Cuando el despertador sonó esa mañana me quise morir. Tenía un dolor de cabeza tan grande que por un momento creí que me iba a estallar. Fogonazos de la noche anterior cruzaron por mi mente. Aunque no recordaba todo nítidamente porque terminé tomándome cuatro cervezas, sí recordaba que Clark había venido a traerme unos muffins y a alterar mi mundo con sus mentiras.
Era increíble que yo le pidiera distancia y él respondiera diciéndome que había venido a buscarme un año después de haberse ido. La de sufrimiento que podíamos habernos ahorrado se me antojaba delirante. Sobre todo porque un año era el plazo que yo me había dado para esperar su regreso. Me había ido de Smallville la noche antes de mi cumpleaños. Prefería pasar el día en una ciudad nueva y extraña en vez de en Smallville, porque la sola idea de que se cumpliera el plazo y que Clark no hubiera venido a buscarme se me hacía muy dolorosa.
Duré dos años en Metrópolis. Después, cuando mi padre murió, tuve que volver a hacerme cargo de mi hermana menor. Antes de volver había conseguido unas prácticas como fotógrafa en el Daily Planet, eso me abrió la puerta directa a trabajar en el periódico local. La pena era que el sueldo no alcanzaba, y eso que muchas veces colaboraba también con la revista, y cubría los eventos importantes de los pueblos de alrededor.
Mi hermana Jamie siempre me decía que podría ganarme la vida como fotógrafa de bodas, pero a mí eso no me entusiasmaba. Me gustaba captar a la gente natural, cuando no se daban cuenta, sentía que cuando las personas posaban para una fotografía perdían un poquito del encanto que les hacía ser reales.
No me daba para pagar las facturas, la comida y el instituto de Jamie, así que por eso trabajaba a tiempo parcial en el bar más famoso del pueblo: el Ace of Clubs. La mayor parte de mis turnos se concentraban entre semana, que solía ser más relajado, aunque muchos fines de semana, especialmente si había partidos o ferias locales me tocaba trabajar. Esos días si que era agotador, porque tenía que hacer el trabajo de fotógrafa antes de ponerme detrás de la barra a atender a los clientes. No es que fuera el trabajo de mis sueños pero tampoco podía quejarme, a fin de cuentas, era el dinero que nos mantenía a Jamie y a mí. Y tampoco es que me quedara mucho tiempo trabajando ahí ya que cuando terminara el verano, Jamie se iría a la universidad, y yo ya no tendría razones para seguir en Smallville. Aún no había decidido que iba a hacer, pero lo más probable es que volviera a escribir al Daily Planet.
Me levanté de la cama y bajé a la cocina. En la encimera estaba la bolsa que me había dado Clark la noche anterior. Ni siquiera la había abierto, me había limitado a seguir bebiendo y luego me fui a dormir, sin cenar.
Encendí la cafetera y mientras esperaba a que el café se hiciera, abrí la bolsa de Martha. Dentro, había un tupper de proporciones épicas lleno de muffins de chocolate. El olor del azúcar llenó toda la estancia en cuanto abrí la tapa. En ese momento mis tripas rugieron, así que saqué un muffin para acompañar el café y me tomé un ibuprofeno para el dolor de cabeza. Me esperaba un día bastante ajetreado, tenía que llevarle los muffins a Jamie antes de que se fuera al instituto, ir a trabajar, y por la tarde tenía turno en el bar. Los viernes como ese, habiendo feria en Smallville seguro que se llenaría, pero por suerte ese día terminaría a una hora medianamente decente.
Después de desayunar me sentí mucho mejor. Me duché, me preparé a toda prisa y salí corriendo. Cuando vi la furgoneta en la puerta, no pude evitar que se me encogieran las tripas al dudar si había sido justa con Clark. Me convencí que esa acción no suplía el daño hecho de ocho años de ausencia. No tenía porqué ser simpática con él si volvía a encontrármelo, podía limitarme a darle las gracias y problema solucionado.
Ese día no quería distraerme más de la cuenta, así que me puse la música en cuanto pisé la oficina y estuve sumida en la tarea de editar la luz de las fotografías toda la mañana, hasta que el móvil me sonó cerca de la hora de comer.
Me extrañó ver el nombre de mi hermana en mi pantalla. Era raro que me llamara, ella era más de mandar audios kilométricos.
—Jamie, ¿qué pasa? —pregunté alarmada.
—Brooke. Es Clark —mi hermana sonaba bastante agitada.
—¿Qué pasa? —la ansiedad se apoderó de mi voz.
—Ha vuelto al pueblo, creo que acabo de verle salir de la tienda de Ben.
Cuando comprendí que Clark no estaba en peligro, me relajé.
—Ya.
—Espera, ¿lo sabías?, ¿por qué no me has dicho nada? Te podría haber llamado antes —mi hermana parecía preocupada.
—Jamie —la corté—.No te preocupes por mi. No quiero hablarlo. Probablemente está de paso y en unos días se marchará.
—¿Estás segura de que no quieres hablar? Si quieres hoy puedo cenar en casa.
—Jamie, tenías planes con Liam, no los rompas por mí por favor. Estoy bien. Además, estoy muy cansada, cuando llegue a casa solo voy a querer acostarme.
—¿Segura?
—Si.
—Vale, el domingo nos vemos entonces. Si necesitas algo me llamas. O si quieres que vaya mañana me avisas.
—Mañana tengo turno doble en el bar. El domingo nos vemos, pequeñaja.
—Vale.
Cuando colgué el teléfono y vi la hora, me di cuenta de que si no salía ya, no podría ir a la feria a hacer fotos antes de que empezara mi turno en el bar. Cerré el portátil y lo guardé en la funda, cogí un sándwich en la máquina de vending y me despedí de todos con la mano antes de irme. Menos mal que iba adelantada con las fotos del periódico porque si no no habría podido tener todo el trabajo terminado a tiempo.
La tarde pasó rápido, el bar estaba tan concurrido que no tuve tiempo ni para parar ni un segundo. Eso me distrajo de pensar en Clark, y para cuando llegó la hora de la cena y terminó mi turno, me sorprendió que ya hubiera pasado el día. Mañana, sábado, seguro que sería mucho peor.
De vuelta a casa, estuve tentada de parar en casa de los Kent para darle las gracias a Martha. Era algo perfectamente normal y que había hecho muchas veces, pero la diferencia es que ahora en esa casa también estaba su hijo. Por mi salud mental, decidí tomar un desvío alternativo para no tentar a la suerte.
Agradecí tener un bote preparado de macarrones con queso, le puse agua al recipiente y mientras esperaba que se hiciera en el microondas, me serví una copa de vino. Y entonces, me permití pensar durante unos minutos en el chico de la granja.
ESTÁS LEYENDO
El hijo pródigo de Smallville
RomanceClark vuelve a Smallville después de siete años, y se reencuentra con Brooke, su amor de la adolescencia y la chica a la que nunca ha olvidado. ¿Podrá Brooke perdonar siete años de ausencia? Es una historia romántica basada en el Clark del hombre d...