Capítulo II - En la sala de artefactos.

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Llevaba más de cinco minutos dando vueltas por la pequeña y desordenada habitación, esperando con gran impaciencia a que Marcy diera luces de aparición pronto. Cada segundo que pasaba se le hacía eterno; consecuentemente estaba más y más molesto por la impuntualidad de la muchacha. ¡Por qué tardaba tanto!

Respiró tratando de calmarse, Tonks le había dicho que a veces tardaba en atender las cartas y ese momento podría tratarse de una de esas ocasiones. Pero ¿qué no ella estaba estudiando en la biblioteca con algunos de sus amigos? Así que, en teoría, no estaba haciendo nada importante o que requiera su completa atención.

A menos... que haya encontrado información alguna sobre el paradero de la cuarta bóveda.

Si ese era el caso, entonces era probable que ella se apareciera poco antes del toque de queda, pensó. ¡Entonces no tenía sentido alguno que él estuviera ahí caminando en círculos como un perro persiguiendo su propia cola! Su malhumor empezó a hacer mella en su mente.

Recargó su espalda en uno de los polvorientos muebles de la habitación, con ello, se dejó caer con lentitud hasta quedar por fin sentado en el suelo. Guardó los papelitos que Tonks le había dado hace algunos minutos en uno de los bolsillos de su túnica; allí sus dedos rozaron con las cuencas del collar que su madre hizo para él.

Dejando los boletos naranjas y tomando el obsequio materno, decidió contemplar este último, dejando que los recuerdos felices de su infancia inundaran su mente y su corazón, para así poder tranquilizarse un poco; además de que en esas fechas añoraba a sus padres.

¡Talbott, ven a la mesa que ya está lista la cena! —aquella era la voz tan dulce y agraciada de su madre, llamándolo en navidad. Sonó sumamente vívida, clara, que por un momento creyó que su mamá estaba cerca de él.

Sabiendo en cuestión de segundos que era imposible, cerró los ojos para al menos sentir que era niño una vez más, en compañía de su familia.

Talbott, ¿qué crees? —en definitiva, esa era la voz seria y profunda de su padre, que él mismo heredaría en unos años más—, ¡el poema que escribiste aparecerá en una sección de El Profeta! ¿No te da gusto?

Recordar ese momento era tan feliz y vergonzoso al mismo tiempo. Siendo un niño, la sola idea de que cientos de personas leerían uno de sus primeros escritos, le ocasionaba bastante pena. Sobre todo, porque estaba seguro de que tal vez no tenía la estructura perfecta o mucho sentido. Empero, su padre se sentía tan orgulloso del talento de su unigénito y no dudó un segundo en mover sus influencias para publicar un trocito de los pensamientos de Talbott.

La mujer, notoriamente emocionada, corrió a besar a su marido en los labios, a modo de recompensa por el acto de amor que realizó. Esto provocó que el infante sacara la lengua en señal de asco y los señores Winger rieron con cariño tras verlo, poco antes de asegurarle que, en determinada edad, él haría lo mismo con la persona que se ganara su corazón.

¡Claro que no haré eso! —exclamó asustado—, ¡yo siempre estaré con mamá! Porque me quieres más a mí que a papá, ¿verdad?

Eso es una pregunta bastante difícil, cariño —rio la mujer ante la seria mirada de sus dos hombres favoritos—. Los amo a los dos por igual.

El niño le lanzó una feroz mirada de competencia a su padre, quien le devolvió el gesto, aunque en el fondo le causaba gracia la situación, pues sabía que aquello era bastante normal en los niños. Estos estarían enamorados de sus madres hasta que hallaran a la mujer de sus vidas.

Eres un niño con un bellísimo corazón, nunca tengas miedo de demostrar quién eres ni cierres las puertas a las personas que quieran formar parte de tu vida —había dicho poco antes de transformarse en un bello, elegante y blanco cisne, que maravilló a los dos hombres presentes.

Los imprevistos del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora