SEGUNDO CAPITULO

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A última hora de la tarde, el sol abrasador había hecho subir la temperatura hasta los cuarenta grados, y el ganado estaba nervioso. Sasuke estaba sudoroso, acalorado, polvoriento y malhumorado, igual que sus hombres. Habían pasado mucho tiempo reuniendo el ganado, para vacunarlo y marcarlo, y ahora el retumbar amenazador de los truenos anunciaba una tormenta de verano. Los hombres acabaron apresuradamente sus tareas, deseando terminar antes de que empezara a llover.

El polvo se alzaba en el aire al tiempo que los mugidos nerviosos aumentaban de volumen y el hedor a cuero quemado se intensificaba. Sasuke trabajaba mano a mano con los hombres, sin desdeñar el trabajo sucio. Aquel era su rancho, su vida. El trabajo a veces, era desagradable, pero él había conseguido que su rancho fuera rentable, mientras que otros habían fracasado, y lo había hecho a base de sudor y determinación. Su madre había preferido irse antes que soportar aquélla vida; naturalmente, en aquélla época el rancho era mucho más pequeño, no como el imperio que él había levantado. Su padre, y el rancho, no habían podido darle el estilo de vida que ella deseaba. Sasuke a veces sentía una amarga satisfacción al pensar que ahora su madre lamentaría haber abandonado tan cruelmente a su marido y a su hijo. No la odiaba; ni siquiera eso se merecía. Sencillamente, la desdeñaba a ella, y a cualquiera de las personas ricas, caprichosas, aburridas e inútiles a las que su madre contaba entre sus amigos.

Jūgo soltó a la última ternera, y limpiándose el sudor de la cara con la manga de la camisa, miró el sol y los amenazadores nubarrones de la tormenta que se acercaba.

-Bueno, ya está -gruñó-. Será mejor que recojamos antes de que estalle la tormenta -miró a su jefe-. ¿No ibas a ir a ver al tal Namikaze esta tarde?

Jūgo y Suiguetsu estaba en el establo cuando Sasuke habló con Naruto, de modo que había escuchado la conversación. Después de echar un vistazo a su reloj, Sasuke masculló una maldición. Se había olvidado de Naruto, y habría preferido que Suiguetsu no se lo hubiera recordado. Había pocas personas en el mundo que lo irritaran tanto como Naruto Namikaze.

-Maldita sea, será mejor que me vaya -dijo de mala gana. Sabía qué quería Naruto. Le había sorprendido que lo llamara, en lugar de seguir ignorando la deuda. Seguramente, se lamentaría del poco dinero que le quedaba y le diría que no podía de ninguna manera reunir esa cantidad. Con solo pensar en él, le daban ganas de agarrarlo y zarandearlo con todas sus fuerzas. O mejor aún, de azotarlo con el cinturón. Él era exactamente lo que más le disgustaba: un parásito malcriado y egoísta que no había trabajado ni un día en toda su vida. Su padre se había arruinado pagándole sus caprichos, pero Minato Namikaze siempre había sido un poco idiota en lo que a su amado y único hijo concernía. Nada era lo bastante bueno para su pequeño Naruto, nada en absoluto.

Lástima que su querido Naruto fuera un niño mimado. Maldición, cuánto lo irritaba. Le había caído mal desde el primer momento que lo vio, cuando se acercó tonteando a donde estaba hablando con su padre, alzando altaneramente la nariz como si percibiera un olor desagradable. Lo cual, después de todo, era posible. El sudor, producto del trabajo físico, era un olor desconocido para él. Naruto lo miró como habría mirado a un gusano y, considerándolo insignificante, le dio la espalda y se puso a hacerle mimos a su padre para sacarle algo con aquellos encantadores mohines suyos.

-Oiga, jefe, si no quiere ir a ver a ese bombón, yo iré en su lugar con mucho gusto -se ofreció Suiguetsu sonriendo.

-No me des ideas -dijo Sasuke malhumorado, volviendo a mirar su reloj. Podía ir a casa y lavarse un poco, pero entonces llegaría tarde. En ese momento, no estaba muy lejos del rancho de los Namikaze y no le apetecía conducir de vuelta a casa, ducharse, y luego hacer el mismo camino de vuelta para no ofender la delicada nariz de Naruto. Este tendría que aguantarlo tal y como estaba, sucio y sudoroso. Al fin y al cabo, era el kitsune quien iba a pedirle un favor. Con el humor que tenía, bien podía pedirle la devolución de la deuda, aunque sabía perfectamente que no podía pagarla. Se preguntó, divertido, si se ofrecería a pagarle de otro modo. Le estaría bien empleado que él aceptara; seguramente, Naruto se estremecería de repugnancia con solo pensar en entregarle su hermoso cuerpo. Al fin y al cabo, él era un tipo duro, estaba sucio y trabajaba para ganarse la vida.

Corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora