2.

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Dazai estaba raro.

Chuuya no podía afirmar conocerle de mucho tiempo. Habían pasado solo tres años y poco más desde que se encontraron por primera vez en clase, junto con veinticinco alumnos más, y la primera impresión que tuvo de él fue la de un muchacho imbécil que pasaba por su etapa emo y se creía mejor que el resto por destacar en sus notas y ser popular entre las chicas, que suspiraban por él.

Hasta que descubrió que ambos no eran muy diferentes: la máscara de Dazai se derrumbó ante sus ojos, y la de Chuuya no corrió mejor suerte.

Fue entonces cuando se hicieron prácticamente inseparables. Quizá porque compartían un secreto del otro. Quizá porque ambos podían complementarse en aquello que a uno le faltaba y el otro tenía en exceso.

Desarrollaron una amistad tan extraña como firme, una que les permitía confiar ciegamente en el otro como si hubieran estado juntos una vida entera. La primera vez que Chuuya intentó pasar a la habitación de Dazai a través de sus ventanas, confió en que él no soltaría bajo ningún concepto la cuerda que le aseguraba la vida. Aunque los dos tenían por aquel entonces solo trece años, entre ambos había una confianza que se había desarrollado en muy poco tiempo pero era tan firme como la que Chuuya tenía en su hermana mayor.

Y aunque todo se rompió a los quince, lo estaban solucionando. Dazai no le había culpado, había pasado un año ya de eso...

Entonces, ¿por qué? ¿Había algo en el mundo de Dazai que él no conociera?

Le miró de reojo, precavido de que el profesor no pensase que estaba copiando (al final, era el mejor de la clase). Parecía estar resolviéndolo con relativa facilidad, como siempre. Entonces no era algo de los estudios. ¿Qué podía ser?

Apartó la mirada cuando vio sus ojos marrones fijarse en él y se centró en el examen, ignorando la otra mirada que atravesaba la clase entera en su dirección. Suspiró. No podía tener mejor suerte.

Dazai salió el primero, lo cual no era de extrañar. A Chuuya, en cambio, se le complicaba un ejercicio y no era capaz de resolverlo por muchas vueltas que le daba. Optó finalmente por resignarse y hacerlo como fuera, por si algo caía. Entregó el examen el penúltimo, y tuvo la impresión de que no era una casualidad.

Salió del aula lo más rápido que pudo sin que el profesor se alertase y esperando encontrar a Dazai, pero no estaba esperándole (algo raro en él) y no pudo huir.

—¡Chuuya, espera! 

Le agarró del brazo y Chuuya gruñó por lo bajo. Debería haber echado a correr en cuanto tuvo oportunidad.

Resignado, dio media vuelta y se encontró con un par de ojos verdes.

—Shirase, ¿qué quieres? Estoy ocupado.

—Yo... Lo siento, ¿vale? Ya te lo he dicho antes pero...

—¿Acaso quieres que te lo tatue o qué? Ya te he dicho que no quiero saber nada de ti, Shirase. ¿O se te ha olvidado que casi muero por tu culpa?

—¡Yo no sabía...!

—No sabías muchas cosas —rio con ironía—. ¿Y sabes qué es lo peor? Que yo sí lo sabía, pero decidí creerte a ti. Porque te quería.

—Todo es por él, ¿verdad? Ese Dazai. Chuuya, escúchame, no es de...

Suficiente.

Le cogió del cuello del uniforme y le estampó contra la pared.

—Como te atrevas a decir algo malo de él, será lo último que digas. ¿Estamos?

Fue Dazai quien no le abandonó en todo ese embrollo. Fue Dazai quien se dio cuenta de lo que estaba haciendo Shirase, y no iba a permitir que fuera precisamente él quien se metiera con su mejor amigo.

AgainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora