Leer, subrayar, leer, subrayar. Eran las 10 y media de un sábado por la mañana, Matías estaba en la mesa de al lado y hacía lo mismo que yo. Disfrutaba aquel momento, cada uno concentrado en su trabajo para después compartirlo juntos. Pero ese día estaba nerviosa y mi café se estaba acabando.
- Voy a por más, ¿quieres algo? – Le pregunté a Matías mientras señalaba mi taza de café. Él levantó su cabeza de los papeles por primera vez desde que estábamos en la habitación.
- Si puedes traerme esos sándwiches de la máquina que sabes que me encantan te lo agradecería
- Dalo por hecho.
Le dediqué una sonrisa y salí de allí. Bajé al piso de abajo donde se encontraba la cafetería y las maquinas expendedoras. Estaba llena de gente, algunos trabajando y otros simplemente descansando.
Trabajar en los telediarios nunca había sido mi pasión, pero la verdad es que cuando tuve la oportunidad no la quise dejar escapar y definitivamente había sido una de las mejores decisiones de mi vida. Disfrutaba haciendo mi trabajo y para mí eso era lo más importante.
Cuando llegué a la máquina expendedora vi a una mujer así que me puse a hacer cola
- Joder. – Escuché que decía la mujer morena mientras le daba leves golpecitos a la máquina.
- ¿Perdona, necesitas ayuda?
Me posicioné a su lado y cuando me miró la reconocí al instante. Ojos marrones, delineados, mirada intensa. Iba con una chaqueta de cuero roja, camiseta blanca, vaqueros y unas botas negras.
- Es que se ha tragado mi dinero y no me ha soltado las patatas. – Me dijo con aquel acento malagueño. No pude evitar reírme y ella me imitó.
- Solo tienes que darle al botón del cambio.
Le di al botón y efectivamente cayó el dinero.
- Anda, pues no era tan complicado. Que estúpida me siento.
No pude evitar volver a reírme.
- No te preocupes, todos tenemos una primera vez.
- Si, es cierto. Gracias de verdad eh.
Me miró. Yo le sonreí. Ella me sonrió.
- Te invito a un café. Parece que el tuyo se te ha acabado.
Silencio. Yo me quedé quieta, con mi taza sin café en la mano. No me lo esperaba.
- Vaya, Vanesa Martin invitándome a un café.
- ¿Sabes quién soy?
- Todo el mundo sabe quién eres.
- Bueno todo el mundo no creo.
- Pero yo sí que te conozco.
- Me sirve, señorita Mónica Carrillo
Otra sonrisa. Otro silencio.
- Vamos Vanesa, te están esperando.
Una chica morena se acercó y le puso la mano en el hombro.
- Hola, soy Ana Blanco
- Hola Ana soy ...
- Mónica Carrillo, te conozco. – Me sonrió y yo le devolví la sonrisa. – Vamos Vanesa, ya está el coche fuera.
- Bueno Mónica, nos vemos pronto. Te debo un café. – Me saludó con la mano y con su característica sonrisa.
- Claro, nos vemos. Hasta luego.