Capítulo único

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Sherlock Holmes era, como él mismo decía, un sociópata funcional. Pero la realidad era que él no había nacido con tal padecimiento. No, él se había vuelto, en una decisión consiente, sociópata. Sherlock sabía que su hermano mayor era un sociópata en toda regla. También sabía, desde que era pequeño, que él era distinto a Mycroft. Su falta de conocimiento social y emocional era autoimpuesto, pues a corta edad se dio cuenta que no valía conectar con la gente si no se era bienvenido. Y Sherlock no era bienvenido a donde quiera que fuera.

Incluso Lestrade, alguien que llevaba conociendo de años, parecía no siempre estar feliz de su presencia. Y era normal, decía Sherlock, pues era consciente de que era alguien odiable.

Y entonces llegó John, John Watson.

Aquel médico militar rompió todo lo que él había aprendido sobre sí mismo en todos sus años de vida. Por primera vez, su extravagante conocimiento no provocó el odio a su persona. Tampoco lo hizo su alarde, sus rabietas y su extraña necesidad de resolver casos.

Por primera vez, encontró a una persona capaz de seguir su tren de pensamiento y no hartarse en el camino. Alguien que, en vez de odiarle, le admiraba. Alguien que se emocionaba ante el peligro, que no se echaba atrás cuando el caso era demasiado complicado y peligroso, si no que incluso daba un paso al frente.

Encontró un compañero.

Y pasaron tanto tiempo juntos que Sherlock se dio cuenta que no había encontrado un compañero, si no un amigo. Su único y mejor amigo.

Watson era todo lo que Sherlock tenía, por mucho que a este último no le gustara admitirlo. Porque admitirlo significaba que tenía sentimientos. Y tener sentimientos significaba que no era un sociópata, como se había hecho creer.

Pero no tuvo de otra que enfrentarse a este hecho cuando Mary murió y John se destrozó por ello. A consecuencia, Sherlock también quedó destruido.

Se había hundido en la miseria, en un sentir eterno de tristeza, confusión y desespero que era acallado con drogas. Su mente, que antes era difícil de controlar, ahora era una tortura. No podía ni quería pensar, mucho menos sentir o seguir adelante. Como bien una vez había dicho Sherlock en la boda de Watson, merecerse a John era el mayor halago que podría dar.

Y no merecerle era, por ende, el peor insulto para Sherlock.

Y Sherlock supo, cuando Molly dijo que para John cualquiera era mejor bienvenido que él, que no era merecedor de Watson.

Así que ahora, cuando por fin había recuperado a John y podía por fin cuidar a Rosie, se dio cuenta que debía cambiar su forma de ser. No sería fácil, mucho menos sería un proceso rápido. Pues sí bien no era un sociópata natural, su falta de interés social había dejado huella en él.

Aún así, Sherlock Holmes siempre resolvía sus casos y esta vez no iba a ser diferente.

Por lo que empezó a leer e investigar cómo cuidar de infantes. Veía de reojo a Watson preparar el biberón y se aprendió la dosis exacta de la mezcla. También memorizó los cuentos e historias que la pequeña más disfrutaba. Ni hablar del hecho que había aprendido a cambiar pañales de manera rápida y efectiva.

John había visto que su compañero de piso actuaba de forma distinta. No sabía el por qué, por supuesto.

Pero eso cambiaría aquella noche cuando Watson se levantó al oír a su hija llorar. La bebé lloraba desconsolada, sus gritos eran tan estridentes que John se preguntó cómo sus cuerdas vocales no se desgarraron.

Se levantó de un brinco de la cama y entró corriendo a la habitación de la pequeña. Para su sorpresa, cuando entró, la habitación se encontraba en silencio.

Intentando ser mejorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora