Cuatro

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Realmente no hacía un mal día.

Todo estaba iluminado y al descubierto por los todavía cálidos rayos de sol, en vísperas de Invierno. En especial, en la terraza donde me encontraba: sentada en frente de una joven recién titulada en Psicología, rodeada de desconocidos, alegres y charlatanes, ignorantes de cualquier otro tema o estímulo ajeno a ellos. De vez en cuando, alguno de ellos daba a comer a su perro, atado y obediente a la pata de la mesa por una gruesa correa. Los clientes apartaban a las palomas que revoloteaban libres a su alrededor, casi con desdén. 

¿Qué clase de reflexión o metáfora habría en aquel suceso? No lo sé. Yo no lo sé, por eso me cuestionaba todo lo que a mi alrededor contemplaba.

Dirigí mi mirada hacia el frente: Mi cuarta y última psicóloga en dos años. Hola, Inés.

Cualquier persona que la viese diría que era feliz: su sonrisa de dentista hacía presencia cada ciertos minutos. Había disfrutado como una niña de su Coca-Cola y de sus espaguetis a la boloñesa, sin ningún tipo de remordimientos. Al diablo con los mitos de los carbohidratos, ella se lanzaba a ellos de lleno. Oh sí, ella era despreocupada. Quizás fuese por sus facciones hegemónicas o por su gran pensamiento mindfulness. Yo que sé.

Suertuda en el amor: salía con un apuesto empresario de metro ochenta y siete que siempre le traía ramos de ostentosas rosas rojas, acompañadas de una sonrisa y besos terriblemente exagerados. Casi en todas las ocasiones en las que Inés recibía algún capricho se la notaba más alegre y serena de lo normal en consulta. Me miraba y oía, pero no escuchaba. Su cerebro estaba ocupado pensando en dónde le llevaría a cenar su querido esa noche. Vaya.

De vez en cuando, mientras estábamos en la mitad de la sesión, él le llamaba para comunicarle que esa noche iba a llegar un poco más tarde a casa, o que se cancelaban planes compartidos porque tenía «Mucho trabajo y un futuro compartido que sacar hacia adelante » o debido a que estaba invitado a una noche de empresarios, en algún hotel. Inés asentía, mordiéndose el labio inferior, tratando de mantener su simpática postura. 

A veces pensaba que yo debería de ser la psicóloga y ella la paciente.

—Bueno, Andrea, cuéntame ¿Crees que has evolucionado desde la última vez que nos vimos?

Parpadeé rápidamente. Antes de responder tenía que salir de mi propia cabeza.

—Sí, creo que sí—suspiré—Depende de lo que signifique para ti—hice un gesto con los dedos—evolucionar.

—¿Continuas teniendo terrores nocturnos? Me comentaste que habías estado unos cuantos días sin poder descansar bien por culpa de la ansiedad.

—No, ya no. Aunque tengo que escuchar alguna que otra canción para poder relajarme—apreté el mango de la silla en la que estaba sentada—Malos recuerdos.

Otra vez la sonrisa Colgate—¡Eso es un gran avance, Andrea! Deberías de sentirte contenta por ello. Veo entonces que la melatonina funciona—hizo una breve pausa—No creo que sea necesario que te cambiemos la dosis de ningún medicamento ¿Estás de acuerdo?

Intenté sonreír pero solo conseguí tensar mis labios, todavía teñidos de un rojo burdeos.

—Puedo intuir que si ahora puedes dormir mejor es porque te encuentras en general; más relajada. 

Silencio.

—Dime, Andrea ¿cómo te sientes?

—No siento nada.

Se pasó la mano por la barbilla, pensativa, tratando de parecer toda una experta en lo suyo—¿Cómo que no sientes nada? Explícame.

Joder ¿otra vez?

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⏰ Última actualización: Apr 19, 2021 ⏰

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