si vas vivir con papá?

-¿La siguiente semana?

-No... Para siempre.

Me mira con un movimiento rápido de cabeza. Tiene los ojos muy abiertos, como si fuera por sorpresa, pero sus cejas se inclinan hacia abajo, hacia sus orejas, revelando la preocupación, confusión o ambas.

-¡¿Por qué?! -chilla.

-Es que...

-¿Ya tampoco me quieres?

Su pregunta me atraviesa el corazón. De todas las cosas que esperaba que pasaran por su cabeza, no creí que dijera esto.

-¡¿Qué?! ¡Por supuesto que te quiero!

-¿Entonces? -pregunta con su vocecita a punto que quebrarse.

Giro el cuerpo en su dirección y tomo sus pequeñas manos entre las mías, con fuerza, en un intento por hacerle saber que, de todas las cosas en el mundo, tenerla lejos es lo que jamás permitiría.

-Hablé con Gabriel y ambos estamos de acuerdo en que no es justo que pases por todo esto con mamá - murmuro las últimas cuatro palabras.

-Tú también estás aquí.

-¡Sí! Pero yo ya tuve momentos felices. necesitas más momentos felices y no los estás teniendo aquí. -Agacha la cabeza y se queda así por un momento, como si lo estuviese pensando. No dice nada así que hablo de nuevo: -Además, no estaremos lejos todo el tiempo; iré a verte y saldremos siempre que pueda.

-Quiero quedarme contigo -murmura, sin embargo, ahora suena molesta-. No importa en dónde; con papá o con la abuela o aquí. Quiero estar contigo.

Le sonrío con ternura mientras siento las lágrimas picarme la nariz. La rodeo con mis brazos y beso su cabeza, mientras que en mi mente resuena la idea de cambiar de planes.

Lo que viene despuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora