NOVENO CAPITULO

4.1K 288 66
                                    

A veces, cuando los días eran lentos y abrasa­dores y el sol se transformaba en un cegador disco blanco, Naruto sentía que todo había sido una pesadilla extrañamente vívida y que nada ha­bía ocurrido en realidad. Las llamadas telefónicas no significaban nada. El peligro que había sen­tido era fruto de su imaginación hiperactiva. El hombre del pasamontaña no había intentado ma­tarlo. El accidente no había sido un intento de asesinato disfrazado para que pareciera un acci­dente. Nada de aquello había ocurrido. Era solo un sueño, mientras que la realidad consistía en los canturreos de Shizune haciendo la casa, en los bufidos y pataleos de los caballos, en el ganado pastando plácidamente en los prados, y en las lla­madas diarias de Sasuke desde Miami que eviden­ciaban su impaciencia por volver a casa.

Pero no, no había sido un sueño. Sasuke no le creía, pero, no obstante, su presencia mantenía el terror a raya y le ofrecía un remanso de seguri­dad. Allí, en el rancho, se sentía a salvo, rodeado por la muralla de la autoridad de Sasuke y por su gente. Pero, sin él a su lado por las noches, su sensación de seguridad se debilitaba. Dormía mal y durante el día trabajaba tanto como cuando es­taba solo en su rancho, intentando agotarse física­mente para poder conciliar el sueño.

Jūgo había recibido instrucciones, como siempre, pero de nuevo se encontraba ante el di­lema de cómo ponerlas en práctica. Si Naruto quería hacer algo, ¿cómo iba a impedírselo?

¿Llamaba al jefe a Miami y se lo contaba? Estaba convencido de que Sasuke se pondría como gato panza arriba si se enteraba de que Naruto estaba haciendo todo aquel trabajo, pero él no pregun­taba si podía hacerlo; sencillamente, lo hacía. , Qué iba a hacer él? Además, Naruto parecía necesitar el trabajo para distraerse. Estaba más callado de lo habitual, seguramente porque echaba de menos al jefe. Jūgo sonrió al pensarlo. Le gustaba que Naruto y Sasuke estuvieran jun­tos, y más aún le gustaría si su relación se hacía permanente.

Tras cuatro días de esforzarse sin descanso, Naruto por fin se encontró tan exhausto que pensó que por fin podría dormir. Sin embargo, demoró la hora de irse a la cama. Si no se equi­vocaba, se pasaría aún algunas horas tumbado y rígido, sin pegar ojo, o temblando en los ester­tores de un mal sueño. Se obligó a permanecer despierto e intentó poner al día la contabilidad, aquel montón inacabable de pedidos y facturas que testimoniaban la prosperidad del rancho. Aquello podía esperar, pero quería que todo es­tuviera en orden cuando Sasuke volviera a casa. Al pensarlo, una sonrisa distendió su rostro crispado. Él llegaría al día siguiente. Su lla­mada de esa tarde lo había tranquilizado más que cualquier otra cosa. Una solo noche más sin él, y volvería a tenerlo a su lado, en la oscuri­dad.

Acabó a las diez. Entonces subió las escaleras y se puso uno de los ligeros camisones de al­godón con los que dormía. La noche era cálida y bochornosa, demasiado calurosa para arroparse con la sábana, pero estaba tan cansado que segu­ramente el calor no lo mantendría despierto. Se giró hacia un lado, casi gruñendo de placer al sentir que sus músculos se relajaban, y al instante se quedó dormido.

Eran casi las dos de la mañana cuando Sasuke entró sigilosamente en la casa. Había pensado to­mar el vuelo de las ocho de la mañana, pero des­pués de hablar con Naruto estuvo dando vuel­tas, pensando con impaciencia en las horas que los separaban. Necesitaba abrazarlo, sentir su cuerpo esbelto y frágil y asegurarse de que se en­contraba bien.

Finalmente, no pudo soportarlo más. Llamó al aeropuerto y reservó plaza en el último vuelo de esa noche. Luego metió atropelladamente la ropa en la maleta y le dio a su madre un beso en la frente.

-Ten cuidado con esa chequera -gruñó, mi­rando a aquélla mujer menuda, elegante y todavía bonita que lo había dado a luz.

Los ojos negros que había heredado le devol­vieron la mirada, y una esquina de sus labios púr­puras se curvó con la misma sonrisa ladeada que a menudo afloraba a su propia boca.

Corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora