Parte 3: Tentación mortal

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La joven abrió la ventanilla ligeramente, y con los ojos cerrados dejó que la brisa fresca de la mañana ondeara su larga melena negra. Contempló a través del cristal entreabierto el austero paisaje que recorrían a toda velocidad y el curioso aroma extrañamente reconfortante que liberaba la locomotora. Nunca le habían gustado los trenes. Demasiada gente. Demasiados pensamientos. Había elegido la única cabina vacía de la zona más delantera del tren, donde poca gente deseaba sentarse debido al estruendo de los relámpagos traqueteando en el motor. No quería distraerse con pensamientos inútiles, debía centrarse en su cometido.

Sus pensamientos comenzaron a divagar, tratando de encajar las piezas del puzle de nuevo, intentando darles una explicación menos nociva, pero no la encontró. Las casas comerciales que empujaron a ese lado del Continente a la Guerra estaban lejos de terminar su lucha. Habían cambiado el acero por la política, las batallas y asedios por opas hostiles, y el genocidio por una forma más selectiva de asesinato. Todo lo cual había resultado en una cierta mejora de la calidad de vida de la gente corriente. Esto era especialmente evidente al compararla con los negros años que habían acompañado a la Guerra que los mismos que hoy monopolizaban las altas esferas habían provocado. Pero sus ambiciones y rivalidades seguían intactas, e incluso habían aumentado con los años, como si de un volcán durmiente se tratase. Espionaje empresarial, tratos de favor, extrañas desapariciones... su poder parecía no tener límites ni escrúpulos. Y con tal de alcanzar sus ambiciosos y oscuros fines no parecía importarles lo más mínimo el daño que pudieran hacer a aquellos que estaban bajo su mandato y que, de forma directa o indirecta, se contaban por millones. La rueda giraba inexorablemente, y aquella tensa paz amenazaba por quebrarse de un momento a otro.

Con aquellos perturbadores pensamientos, aderezados junto con antiguos recuerdos y vagas cicatrices mal sanadas, se había visto obligada a convivir durante años. Y ahora, los fantasmas del pasado volvían con más fuerza que nunca, haciendo que ese breve viaje cobraba un cariz terroríficamente personal y moralmente mucho más importante para ella. Una sutil sensación de inseguridad la había perturbado desde que había visto aquel tren en el andén, aunque hacía horas que había aprendido a acostumbrarse a ella. No había perdido la pista de su objetivo desde que partieron. Podía sentirlo cerca. Parecía que a él tampoco le gustaba la muchedumbre, aunque sabiendo de quién se trataba era más probable que el único motivo por el que se había sentado cerca de la estruendosa locomotora fuera para tener acceso al asiento de la ventanilla y poder admirar la estructura del puente que pronto recorrerían. No era necesario tenerlo enfrente para cerciorarse de su seguridad y, para ser sinceros, prefería permanecer como una completa extraña ante él.

Desde pequeña había descubierto que tenía aquel curioso don. Reprimida durante años, a menudo temida por muchos y en ocasiones odiada por la mayoría. En parte lo comprendía, le había costado esfuerzo y dolor no entrar involuntariamente en los pensamientos de otros, y si lo había conseguido no era por ellos, sino por el bien de su equilibrio mental. Había descubierto secretos tan oscuros, fantasías tan perversas, ideas tan malignas y crueles en gente tan aparentemente bondadosa y altruista que en numerosas ocasiones en su más tierna infancia se había visto empujada a largas temporadas de reclusión y depresión. Gente en la que confiaba, a la que creía compasiva y amable, se desvelaban ante sus ojos como criaturas frías, manipuladoras, o incluso crueles. Siempre debía estar en guardia, en tensión, para evitar que su habilidad alzara sus alas y le dijera tantas cosas que no quería saber... Aunque la verdad era que en ocasiones no habría podido vivir tranquila sin ello. Sabía en quién debía confiar y a quién evitar. Podía saber qué era lo que le sucedía a un paseante taciturno o cuáles eran los momentos más alegres de la vida de cualquiera de sus antiguos amigos. Ella siempre había intentado mantener ese equilibrio, averiguando lo justo de una persona como para conocer sus inquietudes y deseos más sinceros, intentado evitar lo más profundo y siniestro de su ser. Aunque echaba en falta la ignorancia. El saber tiene un precio.

Marionetas de ObsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora