Epílogo

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"Esto tiene que ser una maldita broma... más les vale a todos ustedes que esto sea una puta broma" Ray caminaba de un extremo de la habitación hacia la otra, con la respiración tan fuerte que ocasionaba que las demás personas en la habitación saltasen cada vez que le escuchaban inhalar.

Según Ray, había sueños así; ese tipo de cosas le ocurrían todo el tiempo. Sueños que parecen un poco demasiado reales, un poco demasiado serios; como un salto hacia una dimensión al lado de la suya. Habría que despertar. Esa era la única solución para el problema actual.

Un bufido sonó en el otro extremo de la habitación, la chica con cabello y ojos pardos parecía aún no haberse recuperado de su estado de shock, pero la rubia a su costado la tenía bajo el brazo acariciándola como si eso la calmase a ella misma. Fue de ella de quien vino el sonido.

"Pues sí, porque me encantaría hacerte una puta broma de este tipo cuando ni siquiera te conozco." Actitud. Tal vez demasiada actitud para el problema actual, frente a sus ojos. A Ray esto le molestó muchísimo, y las demás personas en la habitación asumían que el silencio era la mejor opción. Para este caso, ninguno de ellos tendría la valentía de hablar puesto que aún seguían en negación; igual que Ray, pero sin decirlo en voz alta.

Por supuesto, Ray no le creía nada a la rubia. De hecho, no le creía a ninguna de las personas en la habitación. Ni siquiera creía en lo que sus ojos estaban viendo. Sentía que en cualquier momento iba a salir de aquel sueño en el que por alguna razón se le agrupó con otros cuatro desconocidos. No se suponía que esto iría así, no. Cuando sus padres le ofrecieron el viaje de crucero, supuso que sería una buena oportunidad para reencontrarse y hacer lo que más le gustaba, escribir; pero en cambio estaba en aquella habitación que tan solo en un par de horas comenzaría a oler mal, frente a aquello que parecía ser una broma del universo. Una broma mandada por dios, tal vez.

Había mucho que pensar y tan poco tiempo para hacerlo.

"Debemos conseguir hielo." La chica de ojos verdes bien abiertos que había permanecido callada y en posición fetal hasta ese entonces abrió la boca. Fue tan leve que, de no ser por el estado de alerta en el que todos se encontraban, nadie lo habría escuchado.
"Mucho hielo... me refiero a demasiado hielo."

Y bien, esa fue la gota que derramó el vaso para Ray. Porque la chica de ojos verdes no dejaba de mirar el desastre que habían creado entre todos frente a ella. Ni siquiera recordaba muy bien lo que había pasado, solo flashes de cuando su cuerpo se petrificó y despetrificó a su antojo. La chica de ojos verdes hizo que todo pareciera real, y Ray no quería escuchar algo así
.

"Por el amor de Dios, o Satán, o en lo que sea que creas; cállate." Ray se tapó los oídos de inmediato, no quería oír una sola palabra que le indicase que aquello era un sueño. Por supuesto, entre la desesperación llega una especie de calma, un impulso que te dice qué hacer, algo que te mantiene cuerdo, tal vez un golpe de adrenalina. Pero habían dos cosas de las que Ray ya no estaba tan seguro; primero, de que todo aquello fuera un sueño; segundo, que no debía escuchar nada de lo que las otras personas en la habitación dijeran.

"Y una sierra." El último de los 5, que le daba la espalda a la pared soltó de manera seca; demasiado seca; casi como si se hubiese hecho muy pequeño dentro de sí mismo. El rubio se balanceaba sobre su lugar de atrás hacia adelante, cantando por lo bajo una canción. Si no fuese porque no lo podía ver, Ray juraría que se estaba chupando el dedo.

Llevó sus manos hasta su cuero cabelludo y haló con la mayor fuerza posible. El dolor lo centraba de alguna manera, era una distracción a lo que ocurría en su mente. Ray respiró hondo, sentía que debía decir algo para sacar a todos los demás del trance en el que se encontraban; y eso hizo. Se sentó en el piso, con cuidado de no mancharse, y respiró aún más hondo. Cada vez parecía alejarse más de la idea de que aquello era un sueño, y sentía que no era él el que estaba viendo toda la escena, sino un alter ego. Lo veía como a través de un cristal cubierto de polvo, algo que no podía tocar, que no podía cambiar; pero que simplemente no era suyo. No. Aquello no pertenecía a la realidad de Raymond Olson. Habló, pero sentía que no salía de su propia boca.

La decorosa muerte de Malcolm KiepleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora