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—No duerme, Daniel, – perforó Emma, de nuevo en toda la conversación, no recordando y tampoco importándole lo que le acababa de decir Daniel sin descaro alguno – no duerme porque dice que tiene que esperar al amo, que no debe dormir hasta que el amo le dé permiso para hacerlo – negó con la cabeza y se llevó las manos a la cara, limpiando sus prontas lágrimas y mostrando más el corrido enojo en sus poros y sonrojadas mejillas, rojas de la furia. – Tan solo cinco días en todo este tiempo, ha podido conciliar el sueño que merece, el que tú le has robado por todo un año.

La mayoría de las veces, Daniel se ocupada de hacer que la chica se mantuviera despierta bajo su merced hasta las cinco de la madrugada si era castigo, cuando perfectamente le ordenaba despertar a las seis, a veces tan solo quedando quince minutos para esa hora; minutos en los que ella podría cerrar los ojos mientras tanto, de no ser porque Daniel la dejaba en una posición y ubicación que le tomaba de diez a doce minutos reparar. Muchas veces en el suelo, ataca da manos, codos, tobillos y rodillas ¿cómo se levantaría de esa forma?

De nuevo, lejos de ella y muy claros en sus gritos, Daniel y Emma estaban en la parte baja de la casa, golpeando las botellas, quizá la cuarta que bebían en la tarde; somatando los vasos y picando fuerte los hielos, mientras los tacones de Emma iban de un lado para otro.

Estaban peleando de nuevo.



...



Justo después de haberla tomado del cabello, sintiendo los tropezones de sus pies, la arrastró al pie de la cama, cama extendida de sudor, de sangre y de alcohol, todo por, de y contra ella.

Su muñeca iba con una de sus camisas, lo cual, no habría aceptado nunca con cualquier otra, pero pasaba que Lamoon, no era cualquiera, era su muñeca favorita e incluso su esposa.

Llevaban ya cinco horas y cuarenta y tres minutos en aquella danza, Daniel dándole la décimo sexta copa de alcohol, el que pasó de ron a whisky y ahora a vino, mientras él fumaba y apretaba más la soga al cuerpo diminuto de Lamoon, viendo cómo se estrechaba más su cintura, hundían sus huesos de los hombres y crujían los de su cadera. La chica estaba hecha una perdición, cabello suelto, enredado de varios mechones, el labial corrido, los ojos a no darle más de lo cansada, sus manos frías, sus piernas temblando, su entrepierna lastimada y su cabeza repitiendo constantemente que estaba bien, que todo iba a pasar, que estaba bien, que todo... iba... a pasar.

El agua de la tina sonaba de fondo, Lamoon la escuchó más cuando Daniel la dejó sentada sobre las faldas de las sábanas manchadas en donde dormía, y caminó este al baño.

Los ojos de Lamoon no soportaban más el estar abiertos, ya no aguantaban más de aquello y la iban traicionando, por mucho que ella misma se rogara darle un poco más de fuerza, pero no fue así, y no se habría percatado, no ser porque el rápido y pesado andar del amo se acercó de golpe, asustándola, tomándola del mentón, diciendo...

—¿Te estoy aburriendo?

Mucho antes de que Lamoon pudiera siquiera solo decir amo, este mismo la hizo girar sobre sus talones, mientras la tomaba de la soga, dejándola bocabajo, donde de pronto, con algo fuerte y como de metal o algo duro, Daniel la volvió a golpear por cuatro ocasiones, sobre la camisa que llevaba puesta.

No la dejó pensar, y cuando menos sintió con los ojos cerrados y el dolor a flor de piel, la cargó directo al baño, donde la dejó caer sobre la tina, rebalsando el agua y haciendo que se estrellara con ambos lados de la bañera, contra sus muñecas.

Cuando un Suspiro se CortaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora