El sábado me levanté tan tarde que directamente me puse a preparar la comida. Había comprado esa semana un kilo de carne picada, así que decidí hacer boloñesa, que nos daría a mi hermana y a mí para un par de comidas. Cuando el olor del tomate y el orégano inundaron la cocina no pude evitar sonreír, me encantaba cocinar, a excepción de la repostería que no era lo mío.
Recogí el periódico del porche y lo leí mientras comía. Era una de esas personas que todavía leía en papel. Después de comer, me duché y me preparé. Tenía turno doble y no saldría hasta las once, así que me decanté por ropa cómoda: vaqueros, deportivas y top de tirantes.
Cuando pasé por delante de la casa de los Kent no pude evitar pensar si Clark se habría vuelto a marchar. No había vuelto a saber nada de él desde el jueves por la noche, así que era lo más probable. Eso corroboraba que había hecho bien no siguiéndole la corriente ni dejándome embaucar. No podía evitar que una pequeña parte de mi siguiese con la absurda esperanza de volvernos a encontrar, pero supuse que era mejor así. Lo poco que le había visto había hecho que me pusiera a beber cerveza un jueves por la noche. Estaba claro que me iba a costar olvidar su incursión, pero es lo que tiene la vida, que cuando menos te lo esperas, te da un revés. Y a mi, la vida ya me había dado unos cuantos.
—¿Quieres que me quede yo con la mesa tres? —preguntó Anthony.
Negué con la cabeza.
—No me dan miedo cuatro borrachos, Tony. Sé apañármelas —contesté antes de salir con la bandeja cargada de cubatas para la mesa de forasteros, otra vez.
Todas y cada una de las veces que había ido a su mesa había tenido que soportar sus gilipolleces. Si me dieran un dólar por cada piropo indeseado que me habían dedicado en un bar, ahora mismo viviría en una mansión en Metrópolis. Esa vez uno de ellos, probablemente el más idiota de todos, decidió ir un paso más allá.
—¡Eh, guapa! —me llamó entre risotadas.
Me mordí la lengua para no mandarle a la mierda, y suspiré.
—¿Me das tú número?
—No —contesté dejando la última copa en la mesa.
Sus amigotes se echaron a reír.
—Venga no seas estirada y dame tu número. Tienes cara de necesitar un buen polvo —comentó en tono jocoso.
Antes de que pudiera abrir la boca para mandarle a la mierda, alguien intervino.
—Tu tienes cara de necesitar otra cosa, así que si quieres salimos fuera y te doy la educación que no te han dado tus padres —amenazó Clark, situándose a mi lado.
Todos ellos se callaron de golpe, probablemente porque Clark les sacaba dos cabezas y sus músculos eran más que evidentes. Me giré hacia él asombrada. Conocía a Clark desde hacía muchísimos años y nunca le había visto amenazar a nadie. Ni siquiera se defendía de los compañeros que le hacían bullying en el instituto.
Permanecí quieta unos segundos, digiriendo la situación. Cuando me di cuenta de que no había nada que temer y que nadie iba a pegar a nadie, volví con la bandeja vacía a la barra. Intenté no alterarme más de lo que ya estaba. No me gustaban ese tipo de situaciones y tampoco necesitaba que nadie acudiera a mi ayuda. Por desgracia tenía experiencia lidiando con ello y sabía defenderme sola. Además, lo último que necesitaba añadir a la situación era la presencia de Clark.
—¿Estás bien? —preguntó Clark desde el otro lado de la barra.
Despegué la vista del vaso que estaba secando en ese momento y le miré. Sus ojos azules parecían ansiosos y en ese momento sentí la necesidad de acortar la distancia que nos separaba y reconfortarlo. Ese pensamiento me provocó mucho vértigo.
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El hijo pródigo de Smallville
Roman d'amourClark vuelve a Smallville después de siete años, y se reencuentra con Brooke, su amor de la adolescencia y la chica a la que nunca ha olvidado. ¿Podrá Brooke perdonar siete años de ausencia? Es una historia romántica basada en el Clark del hombre d...