Capítulo Dieciséis

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Julio bajo por las escaleras, ya no tiene el teléfono en la mano. Al detallarlo, me fijo que se cambió de ropa, esta vez lleva una camisa de vestir con manga ¾ color blanca que se ajusta perfectamente a la musculatura de sus brazos. Junto a un pantalón de vestir negro y unos zapatos de cuero.

Mantengo el aliento y no puedo evitar soltar un ligero gemido al ver esa sonrisa sexy que adorna su rostro. Él sabe lo que provoca en mí y disfruta verme así por él.

—Te encontré, esta noche te llevaré a un lugar muy especial —Se acercó a mí con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. —Prepárate exactamente igual que la última vez.

—¿Cómo?

—Con tu bolso, tus juguetes y la muda de ropa.

—De acuerdo.

El corazón me palpita a mil por ahora, sé que mi momento esta cerca y eso hizo acrecentar un voraz apetito en mi interior. Solamente espero que al eliminarlo tan rápido no acorte mi estadía en París.

—¿Dónde puedo cambiarme?

—Sube al segundo piso, la segunda puerta a mano derecha.

No dije más nada y sigo sus instrucciones en silencio. La habitación no me sorprendió en absoluto, pues es muy similar a la de Nueva York. Tomo mi maleta y saco de ella un conjunto deportivo con chaqueta y unos jeans ajustados con un suéter tejido ancho gris. Decido ponerme unos zapatos deportivos blancos sin ningún tipo de adornos. Cojo mi bolso de mano con mis juguetitos especiales y bajo al encuentro con Julio.

—¿Lista? —Le dio una calada a un fino cigarro blanco.

—Sí.

Vamos en el auto un largo rato en el camino, adentrándonos cada vez más a las zonas rurales. Finalmente nos detenemos en una pintoresca casa de campo cuyo paso del tiempo se deja ver a simple vista.

Las paredes exteriores tienen la pintura desgastada y la madera de la puerta tiene grietas por toda la superficie, dando la sensación de sucumbir ante el mínimo toque. Las ventanas aunque están completas, los vidrios lucen empañados por la cantidad de polvo acumulado.

Un tipo blanco y fornido, de ojos negros nos espera en la entrada con las llaves. No puedo evitar fijarme en su calvicie y en los numerosos tatuajes que adornan su cuerpo, haciéndole parecer peligroso.

Julio le da un paquete que contiene dos pacas de billetes de cien dólares. Aquel hombre las vio por encima, sin contar el dinero se marchó. Aquella confianza me dio a entender que ya ha hecho varios trabajos para mi novio; pero eso no es asunto mío.

Pasamos a la casa, el suelo viejo de madera rechina con casa paso que damos, en algunos lugares cruje con el peso de mi pisada; haciéndome creer que en cualquier momento cederá y caeré.

Julio abre una puerta de madera y bajamos las escaleras luego de volver a cerrar la puerta. Estamos en el viejo sótano. Tiene varias cajas apiladas, las arañas reclamaron el lugar como suyo e hicieron telarañas por doquier, y justo en el medio encontramos a un hombre amarrado a una silla y con una capucha puesta.

Intuyo que esta despierto por el constante forcejeo. La adrenalina en su cuerpo hace aún más apetitosa su sangre, tengo rato de haber probado mi último bocado así que no puse resistencia a mis instintos y tome solo un poco de su sangre.

Siento como tiembla entre mis manos. El miedo que emana de su cuerpo es realmente placentero, pero no es suficiente para mí. Lo desamarro de la silla y no falta el estúpido intento fallido de escapar de mis fauces —lo cual me parece divertido— de un solo golpe lo derribo y lo arrastro hasta la mesa metálica donde lo amarro de manos y pies en forma de cruz.

—Es patético que pensaras escapar de mí —Le quito la capucha. —Bueno, era poco probable que te dieras cuenta de que no tienes escapatoria alguna —Arranco de un solo jalón el tirro plateado que cubre su boca, dejando marcas rosadas, producto de la irritación.

—¡Ah! —Grita desesperado mientras jala sus extremidades para liberarse de los amarres sin éxito alguno—. ¿Q… Qu...Qué hago aquí? —Tartamudeo—. Por favor… Por favor déjame ir —Suplica mientras comienza a llorar.

—No, no, no —Camino alrededor de la mesa con unas tijeras en mis manos. —Creí que eras más… Macho, que no suplicarías como una niñita.

—¿Por qué haces esto? —Trata de calmar su lastimero llanto. —Por favor suéltame, ¿qué quieres? —Intenta negociar conmigo. —¿Quieres dinero?, puedo darte mucho.

—No quiero tu dinero, solo quiero… jugar un rato contigo —Empiezo a cortar la camisa con la tijera dejando su torso desnudo. —Devolverte solo un poco de lo que me diste aquel día.

—¿A qué te refieres? —Indaga asustado—. ¿De qué día hablas?

—A ver idiota, mírame —Le tomo la cabeza con mis manos y le obligo a verme directo a la cara. —Mírame bien bastardo, ¿ya me reconoces?

—¿Qué carajos? —La sorpresa se podía leer fácilmente en su rostro. —No, no puede ser… ¡Tú moriste ese día!

—¡Sorpresa! —Rio sarcásticamente. —No. No morí…Digamos que sufrí una transformación.

—Déjame ir pedazo de puta.

—Cariño, relájate —Busco a mi alrededor y veo una pequeña mesa con ruedas y sobre ella un bulto cubierto con una manta blanca. —Verás, tengo grandes planes el día de hoy para ti.

—¿Q...Qu… Qué es eso?—Ve asustado aquel bulto misterioso.

—Verás, aquí abajo tengo a unos pequeños invitados —Quito la manta dejando al descubierto una jaula con unas cuatro ratas grandes que trataban de moverse por el escaso espacio. —Déjame contarte un poco de historia. En la antigüedad había una amplia gama de torturas que se aplicaban como castigos, varios de tus amigos conocieron algunas de ellas… Hoy reserve algunas para ti.

—¿De qué estás hablando? —Ve a las ratas fijamente. —¡Estás loca!

—Esta jaula está especialmente diseñada para que la parte inferior se pueda remover una vez se fije sobre tu abdomen de esta manera —La coloco justo en medio de su estómago y con las correas de cuero la ajusto a su cuerpo para que no se mueva. —ok, ahora quitamos esto de abajo y estas tiernas amiguitas quedarán en contacto directo con tu piel, ¿ves esto? —Le muestro una pequeña vara en cuya punta creaba una pequeña descarga eléctrica.

—¿Qué vas a hacer con eso? —perlas de sudor frío recorren su frente.

—Vamos a asustar a nuestras compañeras —Empiezo a darles pequeñas descargas a aquellas alimañas, chillaban cada vez que sentían la electricidad de la vara en sus cuerpos.

Aquellos animales se empiezan a desesperar cada vez más, por lo que comienzan a buscar una salida que les libere de su tormento. Finalmente se dan cuenta de que su única salida yace en sus pies y comienzan a morder el abdomen blando de aquel hombre, buscan desesperadas una manera de salir. Al empezar a sentir como las ratas muerden y rasgan su frágil piel, empezó a temblar y a gritar desesperado.

En menos tiempo del que imaginaba las ratas hicieron su trabajo, dejando un buen hoyo en el cuerpo de aquel hombre y ellas nadaban en la sangre; buscando salida. Mientras que mi invitado estrella esta casi inconsciente debido al dolor y a la pérdida de sangre. Tengo compasión por las inocentes ratas y les quito la jaula que las hace prisioneras, salieron corriendo despavoridas hacia todos lados empapadas de sangre.

Tomo una venda y cubro ligeramente la cavidad para que sus intestinos no caigan por todos lados. Aún esta semi consciente, pero no puede hacer nada para evitar que lo meta en el ataúd lleno de púas que lo terminaran de matar. Cierro la prisión con forma humana hecha de hierro con él adentro y escucho un profundo grito cuando termino de cerrar aquel mortífero aparato.

Doy la vuelta y sonrío satisfecha pensando que allí morirá y nadie se enterará jamás de su muerte. Pará todos simplemente desaparecerá, será un mero recuerdo en sus memorias.

VICTORIA  amor&sangre (TERMINADA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora