Tres

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Coslada, Madrid. Noche estrellada de jueves. Permitiendo así a cualquier paseante nocturno deleitarse con la belleza del cosmos. Se oían risitas provenientes del balcón de un cuarto piso. Risas de esas que te hacen creer, de esas que provocan ilusión: risas de amor.

Una joven, de aparente aspecto sereno y delicado, tumbada en su gran cama, con los pies en alto, inquietos. Hablaba por teléfono mientras mantenía una mirada risueña, casi perdida, en el techo de su habitación tapizado por mil pósteres de Ed Sheeran y Rihanna. Las luces led colgadas en las esquinas de su cuarto emanaban un dulce tono rosado que solo le hacían evadirse más y más del mundo real.

—Buenas noches ¿Cómo lleva la noche su majestad?—preguntó una voz masculina, muy melosa.

Reí tiernamente—Pues...la verdad es que bastante aburrida. Mi padre está todavía trabajando y no sé a qué hora volverá, pero tengo hambre—me di la vuelta y me posicioné sobre mi pecho—¿Y usted, príncipe Brandon? ¿Alguna novedad en su reino?

Noté cómo sonreía mientras pronunciaba sus palabras—Supongamos que lo de siempre: atender en la quesería, charlas infinitas con el abuelo Gerret y muchos, muchos turistas—hizo una pausa—En su ausencia; pocas novedades han acontecido. La echo de menos.

Suspiré, recreando en mi imaginación su rostro tras la fría pantalla del teléfono—¿De verdad que me echa de menos?

—Muchísimo, no se imagina cuanto—se formó un breve silencio—Las ganas que tengo de volver a poder devorar vuestros sutiles labios, de poder ahogar mis memorias en su fragancia de cítricos y de poder caer en la más profunda de las tentaciones...—suspiró poéticamente—Me están devorando por dentro.

Uy.

Prosiguió el caballero nocturno—La fantasía de sus pupilas dilatadas cuando se fijan en las mías tan solo consiguen más que alterar mis pulsaciones. Aquella armonía que emana por sus delicados labios, fruto de su belleza inhumana, cuando yo la recorro; es una pieza proveniente de los mismísimos cielos sagrados—trató de soltar aquel discursito sin echarse a reír—Oh, mi Atenea, mi dulce perdición...

—Para, para, para—le detuve, riéndome con una mezcla entre vergüenza y sentimiento—¡Cuánto arte, oh, mi rey!—volví a caer en la carcajada.

Imitó mi gesto—¿Has visto? Soy el maestro de la poesía y la interpretación.

Recuperé el intento de tono neutral y acaricié uno de los cojines cercanos a mi cama con mis pies—Sí, sí, muy bonito todo pero no he entendido a penas nada de lo que has dicho. ¿Utilizaste un poemario de Mario Benedetti para soltarme todo eso o...?

El joven dejó fluir una inocente risita, volviendo su voz a la normalidad—¿De verdad crees que sacaría un jodido libro de poesía para decirte lo que siento?

Rodeé con mis pies desnudos el cojín y lo alcé en alto—Es que me has dicho toda esa pastelada y en verdad, no sé bien qué has querido decirme.

—¿Nada de nada?—preguntó sorprendido.

—He entendido que me quieres besar, que mi colonia huele a manzana verde, que cuando la hueles te pierdes en mí y no sé qué...

—Follarte, Clandestine, lo que quiero es follarte—interrumpió, con voz ronca.

El cojín que tenía preso entre mis pies cayó encima de la cama. Mantuve mi mirada estática en el techo, casi temblorosa, dejando a cada poro de mi piel erizarse ante el eco de sus palabras en mi cabeza.

Tragué saliva y dejé escapar a mis pensamientos en un tono ahogado—Ay, no me digas eso, que estás lejos...

—Y eso quién lo dice.

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