Thorn se quedó perplejo al observar el interior de la habitación tras echar abajo aquella pesada puerta. El habitáculo estaba extrañamente oscuro, y no parecía que hubiera ni un alma. ¿Un almacén en mitad de un vagón de pasajeros...? Las ventanillas estaban pintadas de negro, y los asientos vacíos parecían no haberse usado en todo el trayecto... salvo uno. Su mirada se detuvo repentinamente en algo que brillaba en la oscuridad. Desde el umbral pudo ver que se trataba de una especie de cilindro de vidrio, el cual contenía algún tipo de reacción química que desconocía. En su interior, un oscuro fluido verdoso ligeramente brillante se arremolinaba violentamente. El extraño cilindro estaba acoplado a una estructura más grande que ocupaba buena parte de la estancia. Sin duda era alguna clase de máquina, pero no lograba comprender su cometido. Antes de poder seguir examinando aquel curioso aparato vio que algo se movía en el pasillo. Rápidamente volvió la mirada y entonces pudo verle.
Un ser encorvado, encapuchado y con una larga túnica hasta los pies acababa de salir de un par de habitaciones atrás. Ambos se detuvieron unos instantes, examinándose con cautela. Thorn no pudo ver su rostro bajo aquella larga capucha, pero no era necesario. De pronto, en el lapso de un pestañeo, aquel encapuchado cargó una poderosa patada contra una de las ventanas del pasillo, quebrando el cristal en mil pedazos.
—¡Rata putrefacta! —gritó Thorn con furia mientras corría apresuradamente blandiendo su acero— ¡Sabía que te encontraría aquí, escoria! ¡No escaparás esta vez!
El encapuchado se encaramó a la ventana justo en el momento en el que aquel furibundo forjado estiraba su brazo para agarrarle. Thorn lanzó un grito de rabia mientras con un ágil salto aquella figura se arrojaba a un vacío mortal. Era demasiado rápido y escurridizo. Pudo sentir bajo sus largos dedos cómo aquel ser que tanto odiaba se abalanzaba cañón abajo, dejando atrás su túnica atravesada por un filo de metro y medio. Desde su impotencia, no pudo sino ver cómo, mientras caía, aquella criatura desplegaba unas oscuras alas negras como la noche y se lanzaba al vuelo fuera del alcance de su enemigo. El furioso forjado arrojó los restos de la túnica al suelo y la pisó con rabia, justo antes de vislumbrar cómo una potente ráfaga de fuego verde se expandía rápida e inexorablemente por todo el vagón, devorándole.
En el instante en el que la potente llamarada los alcanzó, Sátiva se había arrojado sobre su protegido, cubriendo su cuerpo con el suyo bajo su gruesa capa. Los cristales se quebraron, los asientos ardieron y todo se llenó de un espeso humo verdoso que arañaba la piel, los ojos y los pulmones. Había comprendido todo demasiado tarde. La única pieza que le hacía falta encajar en el puzle la había conseguido escudriñando los recuerdos de aquella vengativa criatura de metal, y de pronto todo el rompecabezas había cobrado una cruel y retorcida forma. Aún le quedaban preguntas por responder, pero ya era demasiado tarde. Pudo sentir cómo aquel miasma tóxico penetraba en su cuerpo mientras ambos tosían pesadamente. Se incorporó ligeramente aturdida y no sin dificultad levantó el cuerpo del hombre, obligándole a sacar la cabeza por la ventana rota mientras le cubría con la capa que probablemente les había salvado de la salvaje deflagración. Aunque algo le decía que aquello no había hecho más que comenzar. La fuerte sacudida no había alterado el avance del tren sobre el puente, y no tardarían en alcanzar el otro lado, momento en el cual deberían saltar por sus vidas y abandonar aquel ataúd ardiente.
Informó brevemente del plan a su protegido mediante imágenes psíquicas, como había estado haciendo desde que había descubierto el peligro que se cernía sobre él. El humo se hacía más y más denso, tornándose cada vez más oscuro. Observó a su alrededor. Tras la explosión, aquella sustancia verde se había adherido sobre todas las superficies de la estancia, dándoles un tono verdoso que, junto con aquel repugnante humo, hacían que se le revolvieran las entrañas. La joven tuvo que taparse el rostro con la manga antes de alcanzar la puerta y cerrarla de una patada. Sin embargo, tal y como su instinto le había sugerido, aquello no terminó allí. Pasados unos segundos una segunda llamarada, esta vez negra, inundó la estancia, prendiendo aquella sustancia verde que ardió con furia renovada, cubriendo cada rincón de unas potentes llamas obsidiana todavía más salvajes que la anterior. En un último intento desesperado, la joven se arrojó al suelo. Aunque nunca llegó a tocarlo. Antes de sumirse en la oscuridad pudo ver cómo el techo y las paredes del vagón saltaban por los aires junto a su cuerpo, que golpeó pesadamente contra una fría tabla.
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Marionetas de Obsidiana
FantasyInspirado en una célebre ambientación de fantasía steam-punk. Un lugar donde la revolución industrial se combina con la magia para crear tecnologías increíbles; donde las todopoderosas familias nobles dominan a las clases bajas y se destruyen mutuam...