CAPÍTULO 2

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La curiosidad mató al gato

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La curiosidad mató al gato

Christian

El pincel en mi mano parece tomar vida propia sobre el lienzo, formando líneas y formas sin nada y todo de sentido a la vez. Formando caos y calma, huracán y llovizna. Mi todo y mi nada.

No había estado así de inspirado desde hace ... meses. Ni siquiera había podido tocar un pincel sin que me interpusiera una barrera de incomodidad.

Es algo tan extraño como reconfortante.

Remango las mangas de la camisa blanca que suelo usar cuando pinto y volteo mi rostro hacia la izquierda.

El reloj análogo color gris en la pared marca las tres de la madrugada con dieciocho minutos. Suspiro. ¿Quién lo diría? La conversación con una mujer cualquiera ha avivado en mí una batalla entre ceder o resistir donde por primera vez no sé de qué lado juego. Y lo peor es que no tengo idea del por qué.

Digo, siempre me he considerado como un león en la jungla: fuerte, decidido y con un espacio y motivo en su vida como el rey de la cadena alimenticia. Sin embargo, esta vez parece que el inepto león ha quedado bajo el encanto de un halcón prepotente y muy arrogante con lindos ojos color esmeralda.

Cosa que me niego a dejar así, la verdad.

La conocí hace tres días, en la inauguración de mi club nuevo, el Inferno. Había tenido una mala noche y, cuando la vi tan sexy y solitaria decidí acercarme.

Creo que está de más admitir mi enorme sorpresa cuando charlé con la intrépida y audaz mujer de cabello azabache. Cosa que me sorprendió he de decir. Pues aunque suene egocéntrico, suelo ser yo el que impresiona, no al revés.

Suelo causar revuelo con las hormonas femeninas, sé quién soy y me gusta que sea así. Las satisfago tanto como ellas a mí y gracias a ello me consideran un bueno compañero de sexo.

Dicen que soy una bestia en la cama. Y, sinceramente, no pudieron haberlo dicho mejor.

Me hubiera encantado mostrárselo a esta chica, sin embargo, esta vez es su imagen la que no ha dejado de rondar mi cabeza desde esa noche.

Porque aunque sea una mujer más en el mundo, me ha dejado cachondo, la cabrona. Y como ella misma dijo: 'nadie me deja con las ganas'. Por lo que ella no será la excepción a mi regla.

La quiero en mi cama. Y lo voy a conseguir, no tengo idea de cómo, pero lo haré.

Toda mi vida he tenido suerte con respecto a la atención femenina. No he necesitado de complementos como la cursilería, los dulces o las flores que me ayuden a cautivar a una mujer cuando quiero sexo. Casi siempre caen luego de una pequeña plática caliente e insinuaciones moderadas para que luego un buen polvo es lo que le siga.

AdagioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora