Pyat'

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Había pasado un mes desde el último día que Jhin había visto a Nami. Ni la había vuelto a ver ni había sabido nada de ella.

Jhin se siente extraño al volver a viejos rincones, esos que lo hacían feliz cuando se quedaba viéndolos por un momento. O quizá él se ha vuelto un extraño. Es verdad que él se ha ido por un tiempo y parece que la marea ha hecho que cambie y que no quiera regresar a algunas cosas, pero a cambio le ha dado algunas buenas, eso cree al menos él...

La noche se había marchado hacía horas. Atrás había quedado la bóveda oscura y finalmente el cielo se pintaba de colores más claros, el azul; tenue, suave, como la brisa a esas horas, se esparcía junto a un cálido rosado, espolvoreado como harina en una mesa. Los astros eran los verdaderos artistas, y el cielo siempre había sido su mejor lienzo. Las nubes se abrían como un abanico, y entre los espacios los rayos del sol se extendían; si pudieran tocarse, seguramente el cielo se sentiría cálido. Los picos de los árboles y la vegetación sólo servían para enmarcar aquella obra.

Nami sintió ese mes en el que su corazón poco a poco ha ido recomponiendose gracias al cariño de las personas que la quieren, que la apoyan y que no la dejan sola para que su corazón no sufra más de lo que ya lo hace.

En ese tiempo había tenido que hacer de tripas corazón y volver a retomar las riendas de su vida, aunque sigue machacándose en soledad con lo único que la une a él: aquel collar de conchitas.

Una tarde en la que regresó de una partida con Xayah, se escuchó aquel caminar metalizado. Al mirar, siente que las escamas se le crispan. Es Jhin.

Sus miradas se encuentran. ¡Ay, Dios!

Rápidamente, aceleró su andar dejando atrás a la mujer pájaro pero, antes de llegar al portal, él ya la ha interceptado y, sin permitirle que diga nada, ella lo miró y siseo:

—Ni se te ocurra dirigirme la palabra.

Y, sin más, se dirige a su cuarto mientras suplica a todos los santos habidos y por haber que no llame a su puerta.

Una vez dentro, está histérica. Saber que Jhin está cerca de ella le pone a cien de la mala leche que le entra, aunque, a medida que pasa el tiempo y no llaman a la puerta, ella se relaja. Sin duda, lo ha pensado mejor y se ha marchado.

Después de bañarse, cuando estaba termino de dar orden a la piscina, fue que escuchó unos delicados golpecitos en su puerta.

Su corazón vuelve a desenfrenarse. Atisbo por la mirilla y ve que es él.

Ay, Dios..., ay, Dios...

Pero, como ella no quiere volver a caer en el mismo error de abrirle su puerta a un idiota, pasa la cadena, abre y pregunta mirándolo por el hueco:

—¿Qué quieres?

Él la mira. Clava sus preciosos ojos en ella y murmura:

—Hablar contigo.

Nami siente que su corazón se le va a salir por la boca. Delante de ella tiene al hombre que ha desbaratado su vida y por el que apenas duerme. La mira. No se mueve. Nami se preguntaba qué pensaba él de ella. El silencio entre él y ella es incómodo, hasta que Nami no puede más, rindiéndose ante aquella intensa mirada roja:

—Vale. La he cagado al revelarte mis sentimientos. Pero... pero yo soy así. Soy excesiva, impulsiva, romántica hasta decir basta, clara y concisa cuando necesito decir algo. Me gustas. Me agrada la sensación que me dabas, de besarte, de acostarme contigo. Pero, visto que a ti te incomoda lo que a mí me agrada. Sólo puedo decirte que tranquilo, este tema se zanja con esto.

Perfección - Jhin x NamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora