Parte 2

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Mi nombre es Ivy y soy. Me molesto bastante el hecho de que mi abuelo me obligara a entrenar a niños sin oficio ni beneficio, mientras él se encontraba ocupado en una reunión. No me daba pena el dolor que sentían, pues la mayoría era bastante impertinente. No me gusto el beso que me había recibido de un imbécil. Ni siquiera me puse a pensar en cuantas bacterias pudieron ingresar a mi cuerpo.

Cuando llegué a mi pequeña casa, me metí al baño y me comencé a lavar los dientes, para tratar de eliminar aquellas bacterias.

Me volví miso fóbica no porque quisiera. Todo comenzó a causa de un contacto que tuve con un niño engripado que provoco que me internara. Mis defensas siempre fueron muy bajas, por lo que mis padres me inculcaron un modo de vida diferente al de una niña de 5 años.

Cuando era niña solía ser muy rebelde, incluso quise probar la resistencia de mi cuerpo. Aquella estupidez casi me costó la vida, me expuse más de lo que debería y termine internada en un estado muy deteriorado: La causa había sido tonta solo abrace a un pequeño niño de tres años, que resulto estar enfermo de una simple gripe y luego salí corriendo, expuesta a una llovizna indefensa, para cualquier persona común.

Mis padres comenzaron a protegerme un poco más del mundo exterior. Ambos temían por mi seguridad. Aquel episodio logro generarme un gran estrés.

No tenía muchos amigos, pues mi enfermedad me ha alejado de ello. A veces sufro un poco de paranoia lo que puede alejarme de esas personas que amo.

A veces deseaba una vida normal en una casa y con mis amigos; pero estoy consciente de que aquella ilusión, jamás será real.

Cuando ese chico misofóbico me beso sentí varías emociones positivas y negativas. No pude evitar imaginar cuantos microbios ingresaron a mi organismo; pero he decidido olvidarme de esa experiencia tan negativa.

Cuando volví a mi casa, me sentí protegida cuando me acosté en mi cama. No tuve miedo de contagiarme, pues mi ambiente esta desinfectado.

Me toque los labios mientras estaba en mi habitación pensando, pensando en Jared. Cuando me di cuenta de aquellos pensamientos, no pude evitar darme una cachetada mental por lo estúpida que había sido.

Al día siguiente me había levantado con mucha energía, hasta que sentí como una araña caminaba hacia mi cara, de impulso me tire de la cama y tape mi cara.

Me levante, para después entrar en el baño y desinfectar mi organismo y después mi habitación de color azul claro. Tenía algunos libros en los estantes y cuadros en la pared que se veían coloridos; un escritorio de madera de color blanco; un ropero de cuatro puertas de color blanco y una cama de dos plazas del mismo color.

Me quedé pensativa, hasta que decidí salir de mi habitación. Me sentía orgullosa al ver como mi pequeña casa relucía de limpio.

Al bajar, saludé a mis padres y me dirigí hacia la cocina. Mi madre me había preparado un sándwich de jamón y queso con un jugo de naranja. Cuando terminé mi desayuno agradecí a mi madre y me dirigí al baño.

E visitado a muchos psicólogos que me han ayudado a controlar mi ansiedad; sin embargo, no he podido curar mi enfermedad mental. E seguido todas las recomendaciones médicas, sin embargo, no ha sido suficiente.

Las vacaciones habían terminado por lo que debía asistir al colegio. Me había inscrito en un colegio prestigioso. E podido asistir a ese instituto gracias a mis buenas calificaciones; ya que gane una beca para costear los gastos.

Cuando llegué al colegio pude notar como los pasillos se veían pulcros. El olor a desodorante de ambiente me llegaba a embriagar.

Tenía un guante de látex, un tapabocas. El uniforme era de color rojo claro que combinaba con mi cabello rojizo. Nadie me prestaba atención y lo agradecía la mayoría pasaba de largo y era lo que necesitaba.

Heridas profundasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora