𝕬𝖚𝖙𝖔𝖗 𝖉𝖊𝖑 𝖑𝖎𝖇𝖗𝖔 𝖇𝖔𝖗𝖌𝖔ñ𝖆

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El distinguido escritor sin nombre, al dirigirle la palabra se le denomina con un apodo vago referido a su título, mejor opción que llamarle despreocupadamente "borracho". Es uno de primera clase, sin duda, aunque no hay explicaciones válidas a su resistencia, no presenta mareos al tragar al menos diez copas, es el duque de la ebriedad, padre de las bebidas fuertes, un patán de humor grotesco y aliento embriagante, con el típico hedor intenso a licor y una risa sonora a la de un demonio.
Amante de los profundos dramas que perforan tus entrañas y las trágicas historias que a todo su esplendor, sacian ese innombrable deseo que contiene por sangre vírgen derramada, sus carcajadas puras parecen pertenecer a otra época de teatros medievales, una coincidencia en características de la antigua etapa de las comedias.
La muerte lo atrae o él atrae a la muerte al ser un consentido diablillo inmortal, si vieras la sorpresa que reflejaba su rostro incrédulo al conocer que la vida humana se desvanece al costo de unos cien años, a los descuidados se les reclama con anticipación y los cobardes agotados, anulan este diabólico trato con un final desgarrador, si saben a lo que me refiero, no quiero llegar a términos explícitos y definidos hasta el tope.
Un diccionario humano con amplios conocimientos deslumbrantes, claro, dice que si su memoria a corto plazo no le falla, recuerda vivir unos 350 años, ¿así quién no absorbería innumerables ramas de la sabiduría? Y con sus rasgos genuinos, distribuidos en facciones finas, lo convierte en un principe encantador de piel descolorida, mejillas coloradas, cuerpo fornido, como mínimo debe medir un metro ochenta y ocho y un envolvente hablador, sus argumentos en una conversación son extensos como los cabellos de su barba a rojo vivo, parecida a la arreglada cabellera pareja que tanto presume, es un buen partido, ¿será un cretino de numerosas amantes? Su manifestación de emociones en temas de tal grado son secas, indescifrables.

El poseedor del libro borgoña es todo un personaje, sin refunfuñar, accedí a la oportunidad de volver a escuchar los famosos relatos que acompañaban su libro de tintes rojizos, pizcas de vino, reflejos cadernal, acabados granate, puntadas de almagre y un sobresaliente color borgoña, así ha de llamarse su objeto sagrado, "el libro borgoña".
Tuve la oportunidad de presentarme al lado de este unas contadas veces, me son inolvidables aquellas faltas de tensión y sus tratos exageradamente despreocupados, con la confianza de posar su mano en mi hombro tratándose de una relación de hermandad quizá, "¡Que ser tan alocado!" Son las palabras que rondaban en mi confusa mente mientras lo miraba estupefacto, mi expresión sigue siendo la misma al pensarlo.
Tomé mi decisión y consulté las apariciones del varón en el pueblo, para mi enorme sorpresa, específicamente posaba sus pies en mugrosas cantinas, -Una novedad... - dije en suspiros, tampoco tenía intenciones de retroceder, así que entre dientes, accedí conmigo mismo a seguir la curiosidad que carcome mis noches de vela, probablemente se preguntarán la razón y es simple, sospecho que su existencia solo atrae ruinas, todo lo que ha salido de su boca ha sido un decreto para el mundo y los desastres, aún no hay pruebas pero las voy a añadir cuando compruebe que mi corazonada es acertada.

Al abrir las robustas y escandalosas puertas de roble oscuro del anticuado bar que se me indicó, un círculo amontonado rodeaba a un solo hombre, tenía desbordantes vibras de charlatán, si alguien ha de juzgarlo a distancia, yo ya conocía esas fachas provenientes de él.
"¡Salud!" Recitó, elevando al cielo su hondo jarrón de espumosa cerveza y de un solo trago desapareció su contenido, siquiera tomó un respiro y ya iba por la siguiente ronda, un alcohólico con el hígado entrenado, perfecto, nótese mi sarcasmo, por favor.
Muchos susurraban su próxima parada, "directo a la tumba por beber" decían, que decepcionados van a estar al observar que su vida va a expirar más rápido que el parpadeo suyo.

-Romeo, Romeo. ¿Dónde estás?, que no te veo.
Oh, poderosas entidades, ¡el drama es lo mío!
Exquisito y natural, tal cual manchas dominantes carmesí que desbordan en las páginas de mi queridísimo libro.
¿Les redacto otro cuento? Nos podemos hundir en la misericordia inexistente que nos han prometido, las penumbras y míseras migajas que los explícitos seres superiores nos han concedido con amargura.
¡Alabados sean los Dioses! Comprometidos con vosotros, su olvidado pueblo, tan humildes han de ser, "agobiados" por los creyentes mientras beben una copa de vino tinto, acompañado de forzadas y sarcásticas risas empoderadas.
Sin más que añadir, espero que este les guste tanto como "El desafortunado deudor" de hace unos meses.
Hoy les contaré la historia ficticia de una atroz enfermedad que arrasó al mundo por estas épocas por cierto; su nombre será: La peste negra... -
Ahí comenzó a relatar el varón, con un inicio crudo a mi parecer, pero parecía que nadie compartía el sentimiento ya que se encontraban fascinados con sus palabras. Tomé asiento distante a la multitud, a unos tres metros en donde pudiera observarlo, cuestionando si era lo creativo que es este charlatán lo que me atraía o el misterio seguido de muertes, tres semanas después de que curiosamente redactara "Asesinos sueltos" que a como lo dice su nombre, dos tipos llamados Chestibor y Aldith, los asesinos, descuartizaron a mínimo unas cinco personas en el pueblo de Béret Noir, sin piedad y también atinando por "coincidencia" de como murieron las víctimas, así que si él no es el causante, debe ser un brujo viendo el futuro.
Estaba perdido, tantas acusaciones, millones de posibilidades, todas acabaron con un grito horripilante que me hizo regresar a mi realidad y desesperadamente buscar en las horrorizadas miradas de los espectadores una respuesta, encontrando a un varón siendo apuñalado por un encapuchado en su garganta, ahogando con sangre los chillidos provenientes de lo que ahora era un cuerpo sin vida.
- ¡Un borracho menos y más cerveza para mí! - dijo el dueño del libro borgoña, tapando con disimulo una risita burlona con un pañuelo blanco, ¡que ser tan hostil!
Fruncí el ceño, apreciando carcajadas angustiadas de los presentes, al parecer, era el único que no se contagió con la gracia inexplicable del asunto.
Indignado, me levanté, sacudiendo mi ropaje y si de irme se trataba, lo que salió de la boca del hombre me amarró a mi silla otra vez.
- ¡El deudor pagó la cuenta! - declaró, subiendo a una mesa tambaleante para bailar mientras tarareaba una canción, a lo que sin contenerme ni cinco minutos, interrumpí su festejo con voz grave -¿Y nuestro vocero de augurios no iniciará su malévolo decreto? - Firmé con un punto de silencio mi oración, el asunto se puso tenso cuando se acercó en cámara lenta para sacarme a bailar, ni negarme pude porque con gran violencia agarró mi brazo y de un jalón me llevó a dar unas vueltas.
- Terminaré lo dicho pronto, querido muerto - hizo una pausa, dándome un girón - Les voy a obsequiar unos meses para que se hundan en su propia miseria, más te vale morir para ese entonces, lo antes posible.- Susurró en mi oído con su libro abierto, acompañado con una mirada dominante, me dejó casi petrificado.
Tiempo después de notar mi reacción, "amablemente" me llevó a la salida del maldito lugar -¡Amén!- Declaró sonriente, cerrando no solo el anteriormente mencionado objeto borgoña, también la rechinante puerta en mi rostro, quedando plantado en el porte unos segundos, con un gran dolor interno inmediato, como si me hubiese arrancado la larga y plena vida que me correspondía.

Dispuesto a caminar, mi sombra fué perdiendo intensidad acorde de que mi camino se hundía en oscuridad por la puesta del sol. En marcha desanimada y manos en los bolsillos, mi alrededor tenía pintas de que una nube vendría a posarse en mi cabeza para tirarme chorros de agua, me era imposible reingresar a esa taberna, ya los escalofríos reinaban en mi cuerpo y mis labios secos estaban sellados por la profecía merodeando mi cerebro a su favor, simplemente me rendí.
Piel helada y exageradamente pálida, ese fué el inicio de mis consecuencias por la charla, probablemente la última que tendría con ese engendro.
Entré a mi humilde posada, sin fuerza para cerrar siquiera la puerta, noté que mis extremidades estaban careciendo de esta y llegué al punto de caer en el piso de golpe, obligándome a arrastrarme como un animal herido hasta mi asiento favorito que para mi dicha, era lo más cercano, al menos podría descansar en esta.
Tarde me dí cuenta del error, el decreto estaba firmado, escrito con intervención de algún espíritu en tinta borgoña, con el rabillo del ojo ví como el autor era uno con el libro. Mis presentimientos estaban cerca de la realidad, era un hecho que conversaría solo conmigo mismo y que de ahora en adelante, sería todo recordado como nada, una suposición de un pueblerino sin voz, el reconocimiento es lo que me faltaba porque sin el, en el mundo, somos simplonas cenizas del fuego.
Ojos cansados y en una posición cómoda para morir en cólera, arrepentimiento, duda, desprecio y todos los sentimientos humanos que se reflejen en mi cadáver cuando me encuentren.

Fin.

Autor del libro borgoña ⚫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora