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Permanecí medio tendido y medio sentado una hora al menos, con los ojos clavados en el fuego. Este avanzaba y retrocedía, acercándose peligrosamente a mis pies. En un movimiento impulsivo para asegurarme de que mi vista no me había engañado, cerré los ojos y al abrirlos me encontré rodeado.

Largo, muy largo tiempo le miré y contemplé devota y religiosamente. Pasaron rápidas y gloriosas las horas y llegó la media noche. Las flamas acariciaron dócilmente mi cuerpo. Los lametazos eran suaves, como si pertenecieran a un cachorro. Entonces comprendí, comprendí que el encanto del dolor radicaba en una expresión absolutamente semejante a la satisfacción de la muerte misma, que primeramente me había hecho conmover , y por último me había confundido, subyugado y espantado.

Al sentir mi carne consumida por las llamas me invadió un espasmo de negra emoción y con un profundo terror y respeto entregue finalmente mi cuerpo; pues, ¿Quién soy yo para negarme a la alegría de morir?

-TCER

dic. 22,2020



Días de lluvia (Rainy Days)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora