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Feliz cumpleaños, querida @MichelBarboza ... Esto es para ti. 

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⸺ Tranquilo, amor...⸺ murmuró Natasha por quinta vez mientras Steve movía la rodilla compulsivamente, mordiéndose las uñas mientras miraba por la ventana como el avión comenzaba a descender.

A su alrededor, todo se veía verde, tan verde como recordaba. Mucho tiempo había pasado desde que pusiera sus pies en la Isla Esmeralda por última vez. Aquella última vez, las cosas no habían salido demasiado bien, no después de que su madre rechazara de plano a la que era su novia en ese entonces. Al principio, él se sintió ofendido y se había ido en contra de su familia, pero luego había aprendido su lección y se vio obligado a reconocer que la mujer siempre tuvo razón: cuando tu madre te dice que una mujer no es buena para ti, debes escucharla. Él lo había aprendido a la mala, al descubrir que su ahora ex – novia lo engañaba con su representante. La primera vez que su madre vio a Sharon, de inmediato le puso mala cara y no quiso recibirla en su casa. Era cosa de instinto, imaginó él.

Era por eso que estaba tan jodidamente nervioso. Esperaba, realmente esperaba que esta vez las cosas fueran diferentes, porque para él, se sentían muy diferentes. Se giró hacia Natasha, notando su mirada preocupada y se dio cuenta de que estaba asustándola con su actitud. Con un suspiro buscó su mano, llevándosela a los labios para dejar un beso en su dorso. Ella sonrió y reclinó la cabeza contra el respaldo del asiento, más tranquila.

⸺ Estoy bien, Nat, sólo un poco nervioso, pero... todo saldrá bien⸺ le dijo en voz baja, dedicándole una sonrisa que ella correspondió de inmediato. Aquello no sólo había sido para ella, él también estaba intentando convencerse. Sin embargo, al ver los ojos brillantes de la pelirroja se dijo que quizás estaba preocupado por nada.

Natasha no tenía nada que ver con su ex. Eran como la noche y el día. Tan cálida y sencilla era una, como fría y superficial la otra. Cuando pensaba en eso podía darse cuenta de que Sharon lo atrajo por su belleza, pero, pronto descubrió que no había nada más ahí. Sólo era eso: una linda muñeca, hueca y aburrida después de un tiempo. Natasha, por otro lado, no sólo era bellísima, sino que tenía un corazón tan grande que parecía no caberle dentro del pecho. La había conocido en Nueva York, en la academia de artes y cultura donde él trabajaba algunas horas a la semana, dando clases gratuitas de pintura a niños de escasos recursos. Un día, luego de terminar su clase, estaba recogiendo sus cosas cuando escuchó los primeros acordes de la obertura de Giselle. Aquello le llamó la atención, puesto que no sabía que habían comenzado a dar también clases de ballet.

Movido por aquella curiosidad, dirigió sus pasos en búsqueda de la fuente del sonido y, al asomarse a la sala de baile, su corazón dio un vuelco dentro de su pecho y el aire se le escapó en un suspiro incrédulo. Allí, en medio de un grupo de niñitas de no más de seis o siete años estaba una mujer vestida con un leotardo negro y una falda de gasa blanca dirigiendo los torpes, pero entusiastas movimientos de las niñas. Su voz era suave y dirigía a las pequeñas con calidez y paciencia, ayudándolas a corregir su postura y a seguir el ritmo de la música. Ese día, la rabia y la tristeza por la traición de dos personas que creía que lo querían, quedó atrás.

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