CAPÍTULO 1

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Un sujeto caliente y desconocido

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Un sujeto caliente y desconocido

Natasha

Pequeños fragmentos de lo que ha pasado la noche anterior atacan mi memoria conforme voy despertándome; nada con la suficiente lucidez para armar el rompecabezas en mi mente, pero sí lo suficiente borrosos como para querer lanzarme por una ventana por el dolor y mareo de cabeza que me provocan.

Maldita sea, ya no vuelvo a beber tanto.

Trato de ponerme de pie y me tambaleo hasta caer de lado otra vez en la cama. Resoplo. Ojeo torpemente la alarma en la mesita de noche de al lado y maldigo internamente. Ocho y quince de la mañana, joder. Tengo ensayo dentro de una hora.

Soy bailarina de ballet desde hace muchos años. Toda mi vida se basa en eso. Llevo toda una carrera de ello. Y, para haber llegado hasta donde estoy hoy, he de decir que mi trabajo ha sido duro, arduo y muy aplicado. Soy una de las mejores en esto, tanto nacional como internacionalmente. Así que estar puntualmente en el estudio es algo que trato por todos los medios lograr de cumplir.

Vuelvo a intentar levantarme de la cama, pero mi intento es en vano cuando siento una mano de gran tamaño envolverse entorno a mi muñeca. Suspiro.

—¿Otra ronda? —pregunta el chico castaño con el que me acosté anoche. Sí, es guapo; ojos claros, buen cuerpo y una linda sonrisa; no obstante, tiene ínfulas de semental salvaje cuando tristemente ni siquiera llega a los cascos de un pony de exhibición.

Es de suponerse cuán grande fue mi decepción al verlo en acción anoche. Solo bastó con ponerse el condón para correrse sin ni siquiera fijarse si yo lo hacía o no, el muy cabrón. Pero, si queremos buscarle una cualidad, podría decir que es bueno con la boca.

Se acerca lentamente, arrastrándose por la cama matrimonial del hotel, y lleva su mano a mi seno derecho para apretarlo entre sus dedos. Tuerzo los labios y alejo su mano de mí en un movimiento un tanto brusco. Nunca he tenido los senos muy sensibles, y me incomoda que me los toqueteen si no es en medio de una ronda de sexo.

Él me mira, inquisitivo.

—Me tengo que ir —es lo que digo mientras me pongo de pie sin importarme mi desnudez e ignorando sus miradas desbordantes de lascivia.

No me molesto en envolver mi cuerpo en las sabanas, pues él las tiene enrolladas entre sus piernas y no es que quiera tener más de sus gérmenes rondando sobre mí. Me basta y sobra su semen en el condón tirado en la papelera.

—¿A dónde?

—A la Luna —ironizo mientras paso mis piernas por mis pequeñas bragas—. Tal vez y te traiga una roca, ya sabes, para el recuerdo.

Frunce el ceño.

—¿Recuerdo? —pregunta como si yo hubiese dicho la mayor estupidez de la historia. ¿No escuchó la parte de viajar fuera de la Tierra?—. ¿No nos volveremos a ver?

AdagioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora