Abril

9 2 0
                                    

Miro a mamá desde la puerta de su habitación mientras ella duerme. Su respiración acompasada es radicalmente diferente a la noche anterior, y me gusta pensar que significa algo bueno. No recuerdo cuándo fue la última vez que la ví así, en calma. Su vida comenzó a arruinarse cuando nos fuimos de casa, hace poco más de un año, pero su mente... esa estuvo cayendo a pedazos desde mucho tiempo atrás. Quizás esa sea la razón por la que me empeño tanto en ayudarla; siento que, al no haber hecho nada hace años, me obliga a hacer algo ahora.

Suelto un suspiro largo una última vez antes de avanzar por el pasillo y salgo por la puerta principal segundos después.

Mientras camino por la calle, rumbo al restaurante, no puedo dejar de pensar en mamá, en Liliana y en lo que va a pasarme si esto no sale como planeo. Estoy dividida en dos deseos que no puedo cumplir al mismo tiempo y que sin ellos estoy perdida. El primero es permanecer junto a Liliana y, el segundo, es ayudar a mamá. Aunque, a estas alturas de mi vida, estoy más cansada que dispuesta.

—¡Hey, Nath!

Detengo mi andar descuidado cuando una mano me toma del hombro y, al seguir con la mirada al resto del brazo, mis ojos terminan en los de Gabriel. Él frunce el entrecejo con intriga.

—Hola. No te había visto —digo en una miserable manera de saludo—. ¿Qué haces aquí? Vas tarde de nuevo.

—Decidimos tomarnos unas horas antes de clases —señala con el pulgar hacia una panadería a su izquierda.

Las puertas corredizas de vidrio se abren y dejan ver a la chica que fue a buscarlo al restaurante hace unos días. La imagen de ellos dos besándose me llega a la mente y me siento apretar los dientes con fuerza. No sé si el hecho de que ella parezca alguien tan dulce hace me duela todavía más.

—¡Hola! —Nos saluda, levantando la bolsa de papel entre sus dedos.

—Abril, te presento a Nath, ella es... —Gabriel me mira como si no supiera muy bien qué decir.

Bajo otras circunstancias, me reiría de su expresión.

—Una vieja amiga de la familia — termino por él. Ahora mismo es mejor evitar cualquier tema que requiera explicaciones. Y energía...

—Mi madre y su abuela son amigas.

—Muy amigas —confirmo.

—Vaya, es un placer. —Abril extiende su mano en mi dirección y yo la estrecho con firmeza.

Pero siento algo, en el pecho, que me carcome la garganta. Se parece al enojo, pero quema diferente, con cierta impotencia, y sé casi de inmediato de qué se trata. Son celos. Estoy celosa de que sea ella quien haya llamado su atención, que sea a ella a quien él quiera besar y que sea en esos ojos donde él pierda un poco de la vida.

—Yo... no les interrumpo más —digo, caminando de reversa—. Voy tarde al trabajo.

—Espera. —Gabriel me detiene.— ¿Dónde está Liliana?

Trago con fuerza. No sé porqué me cuesta tanto oír sobre ella cuando no la he perdido todavía.

—Vive con mi padre ahora —le informo—. Tú lo dijiste. Es mejor para ella que viva con él.

—¿Y tú te quedaste en casa con tu madre?

Carraspeo. No sé si lo ha notado, pero hablar de mi vida con su nueva novia escuchándolo todo no me hace mucha gracia.

—Sí, bueno, yo...

Soy interrumpida por una canción que desconozco y que proviene del celular de Gabriel en su bolsillo trasero del pantalón. Él toma el aparato y se lo lleva al oído, haciéndome una seña con los dedos que me indica esperarlo, aunque no sé exactamente para qué.

Lo que viene despuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora