Coherencia

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Estoy en una habitación oscura, huele a tierra y a soledad, puedo apostar que ha estado sola por mucho tiempo, parece un ático, pero no estoy segura. Me siento claustrofóbica y un poco desesperada -será el hecho de no saber dónde estoy ¿quién sabe?-; me falta el aire y no veo una sola puerta o ventana por la que pueda salir. Estornudo, y una buena cantidad de polvo se levanta incrementando el olor a abandono, no es que no me guste, pero... bueno, de hecho no me gusta.

Hay varias cosas tapadas con grandes mantas; no sé que sean y estoy bien con eso. Doy un paso, el piso rechina: es madera -la madera vieja rechina siempre-. Una oleada de escalofríos me recorre, ya había tenido esta sensación antes. Camino en pasos cautelosos; el techo es más bajo. Sí, esto es un ático; debe haber alguna ventana o alguna puertecilla. Estiro una de las enormes mantas y junto con ella, varias cajas caen justo sobre mí. Duele.

Hay libros en una, juguetes en otra y no me molesto en mirar la tercera. Hay varias más, amontonadas frente a mí y un asomo de luz pasa entre el agujero que dejaron las cajas. Hay mucho polvo en el aire, ¡MUCHO!

Decido apilar las cajas formando una especie de escalera improvisada y subo; a través del espacio veo una ventana; trepo por las cajas y me las arreglo para aterrizar del otro lado. Parece un escenario muy diferente: aquí hay una cama, un librero y un guardarropa, una puerta -¡yeih!-, la ventana que había visto -¡doble yeih!- y algunas prendas en el piso. Será de chico. No hay pósteres, pero en el librero hay novelas, cuadernos, un bote con lapiceros y un espacio que funge de escritorio con una silla giratoria de rueditas al frente. Hay una libreta abierta ahí, tiene algo escrito, pero por alguna razón no veo claro lo que dice -es como si tuviera anteojos y éstos estuvieran empañados o sucios-. ¿Porqué estoy sola aquí? Debería llegar alguien, no sé, sólo digo. Estiro mi mano para pasar la página.

-¡Hey! -una voz masculina, volteé esperando lo peor- ¿Qué haces aquí? -un chico, adolescente, más bien- Para empezar ¿cómo entraste? -Era tan guapo. Lamí mis labios con pensamientos no-muy-puros ¡Detente, oh!

-Yo... -«ah, te quedaste muda, genial»; frunzo el ceño hacia mi subconsciente- ...entré por ahí -señalo las cajas, sólo que no había tales, sólo una pared sólida de madera ¿Cómo...

-¿Por la pared? -Me miró divertido- ¿Qué te has metido? -¡Estaba insinuando que estaba drogada! Esto no me favorece. ¡Nada!

-¡No estoy drogada, ahí había cajas y ...del otro lado había muchas más, y ninguna salida, y... -Se acercó mientras intentaba explicar «claro, que si de pronto una persona se apareciera en mi habitación diciendo todo esto, también habría creído que estaba pacheca», puso un dedo sobre mis labios, luego rió. Me vi tentada a morderlo. Muy...

-¿Cómo te llamas? -Preguntó cerca, bastante cerca de mí.

-Antoinelle -susurré, diablos, él estaba demasiado próximo como para pensar con claridad.

-Bueno, 'Antuanel'...

-Antoinelle -corregí.

-¿Hay alguna diferencia? -Alzó ambas cejas.

-Mucha -casi ninguna.

-Como sea 'Antoinelle' -me imitó con aire de burla, sí, sé que se pronuncia 'Antuanel', pero más suave, y con cariño-, ahora estás en 'mí' habitación -Enfatizó "mí"-, no sé cómo ni porqué, tampoco quiero saberlo -Había olvidado lo cerca que estaba.

En algún momento dejé de prestarle atención; no estaba segura de lo que decía, así que miré sus labios intentando relacionar sus movimientos. Su voz era gruesa, pero no tosca;de hecho pude imaginarlo como uno de esos locutores de radio de voz sexy, sólo que él sí era atractivo y joven.

Sus labios eran delgados, estaban un poco agrietados, pero húmedos; me di cuenta que los lamía seguido; cada que hacía una pausa para para respirar, se pasaba la lengua por el borde; la saliva hacía que se vieran rosados y -por experiencia propia- sé que eso los agrieta. ¡Qué ganas tenía de ponerle bálsamo humectante en la boca! O mejor, ¡untarle el que traía yo en la mía! Cielos, ¿qué estoy pensando?

-¿Quieres dejar de hacer eso? -soltó de pronto, me sobresalté ante la idea de que sabía lo que pensaba, y por alguna estúpida razón me sonroje. Alcé la vista hacia sus ojos, tenía el ceño ligeramente fruncido, volví a ver sus labios por un microsegundo y regresé la mirada arriba.

-¿Hacer qué? ¡No he hecho nada! -defendí haciéndome la inocente.

-Mirabas mis labios -ups- ...y mordías los tuyos - ...¿ups?

-¡No lo hacía! -Negué. Sí lo hacía, pero no era consciente de lo último.

-Claro que sí -Ahora tenía una sonrisa socarrona ¿puedo morir ya?

-No, no es cierto -trastabillé.

-Sí, es cierto -me imitó en un leve «sexy» ronroneo. Miré sus labios, los lamía. Volví a sus ojos, estaba terriblemente cerca y yo no tenía intención de moverme un sólo milímetro.

Dreaming myselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora