CAPÍTULO XLIV

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Un proceloso cielo repleto de irrealismo con tintes de sublimación se encuentra sobre mí, y hago una respiración profunda para que su esencia invada cada sector de mi cuerpo

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Un proceloso cielo repleto de irrealismo con tintes de sublimación se encuentra sobre mí, y hago una respiración profunda para que su esencia invada cada sector de mi cuerpo. Continúo caminando hacia la misma dirección de siempre, y me pregunto si no estaré cayendo en la rutina una vez más. Al final de todo, siempre caemos en repeticiones sin darnos cuenta hasta que procesamos nuestros días y pensamientos.

Y aunque las cosas hayan cambiado a mi alrededor, presiento que la originalidad de mi vida acabará dentro de poco al igual que mi disfrute de ella. De lo único que estoy segura es que, nunca me cansaré de embriagarme con la naturaleza que me rodea y los animales que tanto adoro contemplar; porque la verdadera magia existe dentro de ellos. Y en nosotros también, claro, si dejamos de lado ciertas concepciones mundanas.

Abro la puerta de la tienda luego de un suspiro, aún con los ojos reflexivos mirando hacia el suelo. Tal vez mis energías puedan vibrar alto después de un día de trabajo ¿verdad?

— Ya llegué, señor Labrot — anuncio mientras me coloco el delantal de la tienda.

— Buen día, madam — responde una voz conocida.

Y entre miles de cuestionamientos en mi mente, solamente una idea logra conectar con la realidad. Levanto la mirada con sorpresa, y a unos metros de mí puedo contemplar una sonrisa magníficamente inmaculada... semejante a la de hace unos días. 

— ¿Qué hace usted aquí? — cuestiono con el ceño fruncido, sin embargo, Sin Nombre no borra esa curva de sus labios ni se toma el tiempo de esconder sus dientes.

— Trabajo — dice con un tono burlón — Y parece que usted también.

Dirige su mirada hacia mi delantal y en cuestión de segundos nuestros ojos vuelven a encontrarse.

¿Él es el ex-empleado de Don Labrot? ¿Cómo es posible? Es decir, trabajo con él desde hace muchos años, por lo tanto, Sin Nombre pudo haber sido su empleado con solo... ¿11 años? ¿O incluso menos?

No emitimos ni un solo sonido, solo nosotros y el eterno silencio que se acopla alrededor.

De pronto, el anciano toma presencia en la escena y siento un alivio imposible de describir. Es como ese sentimiento que cobra vida dentro de mí cuando abrazo un árbol... o simplemente me dejo llevar por el canto de los pájaros.

— Oh, por fin llegó, señorita — bromea y trato de mostrar una sonrisa genuina — Parece que ya se conocieron.

Sin Nombre asiente felizmente con la cabeza, y yo no puedo dejar de analizar cada una de sus acciones.

Labrot exclama su famosa frase:

"— ¡Que comience el día de trabajo!"

Y en tan solo pocos minutos, un par de personas comienzan a entrar por la puerta principal. Debo admitir que el trabajo es mucho más fácil cuando hay alguien acompañándote, pero mi mente solo se enfoca en los infinitos pensamientos del joven acerca de los rumores que invaden nuestra presencia.

Atiende a los clientes con una amabilidad pasmosa, siempre con una sonrisa en su rostro y cejas bailarinas que expresan mucho más que sus ojos. Tal vez no sea un hombre pérfido después de todo. O tal vez sí, y se convierta en otro dragón dorado.

— Así que... ¿usted es la hermanastra de Tommy? — cuestiona mientras termina de embolsar un pedido. La clienta, cuyo rostro no me resulta familiar, abre bien los oídos con tal de escuchar nuestra conversación.

— Sí, aunque hermanastra no es un término que me agrade... — respondo y el joven voltea con una mirada curiosa — Quiero decir, teniendo en cuenta que en los cuentos las dibujan como algo malicioso.

Sin Nombre continúa con su energía en el pedido, hasta que termina y muestra sus perlas relucientes para despedir a la señora, quien trató de disimular su actitud fisgona durante mi respuesta.

— ¿Y cómo se encuentra el señor Kast? — vuelve a cuestionar, esta vez con el cuerpo apoyado en el mostrador — Recuerdo que siempre nos daba palmadas en el brazo para mostrarnos su apoyo.

Río internamente.

— Parece que siempre le agradaron los toques en el brazo — digo con ironía, y cambio el tema de conversación debido a mi incomodidad — Tengo una pregunta para hacerle, señor...

— Hamilton. Eric Hamilton.

Abro los ojos bien grandes en unos pocos segundos. ¿Hamilton? ¿Como la señora Hamilton? ¿Ese tipo de Hamilton?

Quedo petrificada en mis pensamientos, hasta que vuelvo a la tierra y me encuentro con esos ojos canela tratando de descubrir qué hay dentro de mi mente. Imposible de descifrar, por supuesto.

— ¿Por qué estaba en el exterior, la noche de la tormenta?

Muestra una media sonrisa.

— Esa noche llegamos a Cloeville con mi familia — explica — Y necesitaba recorrer el pueblo para conectarme con mis recuerdos.

— Con una tormenta de por medio — digo y los dos reímos al unísono.

Inclina su cuerpo hacia mi dirección, y susurra algo que descoloca todos mis sentidos.

— Una simple tormenta no es capaz de detenerme, señorita.

"Una simple tormenta no es capaz de detenerme" repito en mi mente. Y es verdad, porque nada debería entrometerse en nuestro camino y detenernos.

 Y es verdad, porque nada debería entrometerse en nuestro camino y detenernos

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Evania: Un rincón del paraíso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora