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Si todos aquellos días en los que se vieron separados el uno del otro, - notando que Daniel fue, inesperadamente el más afectado por la distancia mas no por los resultados en la relación - también se notaba en la otra parte, un cambio, uno del que no estaba ni él, ni nadie más, muy seguro si era bueno, o si estaba estando a Lamoon mucho más de lo que ya estaba en la sumisión de aceptar cada palabra, frase, golpe, humillación o roce.

En la mente de otro, un poeta o un fiel creyente del amor y de la vida quizá, asumiría que la vida que Lamoon llevaba ahora, no era justa, aspecto que compartía con el resto del mundo, pero además de eso, entraría en su mente, la idea de que algo en su vida pasada, tuvo que haberla arrastrado a su hoy y ahora. El solo hecho de estar con vida, el solo hecho de no caer en coma, el hecho de que, al estar con vida, le estaba dando vida a su flamante esposo, como si alguien allá en el cielo, tuviera algo por decir, o le diera una segunda oportunidad.

Pero ¿a qué?

¿A su relación? ¿Cómo? Si no la había.

¿A Lamoon? ¿Por qué? Si la pobre muchacha a penas podía pelear con la vida y mantenerse de pie o asegurarse de recordar cómo respirar.

¿Al amo? ¿Por qué? Que el bien llamado y ahora odiado por sus cercanos, Daniel Buchanan, lo tenía todo ya.

Sí, lo tenía todo, excepto a ella.

Muy posiblemente, Daniel y Lamoon estaban destinados a estar juntos, pero para la racha de la vida que ahora llevaba la joven, Daniel no había llegado, sino más bien estrellado contra ella, no lastimándose a él, sino a ella, de forma entera, por completo.

La diferencia de realidades se hizo notar cuando salieron de la residencial de Daniel y la del resto de miembros de Los Grandes, y llegaron al lugar donde había visto por primera vez a la muchacha que ahora llevaba su nombre grabado en una argolla nupcial.

A penas podía recordar qué era lo que él estuvo buscando ese día, solo recordaba que se había embriagado y llevado a dos servidoras sexuales a un hotel, luego de la resaca, estacionado frente a un edificio de mala muerte, la vio.

La miraba de la misma forma en la que lo hacía ahora.

Lamoon iba en el asiento del copiloto. Daniel se ofreció a llevarla a la biblioteca, en su propio auto, lo que no tomó en cuenta, era el hecho de que, en ese auto, muchos de los terrones nocturnos de Lamoon, comenzaron, mucha de su fobia, había iniciado ahí.

En ese auto, hace un año, había paseado por última vez, el último céntimo de dignidad y esperanza, a la que se aferraba, la que le quedaba a Lamoon Marie Snow, ahora, la señora Buchanan, a la fuerza.

La luz roja hizo que Daniel se fijará en su pequeña compañía.

Era más pequeña de lo que recordaba, tan delgadita que solo provocaban ganas de tomarla en brazos y abrazarla, fuerte. Las largas pestañas que adornaban sus tristes y maltratados ojos, su respingada y pequeña nariz, sus gruesos y rojizos labios destruidos por el mismo.

Todo en ella, le causaba un revoloteo del que no era familiar, un cosquilleo que le baja por toda la espina dorsal y se preguntaba ¿qué poder tenía una inexperta chica sobre él?

Sea lo que fuera, Daniel no podía controlar el latir de su corazón o lo caliente de su rostro ahora que la veía, aferrándose de la mano izquierda, a una de sus muletas, mientras la otra tomaba el cinturón para que no le rozara las heridas de su vientre y pecho medio, lo de sus costillas.

Steven había comentado que fue difícil poder ayudar a Lamoon a cambiarse de ropa, aún cuando fue con solo las enfermeras porque ella...

-Debía esperar al amo, porque ella no podía dejar que otros vieran lo que era del amo - citó, cruzando sus dedos mientras los miraba con decepción.

Cuando un Suspiro se CortaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora