1

3.5K 198 96
                                    

A Daniel, la vida le estaba dando una segunda oportunidad a través de una llamada telefónica anunciando que, en solo tres minutos, su esposa llegaría a casa.

Un mes tres días y catorce horas con cuarenta y tres minutos. Ese había sido el tiempo en el que habían alejado a Lamoon de él. El doctor, su doctor, su amigo lo había pedido así, de manera que cada una de sus heridas y golpes fueran tratadas con sumo cuidado luego de haber sido atacada en dos ocasiones por Roses, y haber descubierto la verdad de todo lo que le había hecho a esa pequeña durante todo ese tiempo.

De todas las personas que ahí, en esa parte del mundo, sabían acerca de este matrimonio, y de cómo fue que el dinero, la belleza y la fama, cubrieron todo, Emma de Lucford, su mejor amiga, compañera y hombro donde suspirar en silencio, era la más devastada. Se sentía inútil, se sentía como la peor persona en el mundo, puesta luego de su mejor amigo, Daniel, el esposo de la chica a la que ella le tomó aprecio y admiración en menos de un mes.

En el momento en el que sus viejos amigos, Steven Quan y Evan Jones, habían puesto un extenso informe médico, ella no pudo más, sintió cómo todo se derrumbaba.

Si hablar de una dama como Emma se trataba, pues contar acerca de su dolor, esa solo un poco; en su matrimonio un hijo de ahora siete meses, era todo lo que tenían y por lo que vivían luego de intentar embarazarse durante cinco años, así que cuando Lamoon se acercó a su vida, cuando su pequeño Anthony tenía solo cuatro meses, todo por fin comenzaba a cobrar sentido en referencia a ver cómo los pasos de las personas se hacían y se entrelazaban en el mundo, y comenzó a temer, pero eso no sirvió de nada, no, si todo ese tiempo estuvo ciega y nunca vio quién era su amigo en realidad, en qué clase de hombre se había convertido.

Todo aquel tiempo que pasó, y le fue prohibido verla en el hospital, prohibido personalmente por su amigo como por su amiga, lanzándole miradas que completaban a duras penas las palabras que tenían para él. Emma no quería ni verlo, no respondía ni una sola de sus llamadas, y realmente no la culpaba.

Habían dejado a Daniel esperando más que horas para poder ver a su propia esposa desde el accidente, los accidentes, lo dejaron involuntariamente, para que analizara lo que estaba pasando luego del gran cobro de factura por su cuerpo, su salud mental y emocional y en la vida de alguien más.

El bebé.

Un bebé, Daniel, un hijo entre tú y Lamoon. Un bebé que les fue arrebatado antes de que lo supieran.

...y ahora solo quedaban los tratos, los gritos callados a la fuerza... el dolor, el tartamudear y el aroma impregnado de Lamoon en las paredes de su casa... o a lo que podía llamar casa.

Llevaba días durmiendo en el sofá de su enorme pero vacía y fría sala, puesto que dormir en su habitación le era imposible y dormir en la habitación continúa en la que había encerrado a Lamoon por más de diez meses, lo hacía tener pesadillas completas sobre cómo la había empujado todo este tiempo a superficies fuertes y no solo materiales, lastimándola; pesadillas que le hacían recordar las veces que escuchó sus rodillas estrellarse al suelo, las muchas veces en las que pidió parar porque se quedaba sin aire, las veces en las que intentó decir algo más que amo.

Cuando la hacía sangrar con sus mordidas, los firmes golpes, los puñetazos, las bofetadas, las quemaduras que le provocó, los cortes que le hizo, o con el rastro del cigarro en su labio – quedando permanente como una marca de su propiedad; – tanto como la vez que le reventó piel de su labio con sus dientes y luego con la bofetada que le propinó con el anillo de compromiso, afilando su mejilla, cada cosa, cada noche que solo traía de vuelta el dolor, las ganas de vomitar por la persona que era, por la persona con quien lo hizo todo, en su contra.

Cuando un Suspiro se CortaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora