31 de diciembre| Noche vieja

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Su largo cabello brillaba tenuemente a la luz de la luna, mecido delicadamente por el viento de la media noche; las ásperas manos eran torturadas por el crudo frio invernal que se instalaba allí en esas fechas y acariciaban cada banco solitario en la plaza vacía.

Alrededor de la plaza se alzaban soberbios varios edificios de los cuales las ventanas rebosaban de luces de colores y, a pesar de la distancia considerable, se podían percibir murmullos alegres tales como una multitud de campanas quienes cuyos dueños alzaban copas cercanas a sus bocas expectantes del lento pasar del tiempo. Era noche vieja, las uvas y las copiosas comidas eran características en varios lugares para despedir el año viejo y recibir al nuevo.

Destacando sobre los edificios, en el centro se encontraba un imponente rascacielos que tenía delante de él una gran pantalla en la que los números, digitalizados, representando la cuenta regresiva brillaban de manera especial.

Los ojos de la joven adulta cambiaban de dirección cada segundo, con la misión de localizar el mejor asiento, encontrando la ubicación más privilegiada con todas las exigencias cerca del árbol de Navidad que sería retirado mañana en la mañana. El céntrico banco de madera con bordes de metal era perfecto a sus ojos.

Acaricio a su paso cada guirnalda escarlata, sentándose de manera pesada como si hubiera recorrido una larga distancia antes de poder sentarse. Inclino su cabeza hacia arriba visualizando la bóveda celeste tratando de encontrar luz en las estrella que a duras penas se podían ver por la contaminación lumínica, colocándose la bufanda que llevaba guardada en su bolso. Espero que el objeto alrededor de su cuell0s le otorgara algo de su calor pero no hizo otra cosa que evidenciar la falta de este, rindiéndose al cabo de un instante.

Era consciente de ello, de la desesperación que emanaba un sudor frio, una gélida sensación se apoderaría de ella sin rastro de piedad en cuanto el reloj tocara las doce de la noche.

Seria despedida como símbolo de su inutilidad.

···

Soledad.

Con esa palabra podía definirse con facilidad una gran parte de su existencia. Una verdad algo cruel.

Al momento de no ser el único, no solo perdió un poco de atención, lo perdió todo. Más que humano se asemejo a un fantasma por una década.

Cuando su existencia comenzó a recobrarse, ocurrió lo único que no había previsto. Espero de manera paciente, cada segundo contado para volver a sentirse amado, aun así no pudo evitar sentir que ya no era agradable. Prefería seguir como estaba, ya que inconscientemente asumió la perdida y elimino la posibilidad de recuperación.

Desde esa mala experiencia, una especie de temor que no dejaba que formara lazos con alguien fue creciendo. Muchas personas a l percibir su algidez, su espíritu frio, sacaban conclusiones de que simplemente no tenía emociones, que no festejaba ninguna fecha por lo mismo; extrañamente se hallaban en un error debido que sabía de fechas más que cualquier otro pero no le llegaba nada. Ni la alegría de un cambio, la incertidumbre o cualquier gesto.

Estaba frente a uvas y vino, llevaba una corbata que tenía 2019, pero no sentía nada. La sensación de monotonía se instalaba en su corazón y no permitía que las otras emociones entraran con un miedo silencioso a ser lastimado otra vez.

Cansado se retiró un cuarto de hora antes para abrigarse exageradamente y salir. Sin esperanza alguna de buscar sentimiento alguno, sino para sentir otro tipo de frio y no ver la mesa grande del living solitaria como de costumbre.

····

Eran como un pino y un cedro, diferentes innegablemente pero eran árboles. Diferentes pero tan iguales a la vez.

Cada uno se sentó en el banco contrario, llevados por motivos distintos, separados únicamente por el inmenso pino de Navidad que bloqueaba la visión del otro lado.

Para ella, el primero de enero, se mofaba de su infortunio riéndose en su cara.

Para él, era un día cualquiera. Por más que lo celebrara le era una festividad insignificante ante su frío ser.

La joven llevaba vestida con un saco blanco capaz de mimetizarse con la nieve, una camisa, una bufanda de color perla, botines negros y una falda del mismo color; soportando el frio que se filtraba por sus piernas estoicamente, como si fuera una especie de castigo por fallar tan pronto. El joven, se abrazaba a sí mismo, portando una abrigadora chamarra de pluma, pantalón abrigador, orejeras y una bufanda el doble de grande que el de la mujer que le tapaba toda la boca y protegía parte de la nariz.

Sincronizados, se incorporaron repentinamente de sus asientos rodeando el árbol por sentidos contrarios encontrándose tras recorrer un par de metros con sus respectivos pasos lentos y pesados.

Al verse, una simple mirada se los dijo. Lo que miles de personas ignoraban o no descubrían lo supieron al instante en cruzar la mirada, sus problemas y miedos. La nieve caía suavemente por encima de sus cabezas, mientras el último timbre del año resonaba fuertemente, y el 2019 por fin había llegado.

En otros lugares, miles de personas brindaron alegremente levantando las copas y haciéndolas tintinear al chocar con sus semejantes.

No sentía miedo, a pesar de saber lo que ese sonido simbolizaba para ella.

No fue otro ruido más para él.

A pesar de no conocerse se aproximaron el uno al otro, abrazándose

- Feliz año nuevo – exclamaron susurrando después sus nombres que no se escucharon debido a los fuegos artificiales que surcaron el cielo.

Solo sabían algo.

Ese año.

El año 2019.

Seria distinto.

Quiero Verte Otra VezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora