Parte 1

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En mi ciudad nada es divertido, mi nombre es Jared y tenía catorce años, siempre me había gustado estudiar, si se lo que piensan: "típico nerd". Pensaran que soy el típico chico de feo, pero, maduren. Mis ojos son de color gris. Mi altura era de 1.75 y según lo que murmuraban en la escuela era guapo.

No tenía amigos pues mis compañeros me creen soy muy raro, no les juzgo pues tengo una rara enfermedad mental que es la misofobia. Esta enfermedad surge cuando era muy pequeño y significa que odio el contacto con la suciedad, más específicamente con los gérmenes.

Mi relación con la sociedad era un fracaso, al ser miso fóbico deseaba estar lo más alejado de las personas, odiaba el contacto físico, imagínense a esas manos sucias, ¿Cuántos gérmenes debe tener?, eso significa que el sudor que resbala de sus cuerpos me frustra mucho más, hasta darme ganas de vomitar.

Mi padre no entendía la situación, hasta tal punto que me llevaría ese día al campamento militar, para que me haga un hombre y deje de ser un afeminado.

Mi padre decía que yo era muy cerrado y aislado, tanto que necesitaba estar en contacto con la tierra. Era la estupidez más grande que había oído en mi vida o eso pensaba. Era una pelea para mí intentar hablar con mi padre. Le molestaba también que me lavara las manos 30 veces al día, acaso no entendía que era cuestión de higiene.

Como no tenía ningún amigo, consideraba a mis guantes que siempre llevaba puestos como mis amigos. Siempre los tenía puestos a pesar de estar en un lugar seguro, lo hacía para evitar cualquier enfermedad que entrara en contacto con mi piel. Cuando las personas se acercaban mucho me daba ataques de pánico, taquicardia, me mareaba mucho e incluso podía llegar a desmayarme.

Mi vida no había sido nada fácil, mi madre había muerto cuando tenía apenas cuatro años, a causa de un virus. Cuando me entere de la noticia, fue el golpe más fuerte que había recibido en mi vida.

Aunque mi vida fue bastante lujosa, de joven mi padre trabajo mucho para alcanzar el éxito; no siempre fuimos así. Se esforzó mucho trabajando estudiando para alcanzar el éxito y estaba orgulloso de ser su hijo. Él me contaba lo mucho que le había costado salir adelante y lo que daría para que yo siguiera sus pasos.

Mi padre me contaba en repetidas ocasiones, el esfuerzo que le llevo formar su imperio. Me aburría escucharlo; en esa época no entendía lo que significaba.

Era muy duro tener que lidiar con mi condición psicológica. A veces deseaba poder despreocuparme de mi condición y caminar sin miedo a los gérmenes, pero cuando intentaba perder el miedo, caía en una rotunda decepción.

El drama estaba a punto de empezar, faltaban dos horas para que me depositaran en la academia; rogaba a dios por piedad. Antes de irme hice mi ritual, me lave las manos y revise mi ropa que estaba con: ¡Una mancha!, me daba tanto asco por haber tocado esa camisa que fui directo al baño para desinfectarme la mano.

Aun no estaba en el servicio militar, pero ya estaba sintiendo mareos por pensar en ir a ese lugar. Maldecía en silencio mi enfermedad, pues la creía responsable de mi fracaso.

Me propuse ese día que ganaría la batalla en mi servicio militar, así que me puse los guantes y fui a mi infierno (o eso creía). Subí al vehículo que me llevaría, pero antes desinfecte el coche. Era un adicto a la limpieza.

Cuando estuve cerca de aquel lugar que detestaba me empezó a sudar todo el cuerpo, quise que el demonio me llevara, pero para mí mala suerte ¡me ignoro! Entro a aquel sitio y todos se empiezan a reírse de mí. La verdad, no me dolía, estaba preparado para aguantarlo. La razón de sus risas recaía en mis guantes y mi tapabocas, pero no podía distinguir bien, pues me empezaba a marear.

Heridas profundasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora