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No podía creer lo que sus ojos le estaban fotocopiando en su cabeza, pasando por sus nervios, apoderándose de su corazón y palpitando en sus manos. Verlo, era como ver el sol alto en la pestaña de una ventana cada mañana. Era ese sentimiento familiar, pero del que desconocía.

El sonido de sus ojos calando sus huesos, el color de su respiración acercándose más a ella, el sabor de aquel tacto que extrañó en silencio, que extrañó en las teclas del piano de sus labios.

—Mi amor – dijo en un do perfecto.

Joe estaba con ella.

La mente a veces era la mejor prisión de una persona, por el mal que esta les causaba, tan cruel y siniestro.

La mente de Lamoon, no era la excepción.

Era como una película, esa de los noventa, donde el amante de una mujer, luego de su muerte, habita en el cuadro que ella hizo para él, solo que había dos diferencias, la primera, era que no estaba muerta, y la segunda, que Joe no era su amante.

—Aquí puedo ser todo lo que quieras.

Era como si Joe leyera sus pensamientos y estuviera dispuesto a cumplir cada uno de sus caprichos, deseos u oraciones.

Quería ser el agua que bebía, la fibra que la vestía, el aire que respira y hasta el corazón que palpita. Joe quería ser todo para Lamoon, quería darle todo, darle lo que no pudo alcanzar a darle y darle, lo que ninguno de aquellos vivos, ha podido darle, a excepción de la señorita Hope.

—Estoy soñando – dijo ella, cuando se dio cuenta que Joe la tenía tomada de las manos.

Ambos estaban sentados, uno al lado del otro, sobre una vereda de rocío y hortensias, margaritas y dientes de león flotando en el aire, montadas por mariposas de color violeta y otras azules, arribando a un cielo naranja, de donde se asomaba el sol con mucho cuidado a verlos, como si fueran los dos protagonistas, el héroe con la chica que salvó de alguna parte.

Muy por debajo de la vereda, Lamoon notó que estaban sobre una pequeña colina, de donde más flores y lindos colores reinaban, solo para luego darle paso a un pequeño lago vibrante de azules, violetas, verdes y naranjas del cielo mismo, como perfecto reflejo.

En verdad era como esa película, la que vio con Joe afuera de una tienda cuando el insistió en llevarla a casa por primera vez, solo para después de eso, rentara el vh3 y la pudieran ver en una pequeña televisión que el llevó.

—Estoy soñando – volvió a decir, mientras se fijaba en las aves que volaban, en las flores que brotaban y los árboles que respiraban haciendo sombra a frutos y aquel fruto entre Joe y ella.

—Claro que es un sueño – dijo la voz tan familiar, la voz que la acompañó, la direccionó y la salvó – aunque – pausó, suspirando, sin poder dejar de ver cada centímetro del rostro de Lamoon – me habría encantado que esto fuera tu única verdad.

Lamoon tragó saliva, y dijo lo único que pudo entender de su cabeza.

—Te extraño.

Joe sonrió, los ojos le brillaron.

—Te amo.

Lamoon sintió cómo algo desde su garganta, subió por sus ojos, doliendo un poco su nariz y haciendo borrosa su vista.

—Te amo, Lamoon Snow, te amo, te amo.

Aquel verbo acompañado de un brote de llanto en Joe era algo tan sanador. Cara poro de Lamoon, pudo sentir cómo aquellas palabras, limpiaban su piel hasta llegar a su alma.

Cuando un Suspiro se CortaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora