Las mariposas no pueden ver sus propias alas ni ver lo hermosas que son.
Momo pensaba que era eso lo que ocurría con Kyouka. Ella no se daba cuenta de su belleza.
[One-Shot MomoJirou, AU sin quirks]
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A Yaoyorozu le habían fascinado las mariposas desde que era tan solo una niña.
En su mente aún recordaba las excursiones que hacía con su padre a los campos floreados al este de la ciudad, a ver cómo estas revoloteaban y se deleitaban con el olor y con la gamma de colores de la gran variedad de flores que descansaban plácidamente sobre la húmeda hierba.
Sin embargo, a la pelinegra le entristecía algo en particular de estos particulares insectos. Las mariposas eran reconocidas por la gran belleza de sus alas coloridas, pero en realidad, estas nunca llegaban a ver su propia belleza y eso la entristecía.
❝¿Por qué las mariposas no pueden ver lo bonitas que son, papá?❞
Siempre se lo preguntaba cuando iban juntos a los campos floreados. Su padre, un hombre alto de mediana edad, le dedicaba una sonrisa y con sus ojos negros llenos de brillo procedía a contestar a su única hija.
❝Hija, has de saber que la belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede amarla y adorarla, como nosotros ahora.❞
Fue en ese mismo instante cuando quedó enamorada de estos animales. En concreto de una mariposa de alas moradas que había visto en una de sus múltiples excursiones. Una mariposa que siempre se alejaba de ella, pero eso no fue motivo para que no pudiera observar su abundante belleza.
En la actualidad ese enamoramiento pasó a ser hacia una chica de su clase. Momo siempre pensó que era hermosa, sus orbes oscuros, sus manos pequeñas y sobre todo, el color inusual de su cabello, morado como las alas de aquella mariposa.
Por desgracia, aquella chica, igual que las mariposas, no veía la belleza que poseía, lo contrario, se despreciaba y a la pelinegra le dolía más que nada verla actuar así.
—¡Jirou!—dijo con alegría Yaoyorozu al verla salir del aula escolar para dirigirse a su casa—¿Quieres que te acompañe?
La pelimorada miró a la de ojos oscuros de forma inexpresiva y como siempre decidió ignorarla.
—Me lo tomaré como un "Puedes hacer lo que quieras"—sonrió Momo colocándose a su lado—¿Hoy también vas a pasar por la panadería?
—No quiero que me acompañes—dijo con cierta agresividad—¿Por qué insistes tanto? No sé qué clase de apuesta has hecho con tus amigos, pero deberías dejarlo.
A la pelinegra le dolía de corazón que aquella chica tuviera esos pensamientos tan desagradables sobre ella misma.
—¿Apuesta?—preguntó la de la coleta, confundida—No entiendo a qué te refieres.
