Llámame si me necesitas

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Liliana se levantó temprano esta mañana. Se vistió rápido y trató de peinarse por sí misma, aunque tuve que darle una mano con eso último. Ella no dijo nada, pero apostaría que estaba tratando de salir de casa tan rápido como fuese posible, por lo cual no puedo culparla.

Le aviso a mamá entre gritos que nos vamos y no espero a que responda para cerrar la puerta y salir de casa.

—¿Nath?

—¿Hmm?

—¿Por qué mamá llama a Linda de esa manera?

La sujeto de la mano mientras cruzamos una calle de camino a la escuela, tomándome un momento para pensar la respuesta.

—Es que no la conoce ni un poco.

—No me gusta que se enoje con nosotras. —Suspira, mirando con sus grandes ojos cafés algún punto en el suelo.— ¿Debería dejar de ir a casa de papá?

—¿Recuerdas cuando papá nos compró aquella consola de videojuegos? —pregunto, mirándola de reojo. Ella asiente, no entendiendo el punto.— Él nos dijo que debíamos compartirlo porque lo compró para ambas. Era tuyo y mío y por eso debíamos turnarnos para jugar con él. —Ella lo analiza un instante, y después continúo: —Tú y yo somos como esa consola que deben turnarse mamá y papá. Deben aprender a compartir.

Nos detenemos frente a la escuela que ya está abarrotada de padres y niños. Saco mi cartera y busco monedas para comprarle a Li un sándwich, como cada mañana.

—¿Nosotras somos la consola?

—Sí. —Suelto una pequeña risa.— Pero a mamá no le gusta compartir. Por eso se enoja mucho.

—Ah —murmura, como si ya lo hubiese entendido. Solo espero que así sea.

De pronto, su pequeño dedo índice, envuelto el la tela de un grueso guante, arrastra a su brazo a señalar un punto en el frente, mientras sus piernas se agitan en pequeños saltitos.

—¡Ah! ¡Gabriel!

Sale corriendo en dirección al alto chico de cabello negro, quien apoya las rodillas en el piso para recibirla con los brazos abiertos. Yo intento sonreír, pero apenas puedo respirar. Mi corazón reacciona a él como lo hacía en el principio; dejó de ser tan abrumador con el tiempo, pero ahora ha vuelto a perder la estabilidad.

—¡Qué gusto verte! —La saluda Gabriel con la sonrisa dulce que le mostró cada día desde que se conocieron.— Llegas tarde, Li.

—No es cierto —Liliana arruga la nariz en desacuerdo.

—Paso por aquí para ir a la universidad, pero no te había visto estos últimos días.

—Mamá se enojó con nosotras y nos tuvimos que ir con papá.

—¡Liliana! —la llamo, tratando de evitar que hable todavía más.

Gabriel levanta la vista de mi hermanita para dirigirla hacia mí, con todo el peso que eso implica.

—Bueno, me tengo que ir —dice ella y se acerca para besar la mejilla de Gabriel, quien le devuelve el gesto—. ¡Ten un buen día!

La niña me arrebata el sándwich con prisa y desaparece corriendo dentro de las puertas metálicas color beige de la escuela.

Suspiro, más enfadada que incómoda.

No quería que Gabriel supiera algo de esto y ahora sabrá que le mentí. No le había mentido nunca respecto a mis problemas, no cuando él preguntaba, y no sé si es buen momento para comenzar.

—Así que… —Se levanta.— Eso explica la semana ausente.

—Parece peor de lo que en realidad es. Nos divertimos mucho —le aseguro.

—Puede ser. —Se encoge de hombros.— Pero tú no te quedaste con tu padre.

Frunzo el ceño.

—¿Cómo sabes que no?

—Porque nos encontramos con Theodora en el mercado. Le contó a mi madre lo que pasó y, bueno…

—Mi abuela no conoce el significado de discreción —bromeo, no tan contenta.

—Es amiga de mi madre, así que es normal que se lo haya contado.

Exhalo. Estoy apretando los dientes muy fuerte, pero me ayuda a no ir a visitar a mi abuela para exigirle una explicación.

—¿De verdad estás enojada? —dice él mientras ladea la cabeza como si estuviera analizando una estatuilla en el museo.— Soy yo quien debería estar enojado. ¿Por qué no me dijiste lo que pasó?

—No sabía sí… podía —digo, más bien murmuro, bajando la mirada a sus blancos zapatos deportivos.

—Bromeas, ¿no? Dijiste que no cambiaría nada, ¿por qué eso sí? —No respondo. Me avergüenza mi propia incoherencia entre lo que digo y hago. Él suspira y retrocede un paso mientras dice—: Vamos, te acompaño al trabajo.

Caminamos hacia el restaurante a paso lento, un ritmo puesto por él. Y yo trato de ignorar el hecho de que va a perderse por lo menos las dos primeras clases por acompañarme hasta allá. No sé si debería recordárselo o no, pero sí sé que quiero tenerlo caminando a mi lado todo el tiempo posible.

—¿Qué pasó? —pregunta, rompiendo el silencio.

—Ese día, cuando nosotros… —Omito esa parte. Ni siquiera sé porqué me cuesta tanto decirlo.— Linda se ofreció a pasar el día con Liliana mientras yo hacía horas extras. El plan era encontrarnos a un par de calles de casa para evitar que mamá la viera, pero llegué tarde. Mi madre armó una escena en el patio, gritándole a Linda. Li lloraba y no se me ocurrió otra cosa más que intervenir. —Suspiro.— Ya sabes lo que mi madre piensa sobre Linda. Dijo que no quería volver a verme si estaba dispuesta a defenderla. Así que tomé a Li, le dije a mamá dónde podría encontrarme y Linda me llevó a casa de la abuela.

—¿Por qué volviste con tu madre, entonces?

—Porque… —Lleno mis pulmones de aire, tratando de no ponerme a llorar ahora mismo, a unos minutos de llegar al restaurante.— Porque mi madre es alcohólica. No puede cuidar de sí misma y alguien tiene que hacerlo.

—Nath…

—No puedo dejarla sola, Gabriel. Por mucho que me moleste lo que diga o haga, no puedo dejarla.

—¿Y qué hay de Liliana? ¿Tiene que tolerar todo esto?

—No puedo darle nada más.

—Tu padre puede.

Me mantengo en silencio un momento.

Ya había hablado con Gabriel acerca de esto. Cuando todo comenzó, él creyó que las botellas de whisky de mi madre eran parte de su duelo, pero ha pasado un año y, si había un duelo, mi madre se estancó en alguna etapa de este. Siempre, desde el principio, Gabriel estuvo preocupado por Liliana más que nunca y más que nadie; me pedía cosas como no dejar que viera a mamá beber o que la llevara con él para ir al parque. Siempre se preocupó por mi hermana y aunque las circunstancias han cambiado la intención es la misma.

—Yo… voy a tener que hablarlo con él porque, sinceramente, también estoy cansada de que ella tenga que pasar por algo así cada día.

Lo veo asentir con la cabeza y ese gesto es todo lo que necesito para poner la idea en mi lista de cosas que debo obligarme a hacer.

Nos detenemos frente a las puertas de vidrio del restaurante. He llegado tarde, pero mi jefe sabe el motivo así que no tengo porqué preocuparme, sin embargo sí que me preocupo por Gabriel y las clases que se ha perdido.

—Que no vuelva a pasar eso de saltarte las clases por servirme de terapeuta —intento bromear, pero él aprieta los labios en una delgada línea. No está de acuerdo.

—Que no vuelva a pasar eso de no decirme lo que te sucede.

Sonrío.

—Sí, ya aprendí la lección. Te enterarás de todos modos.

—Así es. —Me devuelve la sonrisa.— Te veo el próximo domingo. Tienes mi número, llámame si necesitas cualquier cosa.

Le respondo con un asentimiento de cabeza y, justo después de eso, él se da media vuelta y sigue su camino.

Lo que viene despuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora