1.

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Dazai abrió los ojos y, como todos los días, en cuanto recordaba los acontecimientos de su vida, pensó en la razón por la cual seguía haciéndolo. ¿Para qué seguía levantándose? ¿Con qué fuerza conseguía poner un pie fuera de su cama?

¿Por qué esa fuerza no llegó cuando más la había necesitado?

Nunca encontraba una respuesta a esa pregunta. Ninguna que le convenciera, al menos. Sabía que se seguía levantando por su promesa a Odasaku, por la gente que creía en él, por la Agencia, mayoritariamente...

Pero su motivo principal para levantarse por las mañanas se había desvanecido hacía demasiado tiempo. Como todo en su vida.

Todo lo que podía llegar a querer, en el momento en el que lo obtenía...

—¿Dazai? ¿Estás despierto?

Su corazón se detuvo un segundo, porque si se hubiese detenido más tiempo, probablemente hubiese muerto.

Era una alucinación. Posiblemente un sueño. Sí, seguía soñando.

—¿Dazai? ¿Estás bien?

Cerró los ojos de nuevo. Sí, un sueño. Sí, una ilusión. O se estaba volviendo loco, no lo descartaba.

No podía estar escuchando su voz. No era real.

—Dazai, no te hagas el dormido, te estoy haciendo una maldita pregunta.

Abrió de nuevo los ojos, y ese fue su error. Porque ahora, además de oírle, le veía. Veía sus ojos azules, su cabello rojo despeinado, revuelto por acabar de despertarse. Sus labios estaban apretados, enfadados, y la camisa del pijama tenía los dos primeros botones desabotonados, dejándole ver la piel debajo de esta.

—Chuuya...

Su nombre tembló entre sus labios mientras su mano acariciaba su mejilla. Chuuya se sonrojó y se apartó.

—¿¡Qué haces?! —preguntó, avergonzado.

Dazai entonces se fijó que el pelo de Chuuya no era tan largo como la última vez que lo vio, sino como cuando tenía dieciséis. Se fijó que su pijama era uno que nunca había visto, y que esa habitación no la reconocía.

Estaba en un cuarto típico de adolescente. Unos cuantos pósters de bandas de música, libros en las estanterías, un escritorio con mochilas y un ordenador portátil. Pero no era suya ni de Chuuya. Él estaba sentado en una cama individual mientras Chuuya debía haber estado durmiendo en el futón junto a esta.

—¿Dónde estamos?

—¿Cómo que dónde, idiota? En tu cuarto, ¿o es que no lo reconoces? —rio—. Para una vez que lo limpias, normal.

¿Su cuarto? Chuuya estaba equivocado, esa habitación nunca había sido suya. Dazai, de hecho, nunca había decorado ninguna habitación. Si bien era cierto que algunas bandas las conocía y los colores eran de su agrado, Dazai nunca había hecho nada parecido a eso. No lo había visto necesario, puesto que pocas veces usaba siquiera una cama en sus días de la Port Mafia.

Además, tenía veintiséis años, no habría decorado su cuarto de ese modo.

—Anda, vamos que llegamos tarde —apuró Chuuya, dándole un breve toque en el hombro.

Le tocaba. Le oía. Le hablaba. Estaba ahí. Vivo.

—¿Tarde? ¿A dónde...?

—¿Cómo que a dónde? A clase, idiota.

¿Clase? ¿Qué era eso, una broma?

—Chuuya, no vamos a...

En cuanto sus pies tocaron el suelo, aún sin levantarse de la cama, Dazai recibió la mochila que le lanzó Chuuya. En esta ponía su nombre.

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