CAPÍTULO 3

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Euforia y deseo

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Euforia y deseo

Natasha

La voz estrangulada de Gracielle, mi madrastra, es lo único que escucho mientras salgo a trompicones del Élite. Después de la extraña y corta conversación con el señor Marcel —a la cual le prestaré atención más tarde— me ha llamado para darme una noticia imprevisible: mi padre ha sufrido un ataque al corazón que casi le cuesta la vida.

Presiono el botón del semáforo para peatones.

Mientras ella trata de explicarme a qué se debió, a mi mente no paran de acudir las horribles imágenes de mi madre tumbada en el suelo, con los ojos azules sin vida y su único aliento como un recuerdo solamente.

La imagen de mi madre muerta.

Me tenso mientras camino. Ya casi no la recuerdo. Es todo muy lejano. Su mirada dulce, su voz, su risa... ya todo ello ha quedado como un vago recordatorio de lo que una vez tuve y perdí a manos de un monstruo.

Cierro los ojos con fuerza. No, mi padre no, por favor... El claxon de un auto me hace volver a la realidad, haciéndome pegar un brinco. Mierda, Natasha, espabílate. Pido perdón con la mano que no sostengo el móvil y sigo caminando un poco conmocionada. Maldigo el momento en que decidí dejar el Audi en casa.

—Mierda, mierda, mierda —maldigo. Casi me arrollan, joder.

—¿Natasha? —pregunta Gracielle, preocupada—. ¿Me estás escuchando? ¿Estás bien?

—Sí, sí. Lo siento, solo me... uhm... tropecé —diablos, tengo que mentir mejor. Aclaro mi garganta—. ¿Qué ha dicho el médico?

—Por el momento no mucho —me inquieto—. Tu padre lleva mucho estrés consigo y el trabajo no ha ayudado en nada, cree que todo se le ha juntado. Y ni hablar del nefasto antecedente de su padre.

—¿Qué con el abuelo? —frunzo el ceño. No conocí a mi abuelo personalmente, pero mi padre lo nombraba como un gran hombre que falleció muy joven.

—Padecía del corazón.

Maldita sea.

—¿Es hereditario?

—Lo más probable —escucho como eso la inquieta—. ¿Natasha?

—¿Sí?

Suspira.

—Ansel y Todor ya tuvieron que soportar mis gritos... Ahora te toca a ti —ambas suspiramos—. Llamé a Neil para que me recomendase un buen cardiólogo para que pueda examinarte... e imagínate la sorpresa que me llevé cuando me dijo que no lo has visitado desde hace meses.

Vislumbro el edificio en donde vivo y camino a paso animado hasta él. Ya quiero tener un momento de paz.

—También me dijo que te has negado a la terapia grupal —continúa.

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